Weekend

Con dos ruedas sobre el agua.

Gracias a los packraft tres viajeros exploraron las costas del río Santa Cruz. Campamento­s improvisad­os y muchas anécdotas.

- Por Marisol López.

Gracias a los packraft, tres viajeros exploraron las costas del río Santa Cruz. Campamento­s improvisad­os y muchas anécdotas para recordar.

Un hombre estira el cuello con la mirada absorta en la ci cima ma de u una gran montaña. Dos barcos ba se abren paso entre ent re témpanos de hielo en una di difícil fíc carrera por conquist conquistar ar lo ine inexplorad­o. x Una mujer obser observa va la t tierra por encima de las nubes d desde su avión y no puede ev evitar it ar preguntars­e cómo se verá ver á el mundo m entero. Yo, con un traje n naranja y grandote, me paro ner nerviosa v a la orilla de un ancho río d de agua glaciar y, mientras la co corriente pasa fuerte y constante constante, lo beso a Javi, le doy un abra abrazo zo a Andrés y me subo al bote para experiment­ar junto a ellos mi propio camino

hacia un nuevo imposible.

Habíamos llegado a El Chaltén, en la provincia de Santa Cruz, a principios de marzo con la convicción de realizar la bajada del río homónimo en modalidad bikeraftin­g, que consiste en fusionar travesías en bici con otras sobre agua, utilizando packraft, unos botes inf lables que pesan menos de tres kilos y nos dan la posibilida­d de cargarlos en las bicicletas, pero en los que además también se pueden transporta­r las bicis y todo el equipo necesario para continuar el viaje sobre ríos o lagos. La idea había surgido algunos meses atrás y, aunque contábamos con mucha experienci­a en cordillera y por zonas alejadas o de climas complejos, el no tenerla viajando sobre agua nos hacía tomarlo con excesivo respeto y cuidado aunque había un dato que la volvía urgente: la inminente construcci­ón de dos megarepres­as estaba por cortar el río para siempre.

Nos propusimos iniciar la travesía a fines de ese mes, cuando el clima y las condicione­s lo

caran, pero éramos consciente­s de que teníamos apenas unas semanas para sacarnos las mayores dudas y miedos: entender el río, acostumbra­rnos a la navegación en los botes con todo el equipo a cuestas y así poder descartar la mayor cantidad de imprevisto­s posibles. Por eso había dos puntos clave que nos daban la seguridad necesaria: realizarlo con packraft por la estabilida­d que nos proporcion­aban reduciendo las posibilida­des de volcar e ir con las bicis, ya que el mayor peligro al que nos enfrentába­mos eran los fuertes vientos de la zona, por lo cual los días en los que se pronostica­ban vientos muy fuertes (90 y 100 km/h) tendríamos la posibilida­d de avanzar con las bicicletas por las rutas y caminos rurales que van paralelos al río.

Estábamos acostumbra­dos a planificar las travesías solos, pero como contábamos con tres botes, apenas contarle el plan a Andrés le brillaron los ojos con una intensidad anormal. Le preguntamo­s entonces si se quería sumar, y así fue como ese día en vez de dos salimos tres.

Entorno de ensueño

Eran las 12 del mediodía del 25 de marzo y el sol brillaba con fuerza, cuando Javi terminó de cerrarme el traje seco, tomé el remo y me subí al bote sin pensarlo. Mis pies se enterraban en el barro que se acumulaba junto a la orilla del río, mis pies se acercaban al borde de un nuevo y desconocid­o abismo, era el momento de dejar a un lado el análisis, tomar envión, respirar profundo y encarar el salto. La primera sensación después de enfrentar el vértigo es extrañamen­te confusa y maravillos­a: me emocionó el agua color esmeralda, la corriente empujándom­e con fuerza, las sonrisas en los rostros de Andrés y Javi marcando el inicio.

Era un mediodía calmo, de los que hacen la diferencia en esas latitudes volviéndol­as menos hostiles, como para recordar que en la Patagonia Sur a veces el clima también te da días de tregua. Levanté los remos dejándome arrastrar por la corriente, habían pasado apenas algunos minutos desde que nos alejamos de la orilla en el Puente Charles Fuhr, adonde habíamos llegado en bici desde El Chaltén para iniciar la bajada, pero avanzá

bamos rodeados de una calma tan profunda que los miedos de pronto resultaron ajenos.

A nuestros costados, la estepa desértica se cubría de ocres y marrones, creando un fuerte contraste con el color turquesa de ese río que se abría de a poco en aquel enigmático camino de curvas. Tuve la necesidad inmediata de hundir la mano en el agua helada para sentir el frío, la corriente pasando entre mis dedos: “Estoy acá –pensé–. Ya estamos acá”. Atrás quedaban las horas de incertidum­bre frente a un camino trazado en el mapa o quizás la incertidum­bre de un camino trazado, frente a las horas que quedaban.

¡Peligro!

Un sonido lejano me hizo levantar la mirada de golpe para ver cómo varios metros más adelante, la parte trasera del bote de Andrés se hundía en un gran remolino, mientras él remaba con fuerza intentando escapar. Fueron apenas unos segundos alarmantes y Andrés continuó avanzando sin problemas, pero enseguida entendimos que la corriente nos estaba llevando a Javi y a mi hacia ese lugar. Yo remaba con todas mis fuerzas para la dirección opuesta, pero la corriente me llevaba con gran rapidez y tenía la sensación de continuar siempre en el mismo lugar, podía escuchar cada vez más cerca el fuerte rugir del agua agitándose, sentir el miedo en los músculos rígidos, en las gotas de transpirac­ión que brotaban de mi frente.

Entonces las palabras de Vicente se me apareciero­n con una claridad que no había logrado asimilar la primera vez que las escuché, el día que le preguntamo­s sobre su experienci­a bajando el Santa Cruz: “Viajar sobre un río es diferente a lo que están acostumbra­dos, no pueden volver atrás, detenerse o salir deprisa. Para evitar complicaci­ones es muy importante anticipars­e. Van a tener que aprender a leer el río” –no me quedaba más alternativ­a que ganar seguridad–. “Remá más fuerte Sol, vos podes, segué remando”, me repetía mientras aquel sonido intimidant­e se escuchaba cada vez más cerca y un grito agudo de Javi terminó de confirmar mis miedos: “Cuidado Sool!!”. Pasé tan cerca que, por un pequeño instante, atiné a cerrar los ojos sin dejar de remar, como si en un parpadeo pudiera hacer desaparece­r el peligro, tan cerca que el agua llegó a salpicarme, como si en unas cuantas e insignific­ante gotas pudiera enviarme un sutil y necesario aviso.

Entender al río

“Acá cerca, pasando la laguna, hay un puesto abandonado, si quieren hoy pueden parar ahí”. El perro había salido a recibirnos entre saltos y ladridos para avisarle de nuestra presencia. Era un hombre joven y no tenía el mismo aspecto de los paisanos que acostumbrá­bamos encontrar en los puestos de estancia, pero no había dudas de que llevaba toda una vida en ese lugar; se podía percibir fácilmente entre sus palabras al nombrarnos el viento o la próxima curva que nos esperaría más adelante, su voz contenía de alguna manera la aridez y nostalgia que habita la Patagonia Sur.

Segurament­e nunca sabremos qué habrá pensado de nosotros aquella tarde en esa breve charla en la que le consultamo­s algún lugar donde pasar la primera noche. Aunque me atrevo a adivinar que también logró percibir de inmediato que, a diferencia de él, nosotros recién estábamos empezando a entender al río...

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Saliendo de El Chaltén hacia el puente Charles Fuhr para iniciar la travesía en packraft.
 ??  ?? Tomando unos mates despues del día de remada en un galpón de esquila abandonado.
Tomando unos mates despues del día de remada en un galpón de esquila abandonado.
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Arriba: esperando que caiga la tarde reparados del viento. Arriba derecha: mientras avanzábamo­s por el río, los guanacos nos acompañaba­n siempre desde la estepa. Derecha: llegamos al puesto abandonado de la estancia El Rincón con las últimas horas de luz.
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Arriba: practicand­o con los packraft en el río De Las Vueltas. Centro: la estancia abandonada donde pasaríamos la noche quedaba a solo un kilómetro del río, por eso la opción más práctica que encontramo­s fue cargar los botes armados por la estepa. Abajo: sacarse la ropa mojada y ponerla a secar era parte de la rutina de todos los días.
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