Weekend

Todos los febreros a la misma hora

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Es caprichoso el azar...”, dice la canción. Hará ya cuatro largos años que decidí, un sábado de febrero, hacer un asado para reunir a mis hijos y pasar una tarde en familia, recargar afectos, compartir momentos. Lo que no sabía era que la naturaleza nos iba a brindar un instante de ternura sin igual. Alisté la parrilla que está al lado de una palmera que yo mismo planté en una maceta. Era un gajo que me regalaron unos amigos hace casi 30 años. La maceta quedó sobre la tierra, las raíces se desarrolla­ron y la palmera explotó hacia afuera, pero por algún motivo particular no pasó los tres metros de altura, lo cual resultó genial para albergar unas orquídeas y suculentas que me quedaron de herencia y, a la vez, proteger con su follaje la cucha de Folk, mi perro, durante los soleados días del verano.

Ese sábado, Folk–po in ter y compañero de innumerabl­es cacerías durante la temporada de caza menor– se mostraba inquieto. Mientras yo prendía fuego, él iba y venía buscando, marcando lugares. Pensé que estaba excitado porque presentía que venían los chicos, lo que para él se traduce en una fiesta de mimos y caricias. Entre el sonido del crepitar del fuego se sentía casi impercepti­ble un piar que no tuve en cuenta hasta que Folk, segurament­e cansado de que no le prestara atención, se acercó a mi y en su boca traía un pichón de paloma de muy pocos días, todavía desplumado, que aleteaba entre sus grandes dientes, tal vez presintien­do lo efímero de su existencia.

Piaba con fuerza hasta que milagrosam­ente se lo saqué sano de la boca. Rememoré los momentos de marcas en el campo y aporte de las presas abatidas (otros cazadores siempre me preguntaro­n si Folk lastimaba las presas cuando las traía: ahí está la respuesta). Su inmensa boca protegía al indefenso animal que en otro momento podría haber sido su presa. Sin duda, una muestra de sensibilid­ad de esta raza, sino la de Folk en particular. Cuando tuve a aquel pequeño ser es mis manos, ahí, recién ahí, empezó en mi una serie de dudas: ¿Dónde estaría el nido? ¿Cómo hacer para que la madre lo viera? Me encontraba en esas elucubraci­ones cuando se me ocurrió hacer lo que mismo que en el campo: si no encuentro una pieza, preguntarl­e al perro: “¿Dónde está, Folk? Busque, busque”. El está acostumbra­do a eso.

Enseguida se paró sobre su cucha y comenzó a ladrarle a la palmera. No entendía. Así estuvimos un largo rato: yo fijándome en la ramas superiores sin ver nada y Folk saltando y dando vueltas sobre una hoja que no estaba a más de dos metros del piso. Fue en ese momento cuando, en el pliegue de una hoja, vi un pequeño nido. Busqué una silla, deposité al pichón que enseguida se acurrucó y llegaron Clarisa, Lucho, Sofía y Guido, mis hijos con sus parejas.

A los cuatro al mismo tiempo les comenté lo ocurrido. Ellos miraban el nido, el pichón y comenzó el debate: que si su madre volvería a buscarlo con tanta gente alrededor, que si aceptaría al pichón con el olor del perro en sus plumajes, que si... Fue un gran momento familiar donde el celular y la tecnología quedaron de lado.

Tras muchas caricias a mi mascota por haberse comportado así, comenzamos a disfrutar del asado y un buen vino. Estábamos festejando entre risas cuando sentimos un aleteo sobre nuestras cabezas: la madre había llegado al nido y cobijado a su pichón. Ahí se quedó toda la tarde, jamás se movió pese a que mi yerno mide 1,95 my cada vez que se paraba estaba a escasos centímetro­s de ella. Cerramos la tarde con postre, café y una gran anécdota con muchas fotos.

Como dije al comienzo ,“Es caprichoso el azar ...”. A partir de ese día, todos los febreros vuelve una paloma a hacer su nido en el mismo lugar. Lugar que el cazador con su perro –paradójica­mente– protegen y disfrutan cuidando de ese huevo hasta ver su cáscara partida en el suelo. Saben entonces que la magia de la vida otra vez comienza su círculo mientras esperan ansiosos que el pichón comience su aleteo. Nunca sabremos si la que vuelve es aquella madre original o su cría, pero no interesa, siempre hay una rama baja para cobijarlos .

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