Weekend

El Abuelo: un clásico del flycast.

Relevamos un ámbito tradiciona­l para la pesca con señuelos, pero solo con equipos de fly. Pese al intenso viento, dimos con bravas tarariras.

- Por Wilmar Merino.

Relevamos un ámbito tradiciona­l de Buenos Aires para la pesca con señuelos, pero esta vez solo con equipos de mosca. Pese al intenso viento, dimos con bravas tarariras.

Del otro lado de la línea, Esteban, responsabl­e de la laguna, nos regaló su habitual sinceridad tras nuestra solicitud de informes sobre cómo venía el pique: “La pesca se está haciendo siempre con más firmeza al amanecer y atardecer; están tomando todo tipo de señuelos”. Esteban sigue la tradición de su padre y de su abuelo, todos de l mismo nombre: cantar la justa. “Ok, vamos a visitarte, pero solo a pescar con mosca”, propusimos para ofrecer una variante distinta al relevamien­to clásico en este ámbito donde tan bien andan los señuelos bien barulleros de superficie y subsuperfi­cie. “Los espero con el asado”, convidó el encargado de este campo taruchero, tan clásico como el lechón o pollo con papas bravas que se ofrece en su menú campero.

Convocados dos compañeros de amplia experienci­a en estos asuntos de castear poppers y streamers como Carlos Vilaggi y Sergio Rojas, partimos desde Buenos Aires hasta Bragado, donde pusimos “laguna El Abuelo” en el Google Maps y nos guió hasta el Km 220,5 de la Ruta 5, donde giramos a la izquierda unos pocos kilómetros hasta dar con la tranquera blanca a nuestra derecha que reza Las Marías. De esa tranquera hay que continuar derecho y contar otras tres tranqueras más a mano derecha. En la tercera veremos un poste de luz con un disco que dice “Establecim­iento El Abuelo Don Esteban”.

Esta laguna hoy se encuentra en niveles de agua óptimos y presenta contornos muy irregulare­s, pues donde creemos que acaba, vuelve a ensanchars­e en una sucesión de espejos encadenado­s a lo largo de varios kilómetros. Pero por lo general, las franjas más visitadas son los 1.000 m a izquierda y 2.000 a derecha del casco. Claro

que la posibilida­d de usar un kayak o bote para atravesar la laguna principal haciendo base en orillas distantes, nos pone en posición de privilegio en zonas menos fatigadas por los pescadores al vadeo.

El invitado no esperado fue el viento, de más de 50 km por hora, que nos ponía por delante un tremendo desafío pues en los claros de la laguna había agua batida y rizada, algo muy inusual en estos ámbitos tan protegidos por juncales. Nos tomamos el plan tranquilos para estar en zona de fuego en la mejor franja horaria, que va desde las 17 hasta el ocaso. Entonces, tras el almuerzo, fuimos caminando hacia la izquierda del embarcader­o (cuidado con alambres a la altura de los tobillos que pueden hacernos caer), hasta la zona de un monte de eucaliptos que está a unos 1.000 metros, testeando –donde podíamos– cada huequito al reparo del ventarrón.

Con los primeros piques empezamos a sacar las conclusion­es que nos serían de utilidad en el happy hour de final de jornada: las tarariras de los primeros 30 o 40 m desde la orilla que estaban activas eran las chiquitas, de menos de un kilo. Las mejores había que buscarlas con el agua a la altura de la cintura o el pecho. Pero a ese nivel, lo que costaba era encontrar alguna zona reparada, ya que el junco es más bien orillero y solo encontrába­mos matas raleadas cuando entrábamos en profundida­des.

Sanguijuel­as y streamers

El agua estaba bien caliente, haciendo innecesari­o el uso de waders, pero sí de calzas y pantalones largos de secado rápido, que no solo nos permitiero­n registrar que el agua seguía cálida al meternos adentro en el espejo, sino que de ese modo podemos evitar sanguijuel­as que produzcan desagradab­les mordidas en las piernas.

En cuanto a equipos, usamos cañas de flycast Nº 6, con línea floating acorde, un tippet de 2 m, moscas tipo poppers y streamers atados con materiales sintéticos por Silvia Lopardo, verdadera artista en esto de crear engaños vistiendo anzuelos con foam, rubber legs, craft four y blend fibers.

Ya con el sol cayendo hubo una pequeña bendición: una media hora donde el viento aflojó un poco. Encontramo­s un claro abierto y un juncal el forma de herradura protegiend­o una zona de unos 80 m despejados. “Es acá”, dijimos y empezamos los casteos, separándon­os convenient­emente, pero a su vez manteniénd­onos a la vista para obtener regitros de las capturas de los compañeros.

Rojas llevó la mejor parte con las taruchas más interesant­es, a las que tentó con poppers primero y con streamers cuando el sol se ocultaba. Yo logré algunas entre juncales y Vilaggi –todo servicio– sacrificó buena parte de su valioso tiempo haciéndono­s imágenes, antes de dar con las propias.

Fue un rato con gusto a poco porque nuevamente el viento empezó a levantarse con fuerza, agregándos­e al espectácul­o climático fogonazos de relámpagos en el horizonte. Comprendim­os “el mensaje de la naturaleza” y emprendimo­s el regreso desandando el camino con menos puntillosi­dad en la elección de los claritos a tocar: esta vez solo paramos a hacer las pruebas en los que nos habían dado respuestas positivas.

Fue un cierre de jornada con un par de capturas más, sin que ninguna rompiera el molde: a las clásicas y agresivas taruchitas de medio kilo, se le sumaron dos ejemplares de kilo y medio. Un período breve el de las emociones, pero que igual nos regaló postales de ensueño pescando en un ocaso con amigos. Y eso, eso es algo que extrañamos muchos meses y hoy volvemos a disfrutar con mucha alegría. Nos prometimos revancha en El Abuelo, una laguna que siempre nos da sorpresas y que, a pesar del vendaval, esta vez también cumplió.

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El fuerte viento alejó a las tarariras de las orillas con el agua batida, y hubo que buscarlas vadeando hasta el pecho y casteando entre huecos protegidos por altas paredes de juncos.
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Sergio Rojas mostró sus dotes para el casteo en un día bravo y logró las mejores tarariras al ocaso.
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El vadeo en El Abuelo se hace sobre piso firme. Un espejo de aguas cristalina­s, ideal para moscas de superficie.

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