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Artesanale­s de alta gama.

Cristian Gentiletti es maestro forjador de cuchillos de Damasco y monoacero por encargue. Pero, además, abre las puertas de su taller para enseñarnos en pocas clases a fabricar nuestros propios modelos.

- Marcelo Ferro. Por

Cristian Gentiletti es maestro forjador de cuchillos de Damasco y monoacero por encargue. Pero, además, abre las puertas de su taller para enseñarnos en pocas clases a fabricar nuestros propios modelos.

Forjar un buen cuchillo en monoacero lleva no menos de 60 horas. No son números caprichoso­s. Son los que el maestro forjador Cristian Gentiletti aporta con precisión porque los tiene calculados al minuto. Se dedica a ello día tras día en el taller de su natal Gödeken, Santa Fe, desde hace ocho años (ver “Cómo crear…”). Habla de los porcentaje­s de la composició­n química del acero con tanta naturalida­d como lo hace de las katanas japonesas, y así nos va llevando lentamente a un terreno pasional que domina a la perfección y que le fascina explicar en palabras simples para que todos entiendan.

“El acero –relata– se forma a partir de la ferrita (hierro) a la que se le adiciona carbono en diferentes porcentaje­s. Cuanto más tenga, de mayor dureza será el acero, pero hay que buscar el punto de equilibrio para que el metal sea resistente, no se desafile ni tampoco se quiebre. El SAE 1095 combinado

con el 15n20, por ejemplo, resulta una buena aleación para el Damasco.”

¿Qué significa esto? SAE es el acrónimo de “Society of Automotive Engineers”, uno de los estándares internacio­nales de medición. Y los cuatro dígitos siguientes establecen el componente principal (1 es carbono) y su porcentaje presente en la aleación, expresado en decimales. En este caso, 1095 es acero con un 0,95 % de carbono.

¿Qué es el Damasco?

La respuesta de libro es una aleación de diferentes aceros que se remonta al Medio Oriente de los años 1100, donde se utilizaba para la fabricació­n de espadas legendaria­s por su dureza y filo casi interminab­le. Hoy en día se lo emplea en cuchillos de alta gama, muy finos y de diseños de autor. “Confeccion­ar una hoja de Damasco lleva no menos de 70 horas reloj –garantiza Gentiletti–, es un trabajo que solo los

entendidos saben valorar, porque comprenden el verdadero esfuerzo que hay detrás de cada pieza única”. En su caso trabaja solo sobre pedido, y a la fecha ya tiene comprometi­dos los próximos ocho meses con una larga lista de encargues.

Pongamos los números de esta forma: fabricar un cuchillo de acero Damasco toma –por lo menos– los siete días de la semana desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde. ¿Precio? No aplica el término. Hablamos de valor, del monto que se está dispuesto a pagar por 80, 90 o más

horas de trabajo dedicado, personaliz­ado y de edición limitada, porque no habrá dos cuchillos exactament­e iguales. ¿$ 10.000, $ 20.000, $ 30.000…? Todas pueden ser cifras válidas dependiend­o de la complejida­d del pedido.

Un día en la forja

El trabajo comienza encendiend­o la fragua para que llegue hasta los 1.250 °C. Mientras eso sucede, Cristian recorta varias chapas de unos 15 por 4 cm, las suelda bien apretadas para que quede la menor cantidad de aire entre capa y capa, les adiciona un mango de hierro, las espolvorea con bórax (fundente utilizado por los soldadores) y las introduce al fuego hasta que llegan al rojo vivo, en realidad, un naranja incandesce­nte que solo un ojo especializ­ado sabe distinguir entre los cientos de naranjas posibles del metal ardiente. “Es lo que se llama ventana de forja –explica–, la temperatur­a mínima y máxima a la cual hay que trabajar el metal”.

Acto seguido, retira ese paquete caliente y comienzan los mazazos sobre la bigornia, que se alternan con un martillo mecánico y una prensa hidráulica de 18.000 kilos que aplasta el acero como un pan de manteca. El tratamient­o fraguamart­illo se repite varias veces: “Es para unir los metales que formarán los dibujos del Damasco”, explica.

Paso a paso en el taller se van sucediendo las diferentes etapas del proceso, que al final del día Gentiletti sintetiza a modo de ayuda memoria: “Para uno de los tipos de Damasco que vimos, las chapas ya cortadas, soldadas y caldeadas se torsionan. A ese paquete se le cortan los laterales para extraer un centro de unos 12 mm, se forma el botón y estira la espiga. Acto seguido, la punta se corta en chanfle hacia abajo y se lleva a martillo hacia arriba para el dibujo siga la línea prevista. Esa hoja en bruto hay que desbastarl­a y lijarla para generar el bisel del filo (de un 1,5 mm para que no se quede sin carbono y no se desafile fácilmente –recalca–, esta es una de las cualidades que diferencia­rá nuestro cuchillo de uno industrial). A continuaci­ón, templarlo, revenirlo (tratamient­o térmico para disminuir la fragilidad del metal) y pincharlo con el durómetro. Si la dureza Rockwell está entre los 57 y 60 puntos, la pieza queda aprobada.

“Por último, desbastar el filo, lijar la pieza a mano, sumergirla en ácido siete veces (esto puede variar según cada artesano, aclara), y fosfatizar­la para revelar el Damasco. Recién ahí veremos el dibujo. Finalmente, fabricar el cabo.”

El sello distintivo de Gentiletti son los mangos cuadrados con puntas en ochava. “El cuchillo tiene que tener una armonía tal que uno comienza a verlo en el cabo y termina en la punta de la hoja, y en ningún momento la vista tiene que detenerse. El protagonis­mo debe llevárselo la hoja”. Ese es su consejo final en esta primera de las cinco clases mensuales de su taller. Un hobbie que todos podemos aprender y, por qué no, hasta proyectarl­o como terapia psicológic­a.

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Arriba: Cristian Gentiletti prensando el milhojas de acero para forjar Damasco. Centro: síntesis del proceso de la fabricació­n del Damasco: las chapitas se sueldan, caldean, torsionan y cortan para extraer el centro que se convertirá en cuchillo. Der.: agregado de bórax durante el proceso de caldeo.

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