El centro de la provincia de La Rioja como protagonista de aventura y buena gastronomía.
Nunca mejor dicho que lo más lindo de un lugar es su gente, enmarcada por un paisaje inolvidable, por sus historias de vida que hacen que uno quiera saber mucho más.
Los riojanos tienen la sensación de que lo único que se conoce de su territorio es el Parque Nacional Talampaya. Quizás tengan razón. Lo cierto es que tienen tanto verde como formaciones rocosas y desierto para ofrecerle al turista. Sin embargo la mayor riqueza de esta zona es su gente, cálida, abierta y siempre bien dispuesta, esa que quizás nació en Chilecito o Chamical, amalgamada por las circunstancias de la vida con los que decidieron emigrar desde Buenos Aires, Córdoba y otras zonas del país. Los Emilia, Elvio, Nando, Ariel, Marcos y el especial Alexis, que te llevan a conocer lo que sienten como propio y cuyas leyendas cuentan tan orgullosos mientras deslizan la otra historia, la personal, la que más enriquece un viaje.
Así da gusto descubrir (o redescubrir) una zona que tiene tanto para dar, desde las minas de oro hoy desactivadas, ríos oxidados que tienen color amarillo, el avistaje de cóndores que pasan tan cerca que uno siente que los puede tocar, paisajes inolvidables y una gastronomía exquisita, nutrida con aceitunas, nueces y pasas de uva inigualables, combinadas en platos caseros con cabrito, pollo y queso. Es un sueño hecho realidad que se condimenta con sus habitantes siempre dispuestos a compartir el dato justo.
Camino a La Mejicana
Esta vez la travesía estuvo salpicada por los extensos kilómetros en momentos en los que todavía no estaba permitido el turismo, por lo que el paso entre cada departamento representó cruzar una barrera policial y sanitaria, la toma de la temperatura de todos los pasajeros y la obtención de la venia oficial para seguir. Como periodistas estábamos exceptuados pues la idea era mostrar qué hacer a partir de enero con la apertura de la frontera. Hasta llegamos a ser escoltados por un oficial de policía en moto (con casco que lo identificaba
como fana de River Plate) hacia la entrada del alojamiento, solo para evitar que nos pararan otra vez.
La travesía comenzó arribando al pequeño aeropuerto Capitán Almandos Almonacid para subir a una combi que nos llevó directamente al hotel Entre Viñedos, ubicado a la vera Ruta 40 en San Blas de los Sauces, distante 175 km de la capital provincial. Era apenas el alto por una noche para seguir viaje hacia el oeste, pero daban ganas de quedarse allí por sus amplísimas habitaciones, la pileta infinita, el asado al asador y los viñedos bajitos en los que se cultivan pasas de uva que se dejan secar directamente en la vid. Y todo rodeado por un sector de aridez sorprendente, con las montañas en el horizonte. No por nada las pasas de la provincia son de las mejores del país. Allí la cena (abundante picada, costillar y delicioso postre) fue la excusa perfecta para probar por primera vez en el viaje el famoso torrontés riojano.
Un descanso reparador nos preparó, luego del abundante desayuno, para seguir hacia Chilecito, donde una casualidad fortuita nos puso en manos del experto conductor de 4x4, gran conversador y licenciado en sistemas Alexis Wol, una parte importante del equipo de la empresa de turismo aventura Salir del Cráter (nombre que tiene su propia leyenda) que fue el encargado de llevarnos hasta la mina La Mejicana. Una Hilux de tres filas de asientos fue nuestra aliada en la travesía hacia los 4.600 msnm desde Carrizal, punto de partida de la excursión hacia ese Monumento Histórico Nacional.
Así nos fuimos conociendo entre los ocupantes del rodado mientras escuchábamos los relatos de nuestro conductor todo terreno e íbamos pasando pueblos, cada uno con su punto destacado como el nogal cuatricentenario, y haciendo algunas paradas importantes como la del mirador del Cañón del Ocre, desde donde divisamos los meandros del río Amarillo y comenzamos a ver el trazado de las torres que sostienen el cablecarril construido allá por 1901 para trasladar el producto de la mina, punto culminante de nuestra travesía de la jornada.
Historia grabada a fuego
Hay que reconocer que el apunamiento estaba haciendo estragos en los pasajeros de la chata, por lo que bajar en las paradas se volvía más lento. Pero una vez que superamos los 3.000 msnm luego de cruzar varias veces el lecho del río y de descubrir los impactantes colores de las montañas, llegamos hasta el corazón de la mina, donde bajamos con cuidado para descubrir con ojos de niño explorador la boca de entrada a la mina, hoy inaccesible por un derrumbe, y las ruinas de los hornos de fundición que, a partir de 1913, fueron usados para mandar hacia la ciudad lingotes de oro ya acuñados que eran trasladados en tren desde Chilecito a Buenos Aires.
El oro de esta zona fue descubierto por los diaguitas y luego fue parte del Imperio Inca. Más tarde fueron los jesuitas los custodios de la zona hasta que, en 1901, una empresa británica comenzó a explotar la mina a fuerza de cincel y carga humana, extrayendo oro y plata. Pero primero se mandó a construir un cable carril que todavía se mantiene en pie (y funcionaría si no fuera peligroso) debido a la pericia alemana e instalado por el esfuerzo de hombres que transportaron a lomo de burro el hierro necesario para edificar las torres y tender el grueso cable de metal. Cuando los ingleses dejaron la explotación en 1913 ante la inminencia de la Primera Gran Guerra, la propiedad quedó en manos del Banco Nación, que había dado el préstamo para que se hiciera la obra de ingeniería. Se pusieron al mando y funcionó en sus manos hasta el ’36 gracias a las importantes vetas de oro que contiene. Mientras el oro se fundía ni bien salía de las profundidades, la plata se procesaba en los hornos de Santa Florentina. Después de un tiempo tuvieron que abandonar la actividad porque se moría mucha gente y ya estaban ingresando muy profundo en la montaña.
Del ‘30 al ‘55 hubo una fiebre del oro en la zona con la instalación de pequeños yacimientos como Río Amarillo Coper Gold y también de los pirquineros, hombres que se contentaban con pasar por un cedazo el agua del río (que es amarillo por el óxido férrico que tiene la piedra, no por el oro) en busca de pepitas que les salvaran la vida. Pero el Presidente Perón puso un impuesto a la minería que acabó con los sueños de todos y en la actualidad La Mejicana está abandonada, aunque hubo intentos recientes de la célebre Barrick Gold Corporation para comenzar la explotación a cielo abierto, algo que los vecinos de Famatina rechazan con piquetes (a nosotros nos tocó uno) y poniendo una barrera manual que les permite controlar quiénes se dirigen hacia la famosa mina.
A la vuelta la parada fue otro mirador para comer algo sin los efectos de la altura, admirar el paisaje y volver al hotel en Chilecito para cenar y descansar. También para ver petroglifos en las piedras de color negro overo por el paso de los años, ubicadas al costado del camino, y que reflejan las imágenes que el chamán de la tribu veía en sus trances. Son el tributo a dos caciques enterrados por allí. Los dibujos se hicieron cincelando la piedra de granito, quitándole así el negro de 10 millones de años (el llamado barniz del desierto) de su superficie. ¡Cuánto aprendimos en apenas unas horas!
InstaladosenelapartTorresdel Cerro, la cena quedó en manos del chef local Diego Maldonado, que hizo arrollado de conejo de entrada, una trucha local al roquefort como plato fuerte y completó con unas deliciosas peras al malbec. Se llevó todos los aplausos junto al dúo de folcloristas que cantaron para nosotros esa noche.
Lluvia que cambia los planes
Al día siguiente íbamos a hacer un trekking a la Mina del Oro, única forma de llegar a causa de un desmoronamiento reciente, pero la lluvia copiosa frustró los planes y fuimos en las 4x4 a Las Placetas, una preciosa posada a 2.900 m de altura con unas pocas camas instaladas en habitaciones
con paredes de piedra, que hoy regentea la pareja compuesta por Cecilia Martínez, oriunda de Avellaneda (Pcia. De Bs. As.) y Mariano Platero, de Villa Unión. Ella era empleada de sistemas en un banco pero tenía un gran amor por la montaña y el berretín de la cocina, cuyo estudio siguió. Hoy prepara un copioso y casero desayuno (hasta la miel, oscura, es propia) y deliciosos almuerzos que pudimos disfrutar, esta vez formando equipo con Maldonado, el chef de la noche anterior.
Mariano es instructor nacional de 4x4 y avezado montañista, por lo que complementa con travesías y trekkings de diversa exigencia la oferta de la posada que, por estar cerca de Chilecito pero en la altura (con más verde y un río cantarino que pasa al costado, en una profunda hondonada) brinda una opción para disfrutar por dos o tres días. Allí se puede hacer, por ejemplo el ascenso caminando hasta el punto panorámico cercano, el Balcón de Chilecito, a 3.054 msnm. En La Rioja todo se complementa. La cena fue en La Bodeguita, donde Alejandro (migrante bonaerense) y su esposa se desvivieron por atendernos. Nos sirvieron sus propios quesos y fiambres ahumados, berenjenas y aceitunas en escabeche, con nueces e higos, y una cena opípara al aire libre, mientras la brisa soplaba y llevaba hacia la calle las risas de los comensales. Y no nos dejaba ir. Pero el día nos había dado muchas emociones y necesitábamos descansar.
Tierra de contrastes
A la mañana siguiente nos tocó el trayecto más largo: en combi primero a presenciar la reapertura del Parque Nacional Talampaya y luego a seguir trepando la montaña hasta llegar a la preciosa posada Quebrada de los Cóndores, una gran experiencia en todos los sentidos. Primero por la observación de esas montañas talladas por la erosión donde apenas unos algarrobos viven frente a un paraje tan desértico. Es algo espectacular y el trayecto se hace en modernos vehículos todo terreno de los que se desciende (alcohol en gen en las manos al bajar y antes de subir) para ver de cerca y tomar fotos de las curiosas formaciones. Realmente impresionante.
Y el contraste se concretó al llegar, ya de noche y después de horas de trepada sinuosa, a la posada rodeada de verde (sin interner ni señal de celular), un emprendimiento familiar de los De la Vega que ahora comanda la hija de uno de los tres hermanos, Camila. Fundado por los tatarabuelos de la joven, en 2001 comenzaron ofreciendo albergue en dos habitaciones construidas en piedra (hoy tienen capacidad para 36 huéspedes), para que la gente pudiera hacer avistaje de cóndores y animarse a los circuitos de trekking. El más complejo es subir 6 km por la montaña hasta el Mirador de los Cóndores. Algunos lo hacen a caballo (no todo el trayecto) y otros elegimos caminar la montaña, no sin esfuerzo, hasta llegar al punto culminante. Pero lo logramos y el cóndor mayor, su paz quebrada por nuestro ruido, se sentó en un pico cercano y no se movió de allí hasta que nos fuimos detrás de la pared de roca para comer una energética y reparadora picada. Después de un rato unos seis cóndores empezaron a sobrevolar el peñón detrás del que estábamos ocultos, recortados contra el cielo de un azul intenso. Un momento inolvidable que, tras ser disfrutado por un rato largo, marcó el regreso. Caminando, claro.
“Al hablar de La Rioja uno se imagina aridez y temperaturas altas –explica Camila Bazán De la Vega–. Luego vienen acá y es increíble la diferencia de clima y paisaje que se encuentran”. Con una temperatura que no supera los 29 °C (contra los casi 40 que pueden hacer en la capital provincial, ubicada a 120 km), hace bastante frío en invierno y a veces nieva. Es totalmente diferente al resto del territorio. En plena zona de caudillos –por ahí anduvo el Chacho Peñaloza–, se ofrece pensión completa y excursiones autoguiadas o con mayor exigencia, acompañadas por los bonachones Alejandro y Walter.
La propuesta tiene incluido el desayuno de campo con mermelada casera y, muy recomendados, almuerzos y cenas que prepara José, uno de los dueños, en base a comida regional con productos de la zona, como chivito al horno y pollo al disco, que
son una delicia. Un arroyito para salir a caminar arrullado por su sonido y una amplia pileta para refrescarse completan el combo de esta opción muy familiar, umplugged y económica.
¡¡A volar!!
La última actividad que hicimos, ya lejos de la calidez de los De la Vega e instalados en La Rioja capital, fue volar en un biplaza comandado por el experto aladeltista Hugo Avila, quien desarrolló su carrera competitiva en Europa y, de regreso a su tierra, creó la escuela de vuelo nómade que recorre la provincia desde el aire, haciendo paradas en puntos turísticos estratégicamente elegidos en La ruta del vuelo: un día en Pampa La Viuda, otro en Famatina para volar desde los 4.000 msnm en La Mejicana, pasar por Santa Florentina y otros puntos, con días de descanso intercalados en planes de una o dos semanas en las que se incluyen, por ejemplo, degustaciones de vino y termalismo (ideal para los acompañantes que no se arriesguen a volar).
En el caso del bautismo de trike, que fue lo que pude disfrutar partiendo desde el autódromo de La Rioja, se vuela en una combinación entre aladelta y triciclo con motor, que se eleva y aprovecha las corrientes de aire para deslizarse a 300 m de altura, mientras el piloto y el único pasajero van sentados sin otro soporte que un cinturón de seguridad. Las vistas del paisaje asombran mientras el viento pega fuerte en la cara (protegida por casco y antiparras) y el silencio es apenas quebrado por el ruido del motor. Una aventura inolvidable de 10 minutos eternos que incluye un aterrizaje muy delicado y deja al corazón latiendo fuerte durante un rato largo.