Weekend

En busca de un trofeo.

- Por Emilio Dickmann.

Relato de un lector.

Frente a mi, Johann van Rensburg abrió el guestbogue­stb book en la hoja de septiembre de 1979 y allí í estaba tb l la prueba de mi visita a Ongariwand­a hacía 36 años. Y se acordaba de que, en esa visita de tres días junto a Carlos Elizalde, en mi primera tarde había cazado dos kudúes. Se juntan muchos recuerdos y emociones al revivir aquellos días. Bueno al grano. Entré en contacto ya hace más de un año con Johnnie, el hijo del patriarca que tiene mi misma edad ,74, y quedó arreglada la cuestión: en principio seríamos cuatro pero, claro, cuando llegó el momento de transferir la seña dos se borraron, así que quedamos solo Jorge Fernández y yo. La idea era cazar un leopardo (que no se dio), facoceros y un antílope sable. Jorge, en su primer viaje al Africa, estaba por el clasico “plains game safari”: kudu, orix, springbok, cebra, facocero, impala, etc. Cumplió 100 % con su objetivo y con muy buenos trofeos.

El sable ( Hipotragus níger, en latín) es un antílope de tamaño considerab­le, un macho adulto que llega tranquilam­ente a los 250 o 270 kilos de peso. De color negro azabache con la panza blanca y marcas blancas en la frente, se diferencia de las hembras (que también tienen cornamenta de menor tamaño) por su color, ya que son de tono castaño rojizo, igual que las crías, y por su menor tamaño. Es un animal gregario y en la manada hay un macho viejo que lidera. Si bien su hábitat natural era la zona boscosa de Africa del Sur al norte de Limpopo y Botswana, ha sido introducid­o con éxito hace años en Namibia, donde proliferó. Animal bravío y que no huye al ser atacado por leones, tiene unos imponentes cuernos curvados hacia atrás y que tienen más de un metro de largo.

El sable se encontraba en una zona algo alejada de Ongariwand­a, a unos 350 km que recorrimos por las excelentes carreteras asfaltadas. Después de unas horas de viaje llegamos a otro establecim­ento de caza. Allí nos esperaba un guía nativo. Subimos con la Land Cruiser un par de cerros, siempre parando para observar. En un momento el guía nos indicó que debíamos continuar a pie, y así lo hicimos con más de 36 ºC a través de un monte de acacias espinosas. Maldita planta, sus espinas son como anzu el osl que, una vez que se enganchan henl la ropa oenl al carne, debemos retroceder para liberarnos. Avanzamos por esa tierra rojiza y, en un momento, se nos cruzaron unos orix a la carrera. Nos detuvimos y, mirando con los binoculare­s, en un costado del monte había una mancha negra. Sable –o swartwitpe­ns, en afrikáans–, sentenció el guía. Mi corazón latía con fuerza pero la indicacion fue: primero arrimarnos más, pues estaba como a500m,y esperara que se pusiera de costado, ya que estaba de frente y así no se puede apreciar su cornamenta. Nos arrimamos muy despacio y a unos 300 m lo pudimos ver bien. “It’s too young, small horns” escuché en ese inglés con el particular acento de los boers. La primera jornada terminó sin resultados.

Al día siguiente volvimos al mismo campo y el guía sugirió que nos apostáramo­s cerca de un charco, porque una manada de sables abrevaba allí. Pasó toda la mañana y nada, sólo saqué lindas fotos de kudúes, facoceros y hasta un antílope ruano, pero de los sables nada. Salimos del waterhole con la camioneta y a caminar de nuevo y sin éxito. Nos volvimos a subir a la Toyota y, cuando estabámos cerca de una tranquera, Johnnie pegó un golpe en el techo, con lo cual el conductor detuvo el vehículo. A unos 455 m (medidos con el binocular Range Swarovski del guía) se veía un cuerpo negro al borde del monte. Teníamos bien el viento. Nos bajamos con cuidado y, cubriéndon­os con algunas plantas, nos pusimos a unos 275 ms. Esperamos y el antílope giró la cabeza, me di cuenta de que era bueno y, para cuando Johnnie me dijo: “Shoot it (dispara)”, ya había afirmado el trípode y le disparé. El impacto del .300 se sintió fuerte y claro, y el animal cayó al suelo pero movía las patas delanteras intentando incorporar­se. “Shootitaga in betweent he legs”(dispára le otra vez entre las piernas), ordenó Johnnie. Así lo hice y quedó inmóvil.

Nos acercamos y fue grande mi alegría al ver el trofeo. Cargarlo en la To yo tan o fue fácil por supe sopero, lo logramos entre los cuatro . En el casco se lo desolló y llevamos la cabeza y el cuero para Ongariwand­a, a brindar con un Ballantine´s. El leopardo... quedó para otro año.

 ??  ?? Emilio Dickmann junto al magnífico sable que obtuvo en esta cacería en Africa. Derecha: el autor de la nota, junto al doctor Jorge Fernández, su compañero de aventuras en esta oportunida­d.
Emilio Dickmann junto al magnífico sable que obtuvo en esta cacería en Africa. Derecha: el autor de la nota, junto al doctor Jorge Fernández, su compañero de aventuras en esta oportunida­d.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina