De Cóndor Cliff a La Barrancosa.
Bogas y pirá pitás, pero también especies carniceras como el dorado, pueden tentarse en flycast en aguas cercanas a Concepción del Uruguay, Entre Ríos. La yapa: pescar taruchas en todas las modalidades.
En la segunda etapa de la navegación en kayak a vela, los expedicionarios recorren embalses casi terminados y llegan hasta impactantes construcciones abandonadas.
Lavarropas” le decimos los pescadores a la pelea que nos da un pez cuando lo clavamos y se planta en su lugar, removiendo barro o agua a puro coletazo y cabezazo, ya sean dorados, tarariras o truchas. El viaje de regreso de esta experiencia mi cabeza era un verdadero lavarropas mental, donde se mezclaban múltiples sensaciones y la razón trataba de encontrar sin éxito alguna coordenada. ¿Una pesca digna del Alto Paraná a una distancia de miniturismo? ¿Dorados comiendo frutitos? ¿Pira pitás, bogas y dorados coexistiendo bajo el mismo planterío? Como decía Cerati: “Eso pasó, fue”.
La propuesta de hacer una pesca muy técnica de omnívoros, dignas del alto Paraná, a menos de 300 km de Buenos Aires fue aceptada de inmediato. El hombre clave del lugar, Julián Marchessi, es el único guía que trabaja en flycast y viene invirtiendo muchos años en buscar lugares adecuados para saber dónde bogas, pirá pitás y dorados comen plantas que sueltan frutos que les sirven de alimento. Las moscas, en buena parte de la jornada, no iban a tener plumas, fibras o pelos, sino un mix de siliconas símil frutos que, en genial creación de Sergio Salvatore, imitan los cebos naturales a la perfección. Con este escenario, solo faltaba la compañía adecuada para maximizar la experiencia, que fue la del instructor de casteo Sergio Rojas y la atadora de moscas Silvia Lopardo, responsables del proyecto Flybaires.
Equipos y técnicas
El arribo tempranero nos encontró con el guía en su lancha, el mate pronto que fuimos degustando durante la navegación y ni bien salimos del Club de Regatas, al pasar delante de la virgen Stella Maris, patrona de los pescadores y navegantes, ya teníamos armados nuestros equipos consistentes en cañas de fly Nº 6, con línea acorde de flote, y un leader armado con algo de refuerzo (se recomienda un tramo de 0,70 y otro de 0,50 pues arrancamos con mayor progresión y sufrimos cortes), rematado en un cable de acero de 20 lb (1 lb = 453.59 g) con un anzuelo de pata corta y gap amplio, de la mejor calidad posible, acorde al tamaño de un frutito de goma de 1,5 a 2 cm de ancho. El encarne correcto no debe ir por el medio del fruto, sino pellizcar un cuarto del mismo, dejando la mayor parte del anzuelo desnudo para facilitar la clavada.
Los frutos que comen las especies a tentar provienen de los laureles costeros, las moras, las enredaderas con inflorescencias en fructificación, los álamos, sauces y los ingás. Por eso es conveniente contar con un variado surtido de colores aunque, a decir del guía, “andan todos”.
La otra parte del asunto es la presentación. Como vamos a imitar frutos cayendo de árboles, lograr una caída natural optimiza las chances de éxito. Si bien es un tiro que no requiere de falsos cast, sí exige algunos recursos técnicos como un buen levante y tendido, un buen roll cast y el timing justo para dejar hundir el fruto el tiempo justo y volver a intentarlo. Allí es donde se lucieron nuestros invitados Sergio y Silvia, mosqueros que solo realizan pescas en fly y dominan este arte. El gran enemigo de estas pescas es precisamente aquello que las genera: el ramerío costero. Porque un tiro malo que termine en el enganche de la bolita en un árbol nos hará perder tiempo valioso y alterar la zona de pesca espantando los trofeos.
Ya con todo pronto, largamos la jornada turnándonos dos en la pesca y el tercer pescador en los registros fotográficos. Arrancamos en un bracito secundario del río Uruguay, en zona aledaña a la
ciudad donde, al primer tiro, un arrebato me agarró con línea floja y no pude clavar, y al segundo tiro me dio mi primera pieza, que no fue un omnívoro sino ¡un dorado! Y debo confesar que si bien ya venía observando este tipo de capturas en el muro de Facebook de nuestro guía, al lograr un pirayú con fruto blando “se me quemó la cabeza” porque no logro explicarme cómo un carnicero se tienta con una recompensa tan mínima y de origen vegetal.
El caso es que estaba por devolver mi captura cuando Sergio Rojas ya tenía el suyo dando saltos y Silvia, que había ocupado la plataforma trasera mientras yo desanzuelaba, también dijo presente con un tercer tigre. Más preguntas que respuestas, y el corazón palpitando a mil, mientras Julián, sonrisa tranquilizadora en su rostro y mate en mano, nos invitaba a cambiar de plan: “Bueno, vamos por las bogas y los pirá pitás”.
Tras una navegación corta, arrimamos a una costa donde se veía un enorme movimiento de peces bulando por doquier. “Son sábalos”, dijo el guía, y nos invitó a concentrarnos en una estructura de palos para poner las bolitas cerca de cada saliente. Repetimos el show de dorados, con Sergio y Silvia mostrando su pericia en la clavada, que debe hacerse no con la caña, sino como si hiciéramos un strippeo fuerte hacia atrás con la mano que tiene la línea. Así nos divertimos un rato hasta que algo me picó diferente: no fueron dos o tres tironeos y el típico salto del dorado, sino que esta vez lo que tenía prendido buceaba buscando profundidad. Una hermosa pelea, en la que la paciencia le ganó a la ansiedad, me dio mi primera boga de Concepción: un ejemplar de casi dos kilos que se tentó con un frutito rojo.
Tarariras con yapa
Un almuerzo reparador bajo la arboleda nos dio fuerzas para lo que vendría, que fue probar suerte con tarariras en aguas quietas, trabajando pequeños riachos con recodos muy tentadores. Aquí los frutos blandos dieron paso a las creaciones de Silvia Lopardo: ratitas, streammers y poppers que sus manos talentosas ataron para lograr engañar a nuestras queridas Hoplias.
En la primera parada hubo pocos ataques en los poppers. Y los streammers no dieron resultado. El lugar era tan prometedor que parecía imposible no encontrar taruchas allí. Armé un equipo de bait y logramos un par de ejemplares con Julián. Pero no nos conformó la pesca y el guía nos trasladó a otro ámbito léntico de aguas bajas (la patria de la tararira), donde los streammers eran atacados con rabia cuando les
peinaban la ñata a las dientonas, que no querían subir a tomar señuelos en superficie.
Sergio logró un ejemplar haciendo un tiro de más de 25 m que terminó en aplausos por toda la tripulación, dado que el guía estaba sacándonos del lugar con el motor eléctrico y nos alejaba de la zona de fuego, pese a lo cual nuestro instructor se llevó la taru del estribo. Y en una tercera parada me di el gusto de cobrar muy pero muy buenos ejemplares con moscas que rindieron mucho más que los señuelos.
La pesca en aguas bajas nos despidió con otra sorpresa: Sergio Rojas pinchó dos rayas, que compartían territorio con las tarus. Una no pudo ser izada, pero la segunda sí. El streammer la pinchó en un costado y se entregó tras interminables minutos de pelea llevando el equipo a un esfuerzo máximo.
El gol sobre la hora
Teníamos en el haber bogas, dorados, tarariras y hasta dos rayas pinchadas, pero Julián nos decía que faltaba conocer a las estrella de la pesca en flycast: el pirá pitá. En tiempo de moras, hacia la primavera, es donde su pesca se facilita, pero en nuestra jornada no podíamos dar con uno. Los dorados se hacían presentes por doquier, y acaso imponían su presencia ante este pez rojo (eso significa su nombre en guaraní, haciendo alusión a su carne de color rosáceo) que les cedía terreno.
Febo ya comenzaba a despedir sus últimos rayos y las barrancas donde trabajábamos la pesca nos seguían entregando dorados. Hasta que prendí un pirá pitá y –como en el caso de la boga– supe que estaba ante algo bien distinto a lo conocido: su pelea es bravísima y no se cansa como el dorado, que tiende a saltar, sino que busca bucear y refugiarse en las ramas. Lo vimos en superficie y el guía celebró diciendo “vamos que es un pirá”, pero justo allí, en un arremetida final, el pez me cortó el tippet.
El rearme no tuvo más sutilezas: un tramo del leader del 0,70, otro del 0,50, cable de acero, anzuelo y otro frutito. Seguimos unos minutos más y, al fin, tuve otro pique de pirá pitá. Esta vez el silencio del grupo acompañó la tensión de una pelea interminable, pura adrenalina, con la caña 6 hecha una U y el corazón convertido en un redoblante. Julián tuvo el copo a mano y cuando se asomó logró embolsarlo. Fue un broche de oro sensacional para coronar la pesca en un ámbito maravilloso como el delta del Uruguay que tiene Concepción, una región de extraordinario potencial que nos dio muestras de sus especies más deportivas.