Weekend

De Cóndor Cliff a La Barrancosa.

Bogas y pirá pitás, pero también especies carniceras como el dorado, pueden tentarse en flycast en aguas cercanas a Concepción del Uruguay, Entre Ríos. La yapa: pescar taruchas en todas las modalidade­s.

- Adriana Büchele. Por

En la segunda etapa de la navegación en kayak a vela, los expedicion­arios recorren embalses casi terminados y llegan hasta impactante­s construcci­ones abandonada­s.

Lavarropas” le decimos los pescadores a la pelea que nos da un pez cuando lo clavamos y se planta en su lugar, removiendo barro o agua a puro coletazo y cabezazo, ya sean dorados, tarariras o truchas. El viaje de regreso de esta experienci­a mi cabeza era un verdadero lavarropas mental, donde se mezclaban múltiples sensacione­s y la razón trataba de encontrar sin éxito alguna coordenada. ¿Una pesca digna del Alto Paraná a una distancia de miniturism­o? ¿Dorados comiendo frutitos? ¿Pira pitás, bogas y dorados coexistien­do bajo el mismo planterío? Como decía Cerati: “Eso pasó, fue”.

La propuesta de hacer una pesca muy técnica de omnívoros, dignas del alto Paraná, a menos de 300 km de Buenos Aires fue aceptada de inmediato. El hombre clave del lugar, Julián Marchessi, es el único guía que trabaja en flycast y viene invirtiend­o muchos años en buscar lugares adecuados para saber dónde bogas, pirá pitás y dorados comen plantas que sueltan frutos que les sirven de alimento. Las moscas, en buena parte de la jornada, no iban a tener plumas, fibras o pelos, sino un mix de siliconas símil frutos que, en genial creación de Sergio Salvatore, imitan los cebos naturales a la perfección. Con este escenario, solo faltaba la compañía adecuada para maximizar la experienci­a, que fue la del instructor de casteo Sergio Rojas y la atadora de moscas Silvia Lopardo, responsabl­es del proyecto Flybaires.

Equipos y técnicas

El arribo tempranero nos encontró con el guía en su lancha, el mate pronto que fuimos degustando durante la navegación y ni bien salimos del Club de Regatas, al pasar delante de la virgen Stella Maris, patrona de los pescadores y navegantes, ya teníamos armados nuestros equipos consistent­es en cañas de fly Nº 6, con línea acorde de flote, y un leader armado con algo de refuerzo (se recomienda un tramo de 0,70 y otro de 0,50 pues arrancamos con mayor progresión y sufrimos cortes), rematado en un cable de acero de 20 lb (1 lb = 453.59 g) con un anzuelo de pata corta y gap amplio, de la mejor calidad posible, acorde al tamaño de un frutito de goma de 1,5 a 2 cm de ancho. El encarne correcto no debe ir por el medio del fruto, sino pellizcar un cuarto del mismo, dejando la mayor parte del anzuelo desnudo para facilitar la clavada.

Los frutos que comen las especies a tentar provienen de los laureles costeros, las moras, las enredadera­s con infloresce­ncias en fructifica­ción, los álamos, sauces y los ingás. Por eso es convenient­e contar con un variado surtido de colores aunque, a decir del guía, “andan todos”.

La otra parte del asunto es la presentaci­ón. Como vamos a imitar frutos cayendo de árboles, lograr una caída natural optimiza las chances de éxito. Si bien es un tiro que no requiere de falsos cast, sí exige algunos recursos técnicos como un buen levante y tendido, un buen roll cast y el timing justo para dejar hundir el fruto el tiempo justo y volver a intentarlo. Allí es donde se lucieron nuestros invitados Sergio y Silvia, mosqueros que solo realizan pescas en fly y dominan este arte. El gran enemigo de estas pescas es precisamen­te aquello que las genera: el ramerío costero. Porque un tiro malo que termine en el enganche de la bolita en un árbol nos hará perder tiempo valioso y alterar la zona de pesca espantando los trofeos.

Ya con todo pronto, largamos la jornada turnándono­s dos en la pesca y el tercer pescador en los registros fotográfic­os. Arrancamos en un bracito secundario del río Uruguay, en zona aledaña a la

ciudad donde, al primer tiro, un arrebato me agarró con línea floja y no pude clavar, y al segundo tiro me dio mi primera pieza, que no fue un omnívoro sino ¡un dorado! Y debo confesar que si bien ya venía observando este tipo de capturas en el muro de Facebook de nuestro guía, al lograr un pirayú con fruto blando “se me quemó la cabeza” porque no logro explicarme cómo un carnicero se tienta con una recompensa tan mínima y de origen vegetal.

El caso es que estaba por devolver mi captura cuando Sergio Rojas ya tenía el suyo dando saltos y Silvia, que había ocupado la plataforma trasera mientras yo desanzuela­ba, también dijo presente con un tercer tigre. Más preguntas que respuestas, y el corazón palpitando a mil, mientras Julián, sonrisa tranquiliz­adora en su rostro y mate en mano, nos invitaba a cambiar de plan: “Bueno, vamos por las bogas y los pirá pitás”.

Tras una navegación corta, arrimamos a una costa donde se veía un enorme movimiento de peces bulando por doquier. “Son sábalos”, dijo el guía, y nos invitó a concentrar­nos en una estructura de palos para poner las bolitas cerca de cada saliente. Repetimos el show de dorados, con Sergio y Silvia mostrando su pericia en la clavada, que debe hacerse no con la caña, sino como si hiciéramos un strippeo fuerte hacia atrás con la mano que tiene la línea. Así nos divertimos un rato hasta que algo me picó diferente: no fueron dos o tres tironeos y el típico salto del dorado, sino que esta vez lo que tenía prendido buceaba buscando profundida­d. Una hermosa pelea, en la que la paciencia le ganó a la ansiedad, me dio mi primera boga de Concepción: un ejemplar de casi dos kilos que se tentó con un frutito rojo.

Tarariras con yapa

Un almuerzo reparador bajo la arboleda nos dio fuerzas para lo que vendría, que fue probar suerte con tarariras en aguas quietas, trabajando pequeños riachos con recodos muy tentadores. Aquí los frutos blandos dieron paso a las creaciones de Silvia Lopardo: ratitas, streammers y poppers que sus manos talentosas ataron para lograr engañar a nuestras queridas Hoplias.

En la primera parada hubo pocos ataques en los poppers. Y los streammers no dieron resultado. El lugar era tan prometedor que parecía imposible no encontrar taruchas allí. Armé un equipo de bait y logramos un par de ejemplares con Julián. Pero no nos conformó la pesca y el guía nos trasladó a otro ámbito léntico de aguas bajas (la patria de la tararira), donde los streammers eran atacados con rabia cuando les

peinaban la ñata a las dientonas, que no querían subir a tomar señuelos en superficie.

Sergio logró un ejemplar haciendo un tiro de más de 25 m que terminó en aplausos por toda la tripulació­n, dado que el guía estaba sacándonos del lugar con el motor eléctrico y nos alejaba de la zona de fuego, pese a lo cual nuestro instructor se llevó la taru del estribo. Y en una tercera parada me di el gusto de cobrar muy pero muy buenos ejemplares con moscas que rindieron mucho más que los señuelos.

La pesca en aguas bajas nos despidió con otra sorpresa: Sergio Rojas pinchó dos rayas, que compartían territorio con las tarus. Una no pudo ser izada, pero la segunda sí. El streammer la pinchó en un costado y se entregó tras interminab­les minutos de pelea llevando el equipo a un esfuerzo máximo.

El gol sobre la hora

Teníamos en el haber bogas, dorados, tarariras y hasta dos rayas pinchadas, pero Julián nos decía que faltaba conocer a las estrella de la pesca en flycast: el pirá pitá. En tiempo de moras, hacia la primavera, es donde su pesca se facilita, pero en nuestra jornada no podíamos dar con uno. Los dorados se hacían presentes por doquier, y acaso imponían su presencia ante este pez rojo (eso significa su nombre en guaraní, haciendo alusión a su carne de color rosáceo) que les cedía terreno.

Febo ya comenzaba a despedir sus últimos rayos y las barrancas donde trabajábam­os la pesca nos seguían entregando dorados. Hasta que prendí un pirá pitá y –como en el caso de la boga– supe que estaba ante algo bien distinto a lo conocido: su pelea es bravísima y no se cansa como el dorado, que tiende a saltar, sino que busca bucear y refugiarse en las ramas. Lo vimos en superficie y el guía celebró diciendo “vamos que es un pirá”, pero justo allí, en un arremetida final, el pez me cortó el tippet.

El rearme no tuvo más sutilezas: un tramo del leader del 0,70, otro del 0,50, cable de acero, anzuelo y otro frutito. Seguimos unos minutos más y, al fin, tuve otro pique de pirá pitá. Esta vez el silencio del grupo acompañó la tensión de una pelea interminab­le, pura adrenalina, con la caña 6 hecha una U y el corazón convertido en un redoblante. Julián tuvo el copo a mano y cuando se asomó logró embolsarlo. Fue un broche de oro sensaciona­l para coronar la pesca en un ámbito maravillos­o como el delta del Uruguay que tiene Concepción, una región de extraordin­ario potencial que nos dio muestras de sus especies más deportivas.

 ??  ?? Tirar con precisión debajo de las ramas que sueltan frutos es clave para tener piques explosivos. Lo que sigue es una lucha titánica que se disfruta con sutiles equipos de flycast.
Tirar con precisión debajo de las ramas que sueltan frutos es clave para tener piques explosivos. Lo que sigue es una lucha titánica que se disfruta con sutiles equipos de flycast.
 ??  ?? La pesca de omnívoros como el pirá pitá (arriba) y las bogas (abajo) encuentra una nueva dimensión con el uso de frutos blandos. Los usamos en varios colores y todos rindieron por igual.
La pesca de omnívoros como el pirá pitá (arriba) y las bogas (abajo) encuentra una nueva dimensión con el uso de frutos blandos. Los usamos en varios colores y todos rindieron por igual.
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 ??  ?? Dorados de excelentes portes también sucumbiero­n al encanto de las bolitas. Con streammers tradiciona­les cobramos tarariras y hasta dos rayas.
Dorados de excelentes portes también sucumbiero­n al encanto de las bolitas. Con streammers tradiciona­les cobramos tarariras y hasta dos rayas.
 ??  ?? Nuestros amigos mosqueros Silvia Lopardo y Sergio Rojas, con un doblete de dorados logrados con frutos blandos. Lograr que éstos imiten a los naturales en su formato y caída es clave, así como un encarne que deje al descubiert­o la mayor parte de un anzuelo de gap amplio, punta filosa y pata corta.
Nuestros amigos mosqueros Silvia Lopardo y Sergio Rojas, con un doblete de dorados logrados con frutos blandos. Lograr que éstos imiten a los naturales en su formato y caída es clave, así como un encarne que deje al descubiert­o la mayor parte de un anzuelo de gap amplio, punta filosa y pata corta.
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