Otoño cordobés en acción.
Una experiencia serrana, subiendo en 4x4 al cerro Champaquí, cruzando arroyos en bicicleta y ríos a caballo entre arboledas amarillas, para hacer cuando se levante la cuarentena.
Una experiencia serrana, subiendo en 4x4 al cerro Champaquí, cruzando arroyos en bicicleta y ríos a caballo entre arboledas amarillas, para hacer cuando se levante la cuarentena.
Llegamos a una Santa Rosa de Calamuchita otoñal con sus playas vacías y sin multitudes: el pueblo ha recuperado su mayor encanto campestre junto al río y por todos lados hay lluvias de hojas amarillas de álamos que tapizan suelos y navegan arroyos en los bosques. Uno podría venir aquí a reposar en una cabaña, entregado a la vida contemplativa y respirar el aroma a verde y a torrente de agua que hay en cada calle y en los senderos boscosos. Pero nosotros optamos por abordar el paisaje con una cuota –liviana– de acción.
En 4x4
El Champaquí es una suerte de cerro tutelar de Santa Rosa de Calamuchita, el más alto de la provincia. Decidimos ir hacia él en una excursión en 4x4. Un guía –es obligatorio contratar uno– nos lleva por un camino que viborea hacia Villa Yacanto entre montes autóctonos con talas, molles y espinillos. Un zorro gris se nos cruza en el camino y tras la ventanas identificamos a varias monjitas, un ave blanca muy pequeña con alas de punta negra. También vemos zorzales, pájaros carpinteros negros con cabeza roja y aguiluchos.
Ganamos altura y en Atos Pampa la vegetación desaparece: en la lejanía hay un kilométrico pinar. Dejamos atrás las casas sueltas de Villa Yacanto para internarnos en un empinado camino de cornisa
(solo se debe ir en vehículo doble tracción). El paisaje gana extrañeza porque vamos entre rocas grises gigantes que equivalen a la desnudez de la montaña. Manantiales nacen a la vera de la ruta formando pequeñas cascadas. Alcanzamos el filo de la sierra y desde los 2.800 metros de altura, vemos el Valle de Calamuchita en toda su extensión hasta las Sierras Chicas.
En cierto punto ya no se puede ascender más y estacionamos para caminar el tramo final a la cima del Champaquí: una caminata sencilla sobre las rocas redondeadas. En la cumbre descubrimos lo que parece un pequeño cráter lleno de agua que brota de lo profundo. La panorámica en 360° abarca los dos valles más verdes de Córdoba, uno a cada lado: Calamuchita y Traslasierra.
Al día siguiente elegimos caminar a la Reserva Natural La Cascada, la segunda excursión más importante desde el pueblo. Es de complejidad media con desnivel suave: cruzamos varias veces a los saltos entre las rocas el hilo de agua del arroyo Loyola, que nace en la cima de un cerro. Es una caminata autoguiada y señalizada que bordea el arroyo. En el trayecto identificamos un pájaro siete colores, un cabecita negra y dos carpinteros. En 45 minutos alcanzamos la ancha cascada de cuatro metros de altura. Hay un pequeño
tramo final por un bosque denso que la protege y llegamos a una olla de aguas cristalinas y arena. Hemos entrado en calor y, aún bajo el clima templado de otoño, nos damos un chapuzón glorioso.
Al tercer día alquilamos bicicletas para ir a la vera del arroyo Seco. Nos guiamos con un mapa y a minutos del centro doblamos a la derecha: un cartel señala el lugar donde hubo una estancia jesuítica en el siglo XVII. Pedaleamos por el bosque hasta el Calicanto, un acueducto en arco elevado diez metros construido por jesuitas: funcionó hasta hace pocos años mantenido por los pobladores para riego. La estancia jesuita tenía una red de 36 kilómetros de acequias.
Pasamos por debajo del arco de esta estructura con aspecto de puente –construida con cal y canto rodado– para entrar a un bosque de acacios negros, arbustos espinosos, molles y talas. Estamos acalorados y dejamos las bicicletas para un baño en un pozo de agua cristalina, seguido de un picnic en la naturaleza. En tres horas completamos el circuito sencillo de 12 kilómetros y regresamos al punto de partida.
Para los cuerpos más resistentes hay otro de 33 kilómetros por el Camino Viejo a Yacanto, partiendo desde el Puente de Hierro. Primero son seis kilómetros por asfalto para desviarse a la derecha y hacer 12 más por un camino de tierra. La complejidad la aporta un segmento de 10 kilómetros en subida sinuosa.
A caballo
El último día lo dedicamos a una cabalgata sencilla guiada por Juan Martínez, un baqueano de pocas palabras que lleva gente a cabalgar en la zona desde hace 48 años (comenzó de adolescente). Nos ofrece un paseo de dos horas desde el Puente Viejo hacia un camino de tierra que iba a Villa General Belgrano y luego trepa un cerrito para observar la cima del Champaquí. Pero elegimos la cabalgata larga a la zona de Santa Mónica. Vamos a paso lento y relajado por un circuito de 15 kilómetros que podríamos hacer en cuatro horas. Pero le hemos encargado a Martínez un cabrito que asa junto al arroyo con leños recogidos in situ. La cabalgata resulta muy agradable pero fue casi la excusa para lo que habría de ser el momento cumbre del viaje: un almuerzo de antología junto a un arroyo transparente, surcado por miles hojitas amarillas en un bosque solitario y silencioso, donde se oye el crepitar de la carne al fuego y el fluir leve de las aguas.