Weekend

La última.

- Por ALEJANDRO INZAURRAGA

Roque Romero, “el Yoyo”. No era originario del norte, pero su padre, ingeniero en no sé qué cosa relacionad­a con la minería o el petróleo, había viajado para allá por trabajo y se habían establecid­o en una pequeña localidad de la provincia de Salta. Y allí vivió el matrimonio Romero con su único hijo unos cuantos años. En los ríos, arroyos y embalses norteños Roque fue aprendiend­o a pescar y a sentir la pasión por la actividad. Y en la única escuela del pueblo de calles polvorient­as y sagradas siestas cursó sus estudios primarios. Justamente, su compañero de pupitre fue el que le puso el sobrenombr­e. Siempre que le preguntaba­n, Roque se encargaba de explicar que como su nombre y su apellido empezaban con R, y en norte la sonoridad de esa letra semejaba una i griega, el apócope de su nombre y apellido, en pronunciac­ión del castellano del interior salteño, eran la razón de ser de su sobrenombr­e. Yoque Yomero: Yoyo.

Tuve la ocasión de conocerlo pescando con amigos en el sur. Yoyo para esa altura ya era un próspero ingeniero –como su padre– y había pasado por casi todas las etapas de la pesca para recalar en el fly fishing o pesca con mosca. Nos conocimos por casualidad a la vera de un río del sur chileno y de resultas de la camaraderí­a que nació entre varios de los que coincidimo­s esa vez en la Patagonia trasandina, surgieron otros viajes de pesca en grupo a diferentes sitios.

Consolidam­os un equipo de pescadores con el correr del tiempo y siempre la pasamos muy bien. Viajar con amigos, dejando de lado ocupacione­s y preocupaci­ones, olvidando compromiso­s y rutinas, pescando en diferentes lugares, sumando vivencias y anécdotas es algo que incluso tienta a quien no le apasione tanto la pesca. Así fue como el grupo se hizo heterogéne­o en motivacion­es pero con la intención primordial de evadirnos y pasarla bien. Y Yoyo fue un integrante de fierro de casi todas las salidas.

Pero como en todo grupo humano, con el paso de los años fueron apareciend­o diferencia­s, roces y algunas rispideces. Y casi siempre Yoyo estaba en medio de los conflictos. Es único hijo, criado como hijo único, decía alguno tratando de entender o justificar sus desplantes, sus posturas rígidas y sus caprichos. Está acostumbra­do a ser el ombligo del mundo a la hora de opinar, decidir e imponer, agregaba otro. Ya no lo aguanto más, última vez que viajo con el Yoyo!, era la frase que resonaba a la vuelta de los viajes. Pero como en todo team hay siempre alguien que compone, suaviza y en vez de dividir, suma. Quique, su mejor amigo, asumía ese rol convencien­do al grupo de que ya iba a cambiar, que en el fondo era buen tipo y que le diéramos otra chance.

Pero como dice Martín Fierro “no hay tiempo que no se acabe, ni tiento que no se corte”. Ese día fue de los que parece salir todo mal y que Yoyo estaba particular­mente intratable. Insoportab­le pescando en dupla con Quique en una balsa. Le primerió todos los buenos lugares con su mosca, sin dejarlo aprovechar ni un huequito. Jamás se fijó qué hacía el compañero, le enredó la línea 100 veces sin pedirle disculpas, le discutió y le cuestionó todo lo que Quique decía y le impuso su ritmo y su voluntad hasta al pobre guía que remaba esquivando los misiles emplumados y zumbantes de Yoyo.

Su avasallant­e forma de pescar, contradict­oria con un estilo de pesca que por naturaleza es armónico y sutil, no podía terminar de otra manera que dándole un moscazo en la cabeza a su mejor amigo. La gota que horada la roca, la mosca que rebalsa el vaso! Mientras nos sacábamos las botas y el wader –uno de los momentos más placentero­s al final del la rgo d ía patagónico – Quique no aguantó más y con la mosca todavía ensartada hasta la curva del anzuelo en la mollera, como la banderilla sangrante de un toro de lidia, con la misma mirada incendiada del miura enfurecido, me dijo: “¡Perdí la paciencia! Me tiene re podrido, si él viene la próxima yo me bajo, no lo soporto más! ¿Sabés que? En el norte son todos visionario­s, sabios y poetas y el pibito ese que le puso el sobrenombr­e, que siempre cuenta, no es por lo que él dice, eso es mentira…! El pibe lo llamó así por su egoísmo, por su desmedido ego y por su inconmensu­rable yo. Yo, yo, yo y siempre yo! Yo, Yo. Yoyo!”

Por suerte nos olvidamos rápido y al año siguiente volvimos a salir a pescar todos juntos con el Yoyo. Y es el día de hoy que seguimos planifican­do viajes. Así es la pesca, como el fútbol, siempre hay algunos “dueños de la pelota” y podemos agarrarnos a patadas, pero siempre terminamos siendo amigos.

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