SEMANA SANTA. Dos viajes fuera de lo común.
Uno durmiendo en lodges selváticos de Misiones y otro por La Pampa, para observar la brama de los ciervos del Parque Luro y recorrer una colonia menonita donde se vive como en otro siglo.
Uno durmiendo en lodges selváticos de Misiones y otro por La Pampa, para observar la brama de los ciervos del Parque Luro y recorrer una colonia menonita donde se vive como en otro siglo.
La Semana Santa se acerca con un solo día feriado, al que muchos le agregan uno extra de vacaciones. Para aquellos que se planteen exceder la escapada a dos horas de casa, proponemos dos minigiras –una al norte y otra al sur– sumergiéndose un poco en la selva misionera o en la curiosa diversidad pampeana, factibles incluso de hacer en parte si el viaje es de solo tres días.
La provincia de Misiones está lejos de ser “solo las cataratas”. Y, de hecho, quienes visitan los legendarios saltos de agua no suelen entrar casi en la selva ni se compenetran con sus entrañas salvajes. Para conocer la espesura misionera hay que salirse un poco del circuito más clásico y dormir unas noches con ella, ese gran cuerpo viviente que respira como un todo. Si la idea es conocer en el mismo viaje las cataratas, la opción más cómoda es Posada Puerto Bemberg –a 35 kilómetros de Puerto Iguazú–, a donde se llega por un camino de tierra roja. Desde allí se visitan en el día los saltos, con el agregado de poder salir a caminar por la selva y bañarse en cascadas y arroyos con estanque en intimidad total. La otra singularidad en Puerto Bemberg es el lujo decorativo y
una gastronomía que combina con sutileza lo gourmet con ingredientes locales de la mano de un virtuoso chef. Y tiene una gran pileta rodeada de exuberancia tropical. Aquí el tiempo transcurre reposando en la selva en hamaca paraguaya y navegando el Paraná en lancha, entre dos paredes vegetales hasta la cascada Yasí.
Quienes ya conozca n P uer to Ig ua zú pero qu iera n volver a la prov i ncia pa ra disfr utar de la selva y sus pa isajes a lter nativos, pueden llegar en auto de un tirón en 12 horas desde Buenos Aires al lodge Tacuapí, cerca de Aristóbulo del Valle (en el centro exacto de Misiones: 160 km al norte de Posadas). Es un complejo de 50 hectáreas que bordean al Parque Provincial Salto Encantado, famoso por su cascada de 60 metros. El lodge tiene una hermosa piscina panorámica con vista a la selva y tres íntimas cabañas de dos pisos camufladas en el verde. El mero reposar en Tacuapí y relajarse en un hidromasaje al aire libre ya es un gran plan. Pero hay también salidas en 4x4 a cascadas en la selva y paseos a aldeas guaraníes en el valle del Cuñapirú.
Desde Tacuapí hay dos horas de viaje hacia el nor te hasta los Saltos del Moconá, una catarata baja pero muy ancha que es la cont raca ra de las de Igua zú (antes de ir conviene averiguar si están visibles y navegables porque dependen del nivel de agua). Se puede hacer ida y vuelta en el día desde Tacuapí, o encarar este viaje como una pequeña gira y dormir también en Don Enrique Eco Lodge –más cercano a los saltos– con cuatro bungalós de madera y agradables decks con sillones y hamacas sobre el arroyo Paraíso, ideal para nadar. En los paseos desde el lodge se llega a la Reserva de Biosfera Yabotí, que comienza del otro lado del arroyo. Allí un sendero selvático lleva a un gran Ivirá Pitá –árbol cañafístula– de 410 años y 50 metros de altura. Uno de los placeres más refinados en Don Enrique es salir en kayak por las aguas cristalinas del arroyo Paraíso.
La Pampa y los menonitas
Santa Rosa parece condenada a ser “una ciudad de paso a….”. Pero ese destino es injusto para una provincia limítrofe con la de Buenos Aires muy interesante de recorrer. Una gira exploratoria comienza con una tarde de campo en Estancia Villaverde, en las afueras de la capital provincial, donde se sale a pasear en carruaje francés por la planicie pampeana que se extiende a los cuatro costados hasta el infinito. O se
puede cabalgar allí sin límites entre pastizales y caldenes solitarios. Dentro de la estancia –que no ofrece alojamiento– se visita la reconstrucción de un fortín original que perteneció al Ejército durante la Campaña del Desierto, con sus ranchos de la comandancia y la tropa, el pozo de agua, el horno de barro y un mangrullo.
A 35 km de Santa Rosa queda la Reserva Provincial Parque Luro. Allí, entre el 15 marzo y fines de abril, una población de ciervos entra en celo generando un espectáculo de documental. Al ingresar al parque aparece un fastuoso pa lacio bla nco estilo Luis XVI rodeado de estatuas, levantado en 1911 por el terrateniente Pedro Luro. Aquel hombre con pretenciones versaillescas hizo de sus jardines un coto de caza e introdujo ciervos colorados de Europa que no tenían predadores y se reprodujeron hasta la provincia de San Luis. El parque tiene un excelente camping y cabañas. Una caminata sencilla permite ver al atardecer ciervos, ñandúes y mulitas con facilidad. A esa hora, en coordinación asombrosa, los ciervos machos comienzan a bramar llamando a las hembras con el fin de formar un harén. A veces las disputas entre machos terminan a las embestidas de sus ramificadas cornamentas.
Según cuanto uno extendienda la gira, se puede seguir 171 km hacia el sur hasta la salina
Colorada Chica, aún en producción. Luego de recorrerla a pie, la exploración de la zona termina con la visita al pueblo fantasma Colonia San Rosario, creado en 1920 por inmigrantes alemanes llegados de la zona del río Volga, hoy abandonado.
Experiencia solo con guía
Lo más interesante de visitar en La Pampa quizá sea la colonia de cultura menonita Nueva Esperanza, en las afueras del pueblo de Guatraché, a dos horas y media de Santa Rosa. Un viajero puede ir a pasar un día con los menonitas y comer con ellos –siempre guía mediante–, durmiendo en Guatraché. Lo curioso es que esas personas viven por decisión propia casi como en la Edad Media: sin electricidad, teléfono ni auto.
Los menonitas son aún algo cerrados y la mejor manera de acercarse y entrar a sus casas es contratando un guía aceptado por ellos. Son 1.691 miembros de una secta anabaptista derivada del protestantismo de Lutero, que hacen una interpretación extrema de la modestia y el puritanismo cristianos. La tecnología solo es aceptada en función de mejorar el trabajo. No tienen TV ni aire acondicionado, considerados artefactos para el placer.
Solo algunas personas tienen teléfono celular para atender a los clientes foráneos que les compran lácteos, verduras, muebles y objetos de metalurgia: la electricidad la usan para máquinas productivas. Hablan el antiguo dialecto plattdeutsch, una mezcla de alemán con holandés que hoy no entienden ni alemanes ni holandeses. No reconocen patria ni estado y educan a sus hijos en sus propias escuelas con un único libro: la Biblia. Además, aprenden a sumar, restar y dividir.
Al caminar por las calles uno tiene la sensación de andar por una aldea europea del Medioevo, donde solo hay algunos carros tirados a caballo y hombres hiperactivos de mameluco que van y vienen inmersos en el trabajo de campo y la manufactura: son maravillosos herreros, carpinteros y zapateros.
En las 10.000 hectáreas de la colonia funcionan un centenar de pequeñas metalurgias y cuarenta carpinterías, además de sembradíos y tambos. Un lugar de acceso sencillo es el almacén de ramos generales de Don Abraham, quien al caer el sol alumbra su tienda con un tendido de caños de gas uniendo lámparas de camping. En un estante hay cinco planchas de ropa como las de antes que se calientan a carbón.
Los menonitas están desperdigados por gran parte del continente americano y sus pudores religiosos van cambiando lentamente. Por ejemplo, no se permiten bicicletas pero si monopatines. No aceptan la bombita de luz pero sí la heladera que trae luz interior. El hecho es que estas personas configuran su vida completa alrededor de la religión, rindiendo culto sagrado al trabajo y dedicados mañana, tarde y noche a crear una riqueza que no disfrutan a la manera profana: la reinvierten siempre en producir más y mejor.