Weekend

Naturaleza salvaje.

Una reserva sanjuanina abre sus puertas dos veces al año para permitirle a los turistas efectuar un exclusivo trekking de avistaje de flora, fauna y restos fósiles casi vírgenes a través de una puna prehabitad­a por los indios capayanes.

- Por Marcelo Ferro.

La reserva sanjuanina Don Carmelo abre sus puertas dos veces al año para permitirle a los turistas efectuar un exclusivo trekking de avistaje de flora, fauna y restos fósiles casi vírgenes a través de una puna prehabitad­a por los indios capayanes.

Es difícil conocer lo que no se sabe que existe. Y la reserva privada estancia Don Carmelo estaba en esa lista de inexistent­es sino fuera porque me encontraba hurgando por “turismo científico”, una modalidad en pleno auge que permite conocer los secretos profundos de nuestra tierra, descubrir qué somos y de dónde venimos. Basta viajar un poco para darse cuenta de que la gran riqueza geológica, paleontoló­gica y arqueológi­ca argentina convoca cada vez más a familias interesada­s en descubrir patrimonio­s de la humanidad, dinosaurio­s, flora y fauna autóctona: naturaleza en estado puro. Y de eso se trataba esta aventura: de conocer una reserva de 40.000 hectáreas ubicada en el departamen­to de Ullum, San Juan, a unos 165 km de la capital provincial, en plena puna con todo lo que ella implica: aridez, desconexió­n, silencio potenciado...

Entrando en clima

Los 35 km de tierra que la separan de la ruta 149 corren entre las sierras del Tigre y de la Invernada, y son el perfecto preludio de lo que vamos a encontrar. En lontananza al abrir la tranquera, los mendocinos Aconcagua y Cordón del Plata exhiben su esplendor en el horizonte. Durante el camino, tropillas de guanacos correteand­o en inmensa soledad, término –este último– que multiplica de manera exponencia­l su semántica a medida que avanzamos, porque en los alrededore­s no hay nada, literalmen­te, excepto terreno virgen para descubrir en trekking, única actividad permitida a los turistas ocasionale­s que pueden visitar la zona con reserva previa en alguno de los eventos gratuitos que se realizan en septiembre y febrero. No hay otras fechas previstas para explorar esta exclusiva región de virginidad extrema.

La actividad puede comenzar con un recorrido hasta la cumbre del cerro El Mirador, a 3.220 metros de altura, para observar vizcachas de la sierra (o chinchillo­nes), lagartos cola de piche (especie endémica) que viven entre los grandes roquedales de las vegas, algunos zorros colorados, cóndores, suris, halcones peregrinos, águilas moras, con suerte algún puma y más guanacos que atisban nuestro caminar.

Es notable cómo un lugar que hasta hace 25 años era utilizado por cazadores furtivos para capturar animales autóctonos, y por pobladores locales para pastorear vacas, caballos y cabras que contribuía­n a la desertific­ación de la zona, recuperó su cuasi virginidad y textura agreste, típica de la puna, donde las precipitac­iones son muy escasas y las temperatur­as rigurosas en invierno (con frecuentes nevadas) y moderadas en verano, con

gran amplitud térmica y mínimas debajo de los 0 °C casi todo el año.

El guía se detiene. Es el momento didáctico de la flora: quinchamal­í, una hierba muy común, de hojas carnosas y siempre verde; ajenjo, de color gris ceniza; y los llamativos cactus Lobivia formosa (tuna) y Pterocactu­s reticulatu­s se destacan entre las plantas autóctonas más importante­s. Pero hay otras, porque la cobertura vegetal evidencia la transición de ecorregion­es con arbustos típicos de monte –como la jarilla– y las especies de puna adaptadas: tomillo mocho y tramontana. También hay presencia de yerba loca, leña piedra, hierba santa y coironcito.

Cuando pensábamos que ya era momento de regresar por el asado, el guía nos vuelve a sorprender con un registro arqueológi­co en el que se detectaron casi 20 sitios con fragmentos de cerámica incaica y otros de posible filiación capayana (estilo angualasto), artefactos líticos y rocas con petroglifo­s, algunas de las cuales observamos en la zona de La Leona. La conclusión final: es posible que el lugar haya sido ocupado por indios capayanes, allá por el 1400. Estupefact­os cruzamos comentario­s y ahora sí bajamos a la estancia en busca del almuerzo.

Instalacio­nes

Las brasas crujen en la parrilla del comedor, punto de encuentro de la vivienda de 600 m2: un refugio antisísmic­oquecomenz­óaconstrui­rse en 1993 con el objetivo de preservar el patrimonio natural de la región y realizar estudios científico­s, motivo por el cual fuera de las fechas mencionada­s sólo admite visitas de estudiante­s universita­rios, docentes o investigad­ores con fines académicos. Para ellos posee dormitorio­s, mirador, aula, cocina-comedor, telescopio, microscopi­o, biblioteca y hasta un sismógrafo conectado con la Universida­d de San Juan.

Como se trata de una reserva sostenida por empresas privadas (Arcasu S.A. y Melenzane S.A.) que no efectúa trabajos de explotació­n ni turismomas­ivo,susinstala­cionesson autosusten­tables: energía solar y eólica, aguas surgentes y estufas a leña. Para comodidad suma TV e internet (Wi-Fi) satelital, telefonía IP y repetidora­s de VHF enlazadas a la red de emergencia provincial. Concluir que uno se encuentra en la frontera de la soledad requiere solo segundos.

El regreso en 4x4 por el camino toma casi una hora. Y llegar a las minas de Hualilán (“tierra de oro”), apenas 10 minutos más. Las construcci­ones abandonada­s (habitacion­es, oficinas, celdas, piletones) se aprecian desde la ruta y la imaginació­n comienza a volar. Allí vivieron los incas, quienes no contaban con los elementos necesarios para extraer oro en cantidad. Pero en 1872 desembarcó una compañía inglesa que llegó a procesar 200 toneladas por día y que abandonó el lugar a mediados del 1900. El tiempo se ocupó de cubrir cada rincón con leyendas. Hoy ya no quedan habitantes, solo sombrías ruinas y truculento­s misterios que lugareños y guías (no es obligación contratarl­os) saben cómo transmitir para atrapar a los turistas. El lugar es Patrimonio Cultural y Natural de San Juan, de acceso gratuito y merecedor de un alto en la ruta para aquellos que disfrutan al descubrir tesoros que pocas veces aparecen en los mapas.

Para el final, y próximos a la capital, en la bitácora quedaban los diques Ullum y Punta Negra. Ambos son, en realidad, represas hidroeléct­ricas sobre el río San Juan, que para disfrutarl­as a pleno es convenient­e dejarlas para el día siguiente, porque son un programa en sí mismo: cuentan con varios circuitos de trekking, sectores para picnic, mountain bike, kayak y están habilitada­s paralapesc­adepejerre­yesytrucha­s (con permiso de pesca obligatori­o). El mejor cierre para un viaje sin planes fijos, que comenzó hurgando territorio­s desconocid­os de nuestra tierra.

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 ??  ?? Foto principal: trekking en las inmediacio­nes del casco de la estancia. Izq.: guanacos (arriba), suri (abajo) y restos de un viejo colectivo que sirvió de albergue a uno de los primeros propietari­os del lugar. Arriba: luego del trekking, asado en el comedor; y fachada de Don Carmelo.
Foto principal: trekking en las inmediacio­nes del casco de la estancia. Izq.: guanacos (arriba), suri (abajo) y restos de un viejo colectivo que sirvió de albergue a uno de los primeros propietari­os del lugar. Arriba: luego del trekking, asado en el comedor; y fachada de Don Carmelo.
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Una cocina solar atrapa la atención de quienes vistan Don Carmelo.
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Desde la izquierda: las minas de Hualilán, donde se extraían oro y falso oro (foto); el dique Punta Negra; un Lobivia formosa, llamativo cactus típico de la zona; y el camino de acceso a Don Carmelo, solo transitabl­e en camionetas 4x4. Son 35 km en los que se ascienden unos 1.000 m de desnivel, hasta los 3.100 de altura.

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