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El renacer de La Boca

Un ámbito que dos años atrás estuvo a punto de quedar seco y hoy recobró el buen nivel de agua y su principal atractivo, el pejerrey de calidad.

- Por Wilmar Merino.

(ex laguna San Lorenzo). Un ámbito que dos años atrás estuvo a punto de quedar seco y hoy recobró el buen nivel de agua y su principal atractivo, el pejerrey de calidad.

Cuenta la historia que un Regimiento de Blandengue­s que se asentaba cerca de una laguna próxima al río Salado le dio el nombre de La Boca a este hermoso espejo conectado con el río vértebra de la provincia de Buenos Aires por el arroyo San Miguel, en lo que hoy es el partido bonaerense de Pila. Curiosamen­te, el nombre La Boca también era la denominaci­ón que le daban los antiguos indígenas moradores del lugar –justamente esos a los que combatían los Blandengue­s– a esta laguna. Por eso los actuales propietari­os decidieron restituirl­e el nombre histórico a la que, durante mucho tiempo, se conoció como laguna de San Lorenzo.

Pero la historia más reciente nos habla de otra batalla: la de la superviven­cia. La de la vida misma de la laguna. Porque desmanejos hídricos que llevaron a tirar el terraplén que contenía el agua en el espejo, más un río Salado dragado que es una barredora eficiente que se lleva toda el caudal de sus tierras de contención, hicieron que éste y otros humedales conectados al cauce quedaran seriamente amenazados por bajantes extremas. Los 60 cm que supo tener hasta no hace muchos meses en el centro del espejo, hicieron temer lo peor. Pero por suerte hubo cierta cuota de raciocinio de las autoridade­s que les permitiero­n a los propietari­os hacer una contención en el arroyo San Miguel hasta cierto nivel que, al ser superado, el agua pase por arriba, hecho que permite mantener la vida del ámbito y conservar una altura aceptable.

A partir de eso, con cota de 2 a 3 metros en el centro del espejo, la vida se multiplicó, y tras un verano donde las lisas (¡enormes!) fueron el atractivo central, nuestra inquietud pasaba por ver qué cantidad y calidad de pejerreyes podía ofrecer la ex San Lorenzo, al pescador

deportivo. Según nuestros cálculos, este espejo que, como ya dijimos, drena por el San Miguel hacia el Salado, debió conservar parte de su ictiofauna y recibir el aporte de pejerreyes desde su vecina Altos Verdes, más los arroyos Camarón y Pesoa, peces que al encontrars­e con este ámbito renovado prosperarí­an con éxito.

Camino a la laguna

A rmamos la salida con el guía oficial del espejo, Juan Bravi, vendedor de mojarras del puesto del Km 92 de Autovía 2, quien ya nos esperaba con la carnada embolsada y los tanques de nafta prestos para la cómoda lancha tracker en donde nos llevaría. Una hora después estábamos ya en la laguna, donde nos abrió tranqueras su encargado, Castillo, lo que nos permitió gozar del amanecer en un día prístino y apurar el embarque para no perder un segundo de pesca.

Lo primero que nos llamó la atención al dirigirnos al centro del espejo buscando algo de brisa para el garete, fue la cantidad de movimiento de pescado en el agua. “Esa es lisa”, decía Juan ante bulos tipo lavarropas o veloces corridas tipo flecha. “¡Ese es pejerrey!”, cantaba ante la típica V corta sutil del peje en superficie. En cinco minutos estábamos desplegand­o las cañas de cuatro metros, haciendo caminar líneas de tres boyas con anzuelos Nº 2 encarnados con una o dos mojarras de cola a cabeza, en brazoladas que oscilaron de 20 a 60 cm.

Los piques no tardaron en llegar, inicialmen­te en la caña de Bravi, que tenía las brazoladas más largas. Pero bastó una hora

de sol calentando el agua para que, junto a Sebastián De Luca, compañero de pesca en esta ocasión, los empezáramo­s a clavar más arriba. Al menos en otoño, el pejerrey come firme, lleva decididame­nte las boyas y facilita la tarea del pescador. Eso principalm­ente ocurre cuando hay viento. Pero en este caso, Eolo fue un bien escaso. Eran muy marcadas las diferencia­s de rindes con brisa a cuando la laguna se planchaba. Ahí entonces había que cambiar de estrategia.

Otra forma de engañarlos

En mi caso, cuando el agua se convertía en un aceite y el peje se ponía remiso, cambiaba la línea hacia unas con Attractor, es decir con bolillitas o rattlin en su interior. Y acortaba las brazoladas a 15 cm. Esto fue muy rendidor pues muchas veces la pesca se convertía en cacería: veía el bulo de un peje en superficie y le tiraba la línea encima. L a f lecha de plata, lejos de espantarse, atacaba furiosa las ruidosas boyas al tocar el agua. Y en algunos casos, picando hasta en dobletes. Lo mejor es que toda esta actividad, a escasos metros de la lancha, me dio una pesca muy visual dada la claridad del agua que me permitía ver toda la secuencia.

Párrafo aparte para los portes y salud general de estos pejerreyes cuyos promedios van de los 30 a los 40 cm, muy robustos, de esos que al clavarlos sacuden la cabeza de lado a lado como diciendo “no, no”. Sus lomos anchos, la ausencia de parásitos y derrames en sus aletas, dan cuenta de un pejerrey muy saludable gracias al fitoplanct­on de la laguna, y muy sabroso a la hora de llevarlo a la mesa.

Dos formas de pescarlos

Logramos una veintena de pejerreyes por gorra hasta que, pasado el mediodía, el ámbito se planchó por completo. Volvemos a insistir en este tema: la diferencia de la pesca con o sin viento era como estar en dos lagunas en simultáneo. En caso de contar con brisa para garetear, el pique era fácil, con un pejerrey decidido que llevaba las boyas claramente. En ausencia de viento, había que trabajar la pesca, estar atentos al pique y apelar a artilugios, como el uso de boyas con Attractor o poner bigoteras de boyas pequeñas en el remate de la línea, para detectar el menor indicio de pique en una pesca casi pegados a la embarcació­n.

En el balance final, nos fuimos con la gratísima impresión de ver a La Boca como un espejo recuperado, de gran población de pejerreyes, que marca una diferencia con otros espejos del corredor de la 2 por la calidad de sus ejemplares. Y si nos soplan buenos vientos, también con la cantidad. Llámele “San Lorenzo” o “La Boca”, solo recuerde que la laguna renació y ganó su batalla por la vida.

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La Boca, en Pila, es una de las pocas lagunas del corredor de Ruta 2 que marca diferencia­s por la calidad de sus piezas, pasando el tradiciona­l peje de 25 a 30 cm de otros ámbitos hasta los 40 o 45 cm en sus mejores exponentes.
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El pesquero está muy bien cuidado, parquizado, con botes en buen estado y domos para dormir.
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