Weekend

Despedida del río Santa Cruz.

- Por Adriana Büchele.

A medida que la expedición se va acercando al mar, el viento y el frío los va invadiendo. Pese a todo, disfrutan del paisaje y, en pocos días, llegan al final de la travesía.

La Barrancosa quedo atrás, en unos meses será dos lagos inmensos. Desde aquí el r ío será l ibre, t rat a rá de pasar por los barrotes de la cárcel y seguirá su curso hacia el mar a partir de Punta Quilla. El fin de la expedición será justo allí, unos días más adelante. Ahora me queda ver cómo el paisaje va cambiando: las barrancas son más largas y altas, con cur vas inf initas de un color más turquesa. El tiempo va cambiando, debemos apurarnos, quizá nos tome por sorpresa el frío y el viento típicos de estos lugares. Nos está dando una tregua, solo un poquito para que disfrutemo­s. El conocimien­to en meteorolog­ía de algunos integrante­s del grupo hace que podamos prever los fenómenos. Siempre aprendo, porque cada lugar es un mundo de cielo, v ientos, nubes, tormentas y formacione­s son desconocid­as. Son importante­s las previsione­s antes de aventurars­e en nuevos lugares. El viento se pone más intenso, las velas se sienten con las rachas y me hacen estar aún más atenta. Miles de macas en el agua con sus pichones forman islas. Con las velas puedo acercarme en silencio y meterme casi en la bandada que flota y sigue la mejor corriente del río.

Pa ra mos en una casa de cemento a estirar las piernas. de La Barrancosa a Punta Quilla.

Nadia Boscarol, Paula Arreche, Adriana Büchele, Pablo García, Ivan Thisted y Leandro García.

La soledad es absoluta, indescript­ible. En un sector tiene un pequeño altar. Pensar que allí vivió una familia, con su cocina económica y una paz envolvente. Continuamo­s la navegación pese al viento y el frío. Un poco más adelante se asoma una casa protegida con paneles por los vientos. Esta sí está habitada y prolija. Además veo los regadores de plantacion­es en círculos absolutame­nte verdes, como ojos que miran al cielo en ese paisaje desértico. La mano del hombre muchas veces da vida. A través del riego, esos campos se transforma­ron en productivo­s para la agricultur­a.

El frío del verano

Seguimos hasta La Marina, otra estancia enorme, intacta, hermosa. Con guindos convidándo­nos sus frutos, galpón de esquila más nuevo, enorme, con olor a lana. Un paisaje rodeado de matas amarillas, aferradas a la tierra para no volarse. El cielo se carga más, el frío se siente. Ahora sí comenzamos nuestro viaje climático por la verdadera Patagonia de enero. Las barrancas de colores marrones, maravillos­os, chatas en su cumbre y peinadas por el viento de miles de años. A l final de la tarde aparece Los Plateados, lugar de destino y acampe de este día maravillos­o. Sus árboles nos cobijarán del viento; al reparo caminaremo­s cerca del fogón, donde nos juntaremos con unos mates, en paz.

El cielo está cargado de grises, frío y lluvia. Se siente entrar el viento en las carpas. El río nos da un hermoso regalo, un pez que en el desayuno será una exquisitez única alrededor del fuego, mirando cómo las llamas envuelven las escamas y se prepara para nuestros paladares. La única casa que se encuentra arriba, detrás del monte, está cerrada. El galpón de trabajo, sin embargo, permanece abierto. Desde allí la vista de nuestros botes, con el monte inclinado por el viento y el río, es magnífica. La lluvia cae, por lo que tardo más de 20 minutos para abrigarme y preparar el equipo de remada. La lluvia golpea los ojos. Dejamos atrás Los Plateados, sabiendo que esta navegación sería fría.

Al mediodía el fuego ablanda las manos endurecida­s y logramos comer algo al reparo de las únicas matas que hay en la región. El río continúa su camino, silencioso. Sigue gris y lluvioso pero el punto de llegada está cerca. El río se ensancha, aparecen algunas islas pinceladas de casas y el puente de la Ruta 3, rojo, en el horizonte. Cruzo este puente con velas izadas, símbolo de que con kayaks a vela es posible este río. Y de re

de arena. Logramos pasar, apurados, para ver luego más y más bancos por todos lados.

En la unión con el río Chico metemos un borde con las vela, hacia adentro, buscando profundida­d. Logramos encontrar el cauce y vemos a lo lejos Puerto Santa Cruz. La ciudad tiene una costanera hermo - sísima: se divisa una antena alta, una iglesia colorida, edificacio­nes alegres y bajas que disfrutan del agua. Toninas y pingüinos nadan a nuestro alrededor. De pronto la marea cambia y enseguida nuestro andar se torna más lento. En el fondo se asoman las nubes anunciadas por el pronóstico. Debemos apurarnos.

Remamos sin parar, el viento no acompaña y las nubes cubren todo el cielo. En proa está el puerto de Punta Quilla. El reparo de la costa nos abriga un poco. Cuesta mucho avanzar pero finalmente llegamos a la playa de piedra al costado del puerto. Subimos los tres botes, nos abrazamos. La primera etapa de la expedición ha concluido. El frío nos invade. Alcanzamos a tomar algo caliente y, en un abrir y cerrar de ojos, cuando los tres botes estaban ya en tierra, el viento intenso se posa en nuestros oídos. Forma dibujos psicodélic­os en el agua, tenemos que agarrarnos de algo para no volarnos.

Reggy, nuestro amigo kayakista del Club Náutico Río Santa Cruz, aparece con la chata y el tráiler. Y, como una gran obra de teatro, las toninas nos dan una exhibición entre las ráfagas de viento contra el agua y sus saltos. Y con ese final inolvidabl­e nos sacamos la última foto de los seis vestidos de astro-nautas.

 ??  ?? La autora de la nota, residente en La Plata, lleva varios años desarrolan­do este tipo de travesías.
La autora de la nota, residente en La Plata, lleva varios años desarrolan­do este tipo de travesías.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina