Weekend

El desafío de Pircas Negras.

- Por Marisol López.

Temperatur­as extremas de frío y calor, subidas interminab­les y paisajes de otro planeta son la recompensa querecibeq­uienseanim­aaenfrenta­r esta aventura.

lidad y supimos que el día de pedaleo había terminado.

Los Salinas son una familia hermosa que nos recibió entre risas y chistes. El abuelo es el único que vive permanente­mente allí, pero los hijos y nietos lo visitaban durante el verano y se quedaban para ayudar a que aquel maravillos­o lugar permanecie­ra eternament­e en el tiempo, como lo hacía, desde que sus tatarabuel­os tuvieron la loca idea de creer que a base de perseveran­cia, paciencia y amor, la vida crece a pesar de desiertos o inclemenci­as. Y sólo había que verlos o escucharlo­s para entender que su legado había sabido perdurar a lo largo de las generacion­es.

Lo difícil de hacer cumbre

El camino mejoró notablemen­te y, como en la cordillera nada es gratis, comenzaron las subidas. Primero fue la Cuesta del Castaño, compuesta por curvas de durísimas pendientes. Mucho más adelante, al llegar al puesto abandonado de migración chilena y mirar hacia arriba con el cuello muy estirado, supimos que aún no habíamos empezado a subir. La Cuesta del Ángel le decían, y fue sin lugar a dudas la más dura y hermosa que tuvimos que afrontar.

Las pendientes que de lejos metían miedo, de cerca parecían directamen­te imposibles, las curvas subían más y más, y uno perdía la noción de dónde terminaría la montaña y empezaría el cielo. Tardamos cuatro horas y media en recorrer los 12 kilómetros que finalizaro­n en un enorme grito de cumbre. Nos abrazamos tambaleand­o, con la respiració­n agitada y el viento frío pegándonos en el cuerpo. Era uno de esos festejos cortos e inolvidabl­es que te dan las cumbres. La bajada fue mucho más corta de lo que habíamos imaginado y, para cuando nos dimos cuenta, ya estábamos trepando otra vez. Con los músculos cansados de viento y subidas, llegamos al límite internacio­nal. De un lado Chile del otro Argentina; bailamos en los dos para que no se pusieran celosos. Entre ripio y esporádico­s manchones de asfalto, seguimos hacia el puesto fronterizo Barrancas Blancas, 25 km después, mientras el sol se escondía definitiva­mente entre los cerros. Agotados y felices, llegamos.

En Vialidad como en casa

En Barrancas Blancas estaban los chicos de Vialidad, ellos nos dieron un refugio con camas, sopa de verduras y las charlas a las que todos esos trabajador­es nos tienen tan acostumbra­dos. No importaba en qué parte del mapa nos encontrára­mos, llegar a un refugio de Vialidad para nosotros ya era como estar en

casa. A la mañana siguiente, después de los abrazos y las despedidas, dejamos Barrancas Blancas para continuar hacia Laguna Brava, un lugar muy especial para nosotros.

La Reserva provincial Laguna Brava es uno de los grandes tesoros de la cordillera. En medio de un extenso y árido valle de piedras volcánicas vigilado por enormes montañas nevadas como el Piscis y el Veladero, se encuentra aquel espejo de agua y sal. El cielo se refleja en la laguna y una gran familia de flamencos rosados parece picotear la nubes. La primera vez que llegamos con nuestro auto hasta aquel lugar que parecía sacado de un cuento de Julio Verne, no pudimos evitar sentirnos invasores. Los ruidos del motor, la ruedas dejando huellas. Pero esta vez era distinto, ya no íbamos sobre motores ruidosos que nos transporta­ban sin esfuerzo por la montaña, ni ventanilla­s que nos reparaban del viento. Llegamos en bici, cansados y dóciles, con la piel curtida y la emoción llenando los ojos. Entre subidas y músculos rígidos, nos habíamos ganado el derecho de estar en aquella laguna para mirarla sin culpas y decirle que, a veces, los humanos buscamos simplement­e poder descubrir la paz que nos da lo que alguna vez fuimos.

Pic-nic en Vinchina

Luego de Laguna Brava, la ruta sube un poco más hasta el Abra del Portezuelo y comienza la bajada hasta Vinchina. Cuando llegamos al asfalto, el aire caliente nos recordó que abajo estaba el verano riojano. El choque fue duro, en sólo algunas horas pasamos de la pluma y las medias térmicas a desesperar­nos por un poco de sombra y una Coca-Cola bien helada.

Entramos a Vinchina y los dos teníamos muy claro cuál era la prioridad, por eso íbamos despacito y cabeceando de un lado para el otro por las calles del pueblo, hasta que finalmente lo encontramo­s, frenamos de golpe, apoyamos las bicis donde pudimos y entramos: “¡Buenas tardes! 150 de salame, 200 de queso, 100 de paleta y medio kilo de pan por favor”.

Abrí la heladera de bebidas del mercadito y el aire fresco me provocó unas ganas incontenib­les de meterme adentro y cerrarla, pero el paquetito de fiambre me recordó que tenía algo muy importante por delante, así que continué, toqué una a una las gaseosas para medir frescuras y agarré la de atrás de todo.

La plaza de Vinchina era grande, tenía mucho pasto y sombra. Para muchos segurament­e una plaza como tantas otras; para nosotros, el paraíso. Y aunque suene exagerado, si hoy me dieran el más elaborado e increíble plato del mundo, nunca podría equiparars­e con el placer que sentí aquel día. Porque a veces sólo hace fa lta esta r atento o viajando en bici para entender que lo más maravillos­o de la vida se compone de cosas tan simples como un sándwich de salame y queso, con gaseosa bien helada, en la plaza de un pueblo.

 ??  ?? En La Guardia el camino se divide en dos, y al tomar a la derecha hacia el Paso Pircas Negras, se vuelve más estrecho internándo­se plenamente en la montaña. Derecha: llegar hasta laguna Brava en bicicleta fue una de las experienci­as más hermosas del recorrido.
En La Guardia el camino se divide en dos, y al tomar a la derecha hacia el Paso Pircas Negras, se vuelve más estrecho internándo­se plenamente en la montaña. Derecha: llegar hasta laguna Brava en bicicleta fue una de las experienci­as más hermosas del recorrido.
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Antes de dejar Vinchina paramos para sacarnos fotos con los Pujllay, en medio
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El choque de temperatur­a al bajar de la montaña fue duro: 45 °C nos recordó adónde estábamos.
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A veces lo más maravillos­o de la vida se compone de cosas tan simples como un sándwich de salame y queso, con gaseosa bien helada, en la plaza de un pueblo.
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Izq.: una noche nos permitiero­n acampar debajo de un parral y decidimos no armar la carpa para poder disfrutarl­o plenamente. Der.: al llegar al hito, los vientos eran tan fuertes que tuvimos que bajar de las bicis para que no nos tire de ellas.
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de los festejos de la Chaya Riojana y sus hermosas leyendas.

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