Weekend

Hasta el cráter del volcán Corona del Inca en 4x4. Una increíble experienci­a más allá de los 5.000 msnm.

Transitand­o por extensos arenales y pedregosos arroyos, superamos los 5.000 msnm para llegar al borde del cráter del volcán y admirar su pacífica laguna.

- Textos y fotos: MARCELO LUSIANZOFF

La imagen de la plaza de ingreso lo dice todo. Un burro que transporta a un cura que quiere pegar la vuelta. El pueblo se aglutina a lo largo, a ambos lado del asfalto. Antiguos frentes de barro, altas puertas con reflejos de un pasado esplendoro­so o simples, bajas hojas de madera. Luego de la última curva al poniente y a mano izquierda, todavía se encuentra un antiguo cartel, “COTIL Parada Nº 1”, desapareci­da empresa de transporte que arrancaba allí –al pie de los Andes– su recorrido hasta Córdoba. A quienes la utilizamos y estábamos al vaivén de su servicio, nos trae un poco de

nostalgia. Atrás quedaron las sopas de Doña Lita como uno de los únicos lugares donde comer. La afluencia turística y el que la Laguna Brava haya dejado de ser solo accesible en 4x4 (en los ‘80 eran cuatro días de marcha) y la apertura del paso internacio­nal en época estival, han hecho que la oferta de servicios se acercara a la demanda con hosterías, restaurant­es y guías locales organizado­s.

También, debido a varios incidentes en la altura, se reguló la visita a esos parajes. Los Andes riojanos todavía guardan muchas sendas para el esparcimie­nto en 4x4, y cada día se suman más. No obstante, una que desde su descubrimi­ento gracias a fotos satelitale­s en 1980 no ha mermado en el interés de los aficionado­s, es la laguna del volcán Corona del Inca Pillo. Esa fue la excusa de esta nueva aventura.

Estrella diaguita

Sumamos a Ariel Varas, nuestro guía local y parte de la Cooperativ­a Laguna Brava. Por legislació­n vigente solo se puede acceder a la Reserva debidament­e acompañado­s de guías oficiales. Comenzamos a desandar el Paso de Pircas Negras, antes “de Los Toros” por el tránsito de los arrieros. Utilizado también por una de las columnas de la gesta sanmartini­ana, la del uruguayo Francisco Zelada y el riojano Nicolás Dávila en el año 1817 con 350 soldados.

Apenas dejamos el asfalto, atravesamo­s el puente sobre el río La Troya y nos detenemos. A mano izquierda, prolijamen­te alineadas en el suelo, piedras de colores negro, blanco y rojo, semejan una gran flor: es la reproducci­ón de una gran estrella diaguita, utilizada con fines ceremonial­es. A partir de allí, el camino comienza a transitar por la quebrada, que lo obliga a viborear entre los faldeos de cerros desgastado­s y erosionado­s, que entretiene­n con sus formas y el cauce mismo del río que corre tranquilo y manso unos metros más abajo.

Con los primeros rayos del sol de la mañana, el entorno comienza a tener color. Así ocres, bordós, rojos, contrastan con la negra oscuridad de intrincada­s quebradas todavía en sombras. Una vuelta cerrada da origen al paraje conocido como La Herradura. Un corte de la ruta ha hecho que se distinga una pirámide casi perfecta, con los vehículos pasando a sus pies. Más adelante, a unos 7,25 km de marcha, en el farallón, pequeñas huellas de dinosaurio­s se asoman ante quienes observan con detenimien­to. Cada metro del camino podría ser bautizado por una caracterís­tica o parecido particular. La belleza y la imaginació­n juegan a pleno en estos parajes.

Así la huella va ganando altura y en el Km 25 entramos por la calle principal, otrora río del lugar que ha hecho que las veredas estén a un promedio de un metro de altura por sobre el nivel de calle. Es la pequeña población de Alto Jagué, donde abonamos el ingreso al Parque y nos registramo­s

en la oficina de guardaparq­ues. Transitand­o por una ancha carretera de asfalto, en el Km 70 pasamos por delante de las oficinas de Roggio, constructo­ra de la obra. Cuando el odómetro llega a 90 alcanzamos el primer refugio, de forma circular y semejante a un gran iglú de piedra con entrada en forma de caracol para evitar el ingreso del viento. Nos detenemos y rápidament­e el desayuno de campo, con tortas caseras, es ávidamente consumido pese a la reiteració­n del cuidado de no cargar mucho el estómago para no ser víctimas del mal de altura.

El paisaje como protagonis­ta

Durante el recorrido vadeamos varias veces el arroyo La Troya para, luego del último cruce, comenzar a ascender rápidament­e al Cerro Pilar. Una vez que rodeamos su falda, llegamos a la cima por la angosta huella de cornisa que todavía permanece en sombras. El paisaje es sobrecoged­or, los cerros gritan con estertores de color al ser heridos por la luz del sol. Una vez que coronamos su altura, la visión es amplia y bella: al fondo, como una delgada línea tenuemente celeste, la Laguna Brava se recuesta sobre

el seno de la extensa planicie y al pie de los cerros. Todos descienden de las camionetas para admirar el paisaje.

Pero no podemos perder tiempo, necesitamo­s cruzar el arenal antes de que el sol lo afloje. Seguimos y las hondonadas que desandamos hacen cosquillas en los estómagos. La laguna va quedando a nuestra izquierda. Algunas manadas de guanacos corretean dejando una estela de polvo en el aire. A medida que nos acercamos a la orilla, las siluetas de los flamencos van definiéndo­se y tomando más color. La rodeamos hasta su orilla NO. Allí está el refugio de la Laguna; a su lado el destapado, un esqueleto humano que yace cubierto por algunas piedras al borde de su entrada. Por las radios suena “El arriero va” y la piel se nos eriza de solo pensar en la valentía de aquellos que otrora usaban este recorrido para llevar su ganado a Chile.

La última trepada

La huella sigue en buen estado unos kilómetros más, hasta que llegamos en el 1.312 al desvío, que nos aleja de la RN 76 y nos llevará al Corona. Ahora el piso es pedregoso, pronto el cauce del arroyo Veladero se transforma­rá en nuestra senda. Dos grandes rocas, una a cada lado, parecen oficiar de portal a la aventura. El cauce da lugar a los médanos. Por suerte, pese a la altura, las camionetas aún tienen fuerza suficiente para liar con el piso de arena suelta y, con algunas pequeñas quedadas, todas logran superarlo sin necesidad de bajar la presión de los neumáticos.

Llegamos a un poco más de 163 km del recorrido. Como un gran embudo, la quebrada obliga a la caravana a meterse en un angosto y pedregoso cauce; debemos una y otra vez esquivar piedras y pasar de un lado a otro para seguir avanzando.

Finalmente, la quebrada se abre y vamos dejando de lado el arroyo. Nos sorprende un fuerte viento que azota las carrocería­s y las hace mecer. La senda discurre subiendo y bajando por faldeos de suaves cerros, por sus filos. Comenzamos la última trepada. Una de las chatas, con mando electrónic­o, no puede sacar la baja y debe seguir avanzando así.

El horizonte se pinta de picos nevados; vamos lentamente y con cuidado llegando a la orilla del cráter. Nos apeamos de los vehículos y acercamos hasta el borde. el borde.En lo profundo de la hondonada, la laguna de un azul precioso, se exhibe en su esplendor. El glaciar que pende de la ladera brilla bajo el sol. La alegría de todos por haberlo logrado es evidente, disfrutamo­s del paisaje, lo fotografia­mos y contemplam­os.

Estamos a más de 5.000 msnm y cuesta respirar, pero todos sentimos la felicidad de haber conquistad­o uno de los íconos del offroad argentino. Ofertada al viento por las manos de algunos caravanero­s, flamea nuestra bandera y los pechos se hinchan con orgullo.

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 ??  ?? La caravana de vehículos comienza a trepar por la RN 76, dejando atrás la Quebrada del Peñón, ya en cercanías a la Laguna Brava.
La caravana de vehículos comienza a trepar por la RN 76, dejando atrás la Quebrada del Peñón, ya en cercanías a la Laguna Brava.
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 ??  ?? Arr. izq.: las camionetas intentan esquivar las filosas y negras piedras volcánicas en el Cañón de las Rocas. Centro: laguna del cráter Corona del Inca, a más de 5.400 msnm. Arriba: refugio de la laguna utilizado desde el Siglo XIX. Izq.: flamencos de Laguna Brava, vicuña curiosa a nuestro paso y la caravana en Alto Jagüe registrand­o su paso en la oficina de Parques.
Arr. izq.: las camionetas intentan esquivar las filosas y negras piedras volcánicas en el Cañón de las Rocas. Centro: laguna del cráter Corona del Inca, a más de 5.400 msnm. Arriba: refugio de la laguna utilizado desde el Siglo XIX. Izq.: flamencos de Laguna Brava, vicuña curiosa a nuestro paso y la caravana en Alto Jagüe registrand­o su paso en la oficina de Parques.
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 ??  ?? Arriba: la pirámide, geoforma de la Quebrada de La Troya. Der.: estrella diaguita en cercanías de Vinchina.
Arriba: la pirámide, geoforma de la Quebrada de La Troya. Der.: estrella diaguita en cercanías de Vinchina.
 ??  ?? Izq.: picnic gourmet para reponer fuerzas. Arriba: la quebrada y las nubes quedan abajo mientras la caravana gana altura, ya sobre los 4.400 msnm.
Izq.: picnic gourmet para reponer fuerzas. Arriba: la quebrada y las nubes quedan abajo mientras la caravana gana altura, ya sobre los 4.400 msnm.
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