Primeras millas por el río Santa Cruz.
La autora concretó en grupo y por etapas la experiencia de navegar en kayak a vela desde el río La Leona hasta Punta Quilla. Primera parte.
La autora concretó en grupo y por etapas la experiencia de navegar en kayak a vela desde el río La Leona hasta Punta Quilla. Esta es la primera parte de su relato, que incluye las dificultades de la travesía y los momentos de felicidad colectiva.
La boca de entrada al río Santa Cruz presenta piedras que intimidan su ingreso cuando está bajo. Visualmente, navegando desde el lago Argentino con la paz y la tranquilidad que dan la vela, ese acceso nos pone en tensión y alerta. Es algo simple, pero los sentidos allí deben estar atentos, más cuando los botes son de fibra. Bajamos las velas para tener mejor visibilidad y, además, admirar en toda su plenitud ese instante, efímero, que es la puerta de entrada al río que aún hoy está en libertad.
Su color es de un esmeralda, blancuzco por la presencia del deshielo. Luego se irá tornando más transparente y menos blanco. Pero eso será a unos dos días de navegación.
Sobre la margen derecha se encuentra la primera construcción de un poblador que tiene un cable que cruza el río, con un canasto para el traslado de mercadería. Luego de pasarla, en la siguiente curva se asoma el puente de la Ruta 40 que va a El Chaltén. En ese paraje suelen tirar sus botes otros amigos kayakistas. Con velas desplegadas, pasamos debajo del puente a todo vapor, disfrutando de la velocidad de nuestros botes.
▪ Parada técnica
Ese lugar fue parada obligada para estirar las piernas, comer algo como colación de media mañana y hacer nuestras necesidades. Habíamos salido desde la isla en río La Leona, cruzamos el lago Argentino en una navegación de aproximadamente una hora –de disfrute de paisajes únicos– y habíamos enhebrado el río Santa Cruz. Ya estábamos dentro de este mítico cauce, tan lejano a nuestras tierras de la provincia de Buenos Aires, tan diferente, tan sorprendente.
El almuerzo tocó en una estancia que se encuentra sobre la margen izquierda del río. Imponente. Intacta. Su casa principal es muy alta, como si
estuviera vigilando el cauce. Tiene un muelle desplazado por alguna crecida de las aguas turbulentas y su lujo se destaca. Bajamos y a lo lejos vimos pinceladas de árboles que, en forma de cortina, protegen a la estancia en actividad. Está como en un pozo, resguardada de los vientos y el río la abraza en forma de herradura.
Después de la parada continuamos serpenteando, con aguas rápidas y vientos favorables, las velas desplegadas y atónitos observando esos acantilados en cualquiera de las dos márgenes, con capas de miles de años, formaciones rocosas descansando y el continuo viento patagónico seco que envuelve casi lo único que tenemos libre, las manos y parte de nuestro rostro.
▪ Inmersos en la naturaleza
Nos vamos adaptando a esta vida rutinaria del kayakista expedicionario, de los sentidos en constante alerta, de nuestro cuerpo aunado con la fibra del esquife y en las rachas que se ven en el agua y chocan con la vela desplegada. Para los amantes de los números, en esta primera jornada navegamos 75 km, casi todo a vela, maravillándonos de esta naturaleza inhóspita que nos envuelve.
El acampe será en otra estancia abandonada, Puesto Báez (así lo llamamos), todo intacto. Será un gran refugio para uno de los botes que, por la tarde, sufrió una avería. Como si todo nos estuviese esperando, la reparación en fibra se haría sobre caballetes y dentro de un galpón.
Allí también aprovechamos, los más arriesgados, a ducharnos con agua caliente desde una bolsa estanca preparada para tal fin, colgada de un tirante del galpón que se utilizaba para realizar trabajos mecánicos. Obviamente la ducha sería con vista a la estepa patagónica y con una brisa fría que envolvía el cuerpo. Pero en esas latitudes, esto es todo un lujo.