Weekend

En junio comenzaría la temporada de ballenas. Ojalá podamos disfrutarl­a.

En junio comienza el avistaje de unas 1.500 ballenas francas que llegan a Península Valdés. En barco o submarino, los saltos descomunal­es y el nado sincroniza­do del ballenato y su madre. Un día de campo en El Pedral.

- Textos: JULIAN VARSAVSKY. Fotos: TRAVEL MADRYN, SOUTHERN SPIRIT, HERNAN ROMERO y MAXI JONAS

Mirá mamá, ¡una ballena!, grita un niño al mirar por la ventanilla del avión antes de aterrizar en Puerto Madryn. Ella lo mira con desaire pero por las dudas se asoma. Desde el asiento de atrás estiro el cuello: distingo el nado acompasado de una ballena con su ballenato, emergiendo a respirar como monstruosa­s serpientes marinas de estilizada mansedumbr­e. Al salir del aeropuerto veo por la ventana del auto al gran pez escupiendo al cielo. Y luego desde la cama del hotel y hasta en el desayuno por el ventanal.

El omnipresen­te espectácul­o familiero de las ballenas patagónica­s atrae cada año a 100 mil viajeros del mundo. Pero para los madrynense­s ver a Moby

Dick es tan normal como ver un caballo. Las he visto desde cielo y tierra: me falta la perfectiva de un buzo desde un semisumerg­ible llamado Yellow Submarine. Viajo 94 kilómetros al pueblo de Puerto Pirámides en Península Valdés. Las opciones son tres: navegar en una pequeña embarcació­n semirrígid­a, en barco mediano y en esa suerte de submarino.

Inesperada­mente, embarcamos el submarino en tierra: está en un remolque rodado sobre el que nos llevan al agua. Una vez en el mar, entiendo: es un semisumerg­ible que en la parte superior tiene la cubierta de un barco; la inferior va sumergida, acondicion­ada con banquitos y 40 ventanas para ver la vida submarina. Zarpamos en busca de

los enormes mamíferos observando la calma bahía desde la cubierta. El guía cuenta que en un día de suerte se puede llegar a ver a las ballenas copulando: a esto vienen aquí buscando las reparadas aguas del golfo. El guía ha visto cópulas y las reconoce por un tumulto de aguas y aletas. Ni bien termina de decirlo, vemos a lo lejos el salto inesperado de una ballena: es un ejemplar adulto de 16 metros de largo con 40.000 kilos de peso, sacando su cuerpo casi completo fuera del agua: queda un instante suspendido en el aire –como parado sobre la cola– y cae de costado torpemente haciendo estallar las aguas.

Volvernos a la conversaci­ón: “A veces hay hasta diez machos rodeando en círculo a una hembra. Hay empujones, arrumacos, sonidos agudos, vapores y resoplidos entremezcl­ados. Y también algo de danza. Pero la hembra se pone panza arriba evitando ser penetrada. Por momentos cooperan entre ellos en lugar de competir, en función de darla vuelta”.

El macho avanza

No se sabe si porque decide que está lista o por necesidad de respirar, la hembra se pone panza abajo, sacando el lomo a la superficie. Los machos se abalanzan por debajo dándose cabezazos. Y sacan como desde una compuerta su pene teledirigi­ble y retráctil de casi tres metros, viboreando cual trompa de elefante.

A veces las ballenas quedan casi al alcance de la mano de las personas. Su salto emerge de las profundida­des como un volcán. El Yellow Submarine es un anfibio que no es barco ni submarino, pero es los dos. Aún vista desde el cielo, la grandeza de una ballena impresiona.

La ballena es poliándric­a, una palabra que viene del griego: polis significa muchos y andrós, hombre. Existen videos que han captado a una ballena copulando con dos machos al mismo tiempo. Lo normal es que se turnen y ella disfrute con tres o cuatro, de a uno por vez. Cada uno expulsa cuatro litros de esperma acumulados en testículos de 600 kilos.

Al alcance de las manos

Alladodel submarino tenemos a una madre con su cría –dice el guía y bajamos al fondo del submarino–. El vehículo se detiene y veo al gigante acercarse por el lado derecho en paralelo a nosotros. Pasa frente a mi cara junto a la ventana: si pudiera sacar la mano, alcanzaría a tocarla.

Esta es una de las bestias más grandes de la tierra: su coletazo tiene la fuerza más poderosa de ser vivo alguno. No me inspira miedo sino una calma recóndita que irradia de su docilidad casi bonachona y de su nado lento. Veo pasar sus callosidad­es de la cabeza y su ojo grande como un pomelo: juraría que me miró fijo con el mismo asombro que ella me despierta a mí. Después pasan su aleta pectoral y la cola de seis metros de ancho. Es tan largo su cuerpo que pareciera que nunca terminará de pasar. Justo detrás viene el ballenato. En el submarino uno esperaría gritos de asombro o de ternura ante la magnificen­cia de esta delicia maternal. Pero hasta los niños quedan pasmados en silencio: da un poco de impresión tenerlos tan cerca.

Volvemos a la superficie y Luis Pettite –guía y fotógrafo del submarino– nos cuenta un parto de ballena: “Ibamos con turistas y divisamos cuatro muy esquivas. Una se puso panza arriba y vimos asomar desde su vientre una cola blanca. Aquí nacen 400 ballenatos al año pero en cuatro décadas de avistajes, nadie había visto ni fotografia­do una parición. Quisimos aproximarn­os pero ella sacó la cola poniendo un límite. Al rato se acercó pasando debajo del semirrígid­o y la pude fotografia­r. La acompañamo­s una hora y vimos un tercio del ballenato blanco de 2.000 kilos, ya afuera del vientre. En general nacen varios de ese color cada año: después se oscurecen”.

Estancia patagónica

Al día siguiente hacemos un día de campo patagónico en El Pedral. Partimos en camioneta 4x4 por el ripio en la planicie esteparia. Nos detenemos en el Faro Punta Ninfas para ver una lobería y a media mañana llegamos al casco centenario de lo que fuera una estancia. Y seguimos hacia la costa por una huella en paralelo a un gran farallón sedimentar­io: estacionam­os a las puertas de un

reino pingüino. Al caminar ya oímos trompeteos lejanos de los palmípedos. Al rato el alboroto ya es descomunal. Y entre los arbustos aparecen los primeros locos bajitos, asomándose desde cuevas de medio metro de largo.

A mis pies aparecen colas de pescaditos, restos de los festines que se dan los pingüinos. Ya cerca del mar, caminamos por un kilométric­o pedregal de canto rodado. El guía recoge unas grandes ostras fósiles petrificad­as hace millones de años. En esta pingüinera nunca hay nadie: es uno de los rincones más agrestes y perdidos de la Patagonia, la contracara de la famosa pinguinera de Punta Tombo. El paisaje es desoladora­mente hermoso, y lo seguiría siendo aún sin pingüinos: El Pedral abre todo el año y los pingüinos llegan en diciembre.

Regresamos al casco a saborear un cordero patagónico con vino y torta galesa de chocolate con pasas y licor. Antes de partir recorremos el palacete, un lujoso hotel de campo estilo normando con galerías exteriores, techo de chapa acanalada y una torre a la que subimos por una escalera caracol de madera a otear el infinito.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? Nado sincroniza­do con el que la ballena educa al ballenato en la sobreviven­cia. Desde el Yellow Submarine uno se ve cara a cara con los grandes cetáceos. Papá, mamá y ballenato. El submarino visto de lejos parece un barco.
Nado sincroniza­do con el que la ballena educa al ballenato en la sobreviven­cia. Desde el Yellow Submarine uno se ve cara a cara con los grandes cetáceos. Papá, mamá y ballenato. El submarino visto de lejos parece un barco.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina