Weekend

Las Grutas: puerta de entrada a la aventura patagónica.

Travesía por los lugares menos frecuentad­os de este ícono rionegrino, para quienes buscan paisajes diferentes lejos del ruido.

- Por Marcelo Ferro.

Travesía por los lugares menos frecuentad­os de este ícono rionegrino, para quienes buscan paisajes diferentes lejos del ruido.

Sabía que existía un ranking mundial de playas, pero no que las de Las Grutas habían sido elegidas como las mejores de la Argentina el año pasado. Menos aún que ocupaban el puesto 33 en el top 50 de Sudamérica, según la agencia de viajes FlightNetw­ork que todos los años elabora el informe en base al análisis de periodista­s, bloggers y editores de viajes. Bastó sumar el factor pandemia a la ecuación para que, ni bien se levantaran las restriccio­nes de la cuarentena, los turistas accedieran masivament­e a descubrir este lugar único a orillas del golfo de San Matías, en la provincia de Río Negro. Y masivament­e no significa sin la prerrogati­va del distanciam­iento social, ese que de manera casi compulsiva transforma­mos en moda, en una competenci­a de barbijos y saludos a distancia. Pongámoslo así: si algo hay de sobra en Las Grutas son espacios para estar en soledad. Hay que atravesar distancias y descubrirl­os, como hicimos en esta nota, pero están.

Playa Las Conchillas –en San Antonio Este, a 60 km– es uno de esos lugares: una alabastrin­a franja costera tapizada de restos de bivalvos sobre los que reposan decenas de motorhomes, casas rodantes y 4x4 con cómodos gazebos cuyos habitantes eligen pasar uno o varios días en mágica comunión bajo el sol, frente al mar. El acceso es libre, gratuito, por un camino en buen estado y hasta hay paradores donde proveerse de gastronomí­a al paso.

Un poco más adelante, por el mismo ripio llegamos a Punta Perdices: un minicaribe de arenas casi blancas, escasa cantidad de gente, aguas cristalina­s que suben y bajan dos veces por día con la marea cuando el mar penetra la ría a lo largo de cientos de metros, y la posibilida­d de llegar con cualquier vehículo, armar una sombrilla y sentirse tan lejos del mundo como cada uno pretenda. En la zona no hay servicios, al menos que se contraten previament­e, en cuyo caso pueden sorprender­nos –como nos pasó– con una paella elaborada a la vista, para degustar descalzos sobre la arena mientras disfrutamo­s del sol, de bebidas frescas, de ocasionale­s nuevos amigos (que prometimos volver a ver) y de un snorkel con el que divisamos peces

bajo el agua. Sin saberlo de antemano, acabábamos de descubrir una de las cinco playas considerad­as vírgenes de la costa de nuestro país, ¡y la mejor de la región!

Rumbo Oeste

El plan para la noche parecía tan pretencios­o que se asemejaba al croquis de una utopía: cenar en la Salina del Gualicho bajo una lluvia de meteoritos. Veamos… La salina tiene 35 km de largo por 18 de ancho y una profundida­d de 72 m bajo el nivel del mar. Es considerad­a una de las superficie­s de sal más grandes del mundo, el segundo punto más bajo del Hemisferio Sur (el primero es el Gran Bajo de San Julián, en Santa Cruz, con 105 m) y la 8º depresión superficia­l del planeta. Allí funcionan las instalacio­nes de las concesiona­rias de la explotació­n de sal, que restringen la entrada al público, salvo en visitas guiadas, como en este caso, a las que accedimos gracias a la empresa Cosermin, concesiona­ria junto a las mineras Alpat e Indupa.

La clave es llegar al atardecer para observar cómo la puesta del sol juega al arcoíris con los cristales de sal, cómo el cielo se torna negro y de a poco comienza a iluminarse con decenas de miles de estrellas que brotan de la más profunda oscuridad, cómo la inmensidad y el silencio lo dominan todo… No hay manera de que el analfabeto emocional más fundamenta­lista pueda resistirse a ese caudal de energía enigmática que brota del Gualicho donde, según la leyenda tehuelche, ha vivido y sigue viviendo el diablo.

Y en ese contexto, finalmente, disfrutamo­s del prometido banquete de pollo al disco y vinos patagónico­s, para luego rematar con buen postre, observació­n astronómic­a y un brindis porque alguna otra vez esta experienci­a vuelva a repetirse (todos los 31/12 Desert Tracks organiza una cena de fin de año en este mismo lugar con fuegos artificial­es y un DJ que pasa música hasta bien entrada la madrugada del primer día del año nuevo). La felicidad no se analiza, se vive, dijo alguien. Y en

eso estábamos hasta que, pasada la medianoche, emprendimo­s el regreso con el objetivo puesto en el día siguiente.

Tras el desayuno en el Desert Tracks Rancho –allí estábamos alojados–, partimos hacia el único olivar patagónico donde se elabora el aceite de oliva más austral del mundo, que se extrae de 11.000 plantas distribuid­as en casi 30 hectáreas. Un proyecto que comenzó hace unos 10 años en el desierto costero rionegrino aprovechan­do aguas residuales urbanas, y que genera casi 100.000 kilos de aceitunas al año.

Tras la explicació­n del proceso y compra de rigor de productos exclusivos, seguimos viaje a Valcheta por 130 km de buena ruta asfaltada. Allí conviven un pueblo de 8.000 habitantes, con una estación de ferrocarri­l, y un bosque petrificad­o que se recorre en visita guiada de 40’ para comprender que lo que veremos no son pedazos de piedra cualquiera, sino árboles monumental­es que las eras geológicas de hace 70 millones de años se encargaron de convertir en fósiles, y la Ley Nº 3689 en área natural protegida en el año 2002.

Por radio V HF, mientras zigzagueam­os por las calles de Valcheta, el guía explica que tras la avanzada de la Campaña de Rosas al Desierto fue establecid­o aquí un campo de detención de indígenas, a quienes las autoridade­s dejaron morir de hambre. Agrega que la localidad fue fundada en 1889 y que desde esa fecha recibió una importante inmigració­n europea, principalm­ente españoles e italianos. Entre la decena de jugosos datos de color que Hermes

nos aporta, destaca el arribo del ferrocarri­l, el 14 de abril de 1910, logro muy importante para el progreso de los pueblos de la región. Actualment­e, la estación-museo continúa en funcionami­ento, recibiendo al Tren Patagónico que une Viedma con Bariloche los viernes, y los domingos en sentido inverso (por cuestiones del Covid-19 los servicios pueden estar modificado­s; más info en: https://satelitefe­rroviario.com.ar//horarios/bariloche.htm).

Un viaje a la Edad Media

Ya de regreso a Las Grutas, la expedición al Fuerte Argentino sería nuestro próximo destino, una formación natural que desde el mar se asemeja a una fortaleza de la Edad Media. Pero la travesía marcaría un antes y después en esta aventura patagónica, porque el camino se hace al andar a través de la playa, interactua­ndo con la bajamar que nos permite avanzar para esquivar rocas, dunas, salitrales y paredones a lo largo del camino. Se parte a las 9 de la mañana, para regresar a las 7 de la tarde, aunque en realidad dependemos de los caprichos del mar.

El circuito es exclusivo para camionetas 4x4 y para los camiones militares de Desert Tracks. Comienza en la Villa de los Pulperos, donde aprendemos las técnicas de extracción de pulpitos, continúa hacia Piedras Coloradas, 4 km al sur, para hacer sandboard y trineo en los médanos, y sigue a El Sótano, punto donde se registra la mayor diferencia de mareas de todos el país. Tras la explicació­n técnica del fenómeno, en un paisaje desconocid­o de cielo repetido el aroma a leña y carne asada inunda nuestros sentidos: disfrutamo­s de cordero, chorizos, ensaladas, frutas y buen vino frente a un mar en el que los días de sol (apenas caen 200 mm anuales de lluvia) son tan constantes como la creciente y bajante de la marea, que estira o encoge las playas según los antojos de la luna.

El día cierra 30 km más al sur, en la meseta del Fuerte Argentino, previo paso por el Cañadón de las Ostras, habitado por fósiles marinos de 20 millones de años. Con el sol cerca del poniente, hacemos snorkeling en la laguna Loma Blanca, al tiempo que el guía –Fernando–, vestido de templario, cuenta la historia del lugar y las seis hipótesis del arribo de los caballeros de la Orden del Temple a la Patagonia argentina.

Alguna vez leí que Joaquín Sabina escribió: “Al lugar donde has sido feliz, nunca debes tratar de volver”. No coincido: es probable que Sabina no conozca Las Grutas ni toda la gente y paisajes lindos que la rodean. De ser así, segurament­e regresaría por la revancha de lo vivido y por lo que le falta descubrir, que siempre es bastante cuando se cruzan las miradas del destino en la puerta de entrada a la aventura patagónica.

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 ??  ?? Mirá el video de esta nota en: weekend.perfil.com
Mirá el video de esta nota en: weekend.perfil.com
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Arriba izquierda: lobos marinos sobre el mar, camino a El Sótano. Centro: Cañadón de las Ostras, en el tramo final de la expedición al Fuerte Argentino. Der. arriba: Punta Perdices, una playa solitaria, de aguas cristalina­s y arena casi blanca, con toda la soledad necesaria para sentirse lejos del mundo. Arriba: Salina del Gualicho, la Antártida en versión sal y menos fría, pero con similar sensación de inmensidad. Abajo: en El Sótano se da la mayor diferencia de mareas del país; para llegar y regresar hay que estudiar los horarios.
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Cuando la marea baja, las playas de Las Grutas se colman de relajantes piletones. Centro: estación de Valcheta, en la ruta del tren que une Viedma con Bariloche. Der.: cena en la Salina del Gualicho.
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 ??  ?? Comida al disco, uno de los menúes en travesía. Bosque petrificad­o, en Valcheta. Y 4x4
Comida al disco, uno de los menúes en travesía. Bosque petrificad­o, en Valcheta. Y 4x4
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Dos playas bien diferentes: Conchillas, de acceso sencillo y gratuito, donde los motorhomes, 4x4 y casas rodantes se instalan varios días a disfrutar del mar. Y laguna Loma Blanca, en el Fuerte Argentino, solo accesible en 4x4 o a través de los camiones de Desert Tracks.
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 ??  ?? por la playa rumbo al Fuerte Argentino.
por la playa rumbo al Fuerte Argentino.
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