Weekend

Fiambalá y Copiapó: donde el viento se roba hasta el aliento.

Travesía de casi 500 km para unir Catamarca con Chile a través de la ruta de los Seismiles, en plena cordillera, con todas las dificultad­es que ello implica.

- Por Marisol López.

Travesía de casi 500 km para unir Catamarca con Chile a través de la Ruta de los Seismiles, en plena cordillera, con todas las dificultad­es que ello implica: viento en contra, soledad, falta de agua y trepadas interminab­les.

Sol, ¿te imaginas lo que sería hacer este camino en bicicleta?”. Era noviembre de 2011, estábamos a 4.000 msnm en un VW Gol gris y con poca aclimataci­ón. Yo andaba muy concentrad­a en agarrar una botella de agua del piso sin bajar la cabeza para no apunarme y Javi soñaba en voz alta. “Javi, es imposible, si camino cinco pasos seguidos y me agito, imaginate en bicicleta, me muero de un paro cardíaco”. Pero él no me prestaba demasiada atención y continuaba de cara a las montañas con esa mirada que a mi me gustaba tanto, porque los ojos le brillaban con fuerza y yo ya sabía que no había vuelta atrás.

Algunos tienen grandes fortunas, otros suerte o una carrera prestigios­a. Yo, lo tengo a Javi. Por eso, cinco años después, un despertado­r sonaba insistente en un caño de colores que era parte de los juegos de una plaza y los señores de limpieza de la municipali­dad miraban algo desconcert­ados cómo dos ciclistas despeinado­s salían de ahí adentro. Estábamos en Fiambalá, Catamarca, y habíamos hecho uno de los vivac más divertidos de todos los viajes, gracias al señor de los ojitos con brillos al que le encanta eso de no armar carpa y andar tirando la bolsa de dormir en los lugares más disparatad­os que existen.

Desayunamo­s huevos revueltos, cargamos nafta en el calentador MSR y salimos con térmica y rompevient­os porque la mañana estaba fresca. Íbamos rumbo al Paso de San Francisco y yo no podía dejar de pensar qué diría ahora la Sol de cinco años atrás. El camino del lado argentino estaba completame­nte asfaltado y nos daba la oportunida­d de ocupar la mirada en todo ese conjunto de rocas, formas, colores y contraluce­s.

Paisajes asombrosos

La primera vez que descubrimo­s la ruta de los Volcanes o ruta de los Seismiles, que es el nombre con el que se la conoce por estar rodeada de volcanes de esa altura, no podíamos creer la belleza que nos desbordaba los ojos. Transitába­mos en el auto con medio cuerpo afuera de las ventanilla­s y el asombro desencajad­o. Ahora volvíamos a recorrer los mismos paisajes, pero esta vez en nuestras bicis, y todo aquello que nos rodeaba se volvió poros, aliento y hogar. Teníamos refugios durante todo el trayecto, lo que nos daba una tranquilid­ad extra, muchas casitas con leña en medio de las montañas esperándon­os para protegerno­s del viento y del frío.

El primer día, como siempre, costó bastante: el desnivel, la

A medida que subí amos el entorno cambiaba sus formas para volverse todo pu na e inmensidad. Marisol López

adaptación después de algunos días sin pedalear, la lucha por acallar la mente y dar lugar a las sensacione­s para que, lentamente, pudiéramos volver a ser presente y montañas.

Después de 55 km llegamos a nuestra primera casita, podíamos seguir unos 12 km más hasta el próximo refugio, pero la hora mágica había empezando y nosotros estábamos entre las montañas en un refugio frente al río, así que mientras la pava nos avisaba que ya estaba el agua para el mate, decidimos que si había algo que nos gustaba de viajar en bicicleta era la llegada a destino y todo aquel ritual que repetíamos una y otra vez en distintos puntos del mapa: cambiábamo­s zapatillas por Crocs, ropa apretada por suelta, tomábamos algo calentito, nos tirabamos a descansar sobre tierra, pasto, arena, piedras o –en este caso– piso de refugio en las montañas. Comíamos, comíamos mucho y finalmente almente nos despojábam­os de todo: ideas, cuerpo, voz, para disfrutar del silencio en medio de algún nuevo atardecer en otro nuevo y maravillos­o horizonte.

Entre refugios y pe dale os cantados fuimos subiendo metros sobre el nivel del mar: 3.000, 3.500, 4.000. La cosa se empezó a complicar recién a mitad del tercer día porque el viento se acordó de que era viento y quiso soplar bien fuerte para confirmar sus orígenes, entonces tuvimos 30 km de ráfagas agotadoras y la lucha inevitable con esa vocecita interna que nos visitaba siempre en los momentos críticos: ...que no puedo más ...que así yo no sigo… que no vamos a llegar… que si hubiéramos salido más temprano, más tarde o no hubiéramos salido... que quién me manda a mi a andar cruzando 43 veces la cordillera. No nos hablábamos, no era necesario, sin embargo los dos sabíamos que el cansancio físico no importaba, porque el gran motor que nos mantenía en camino era mucho más complejo, maravillos­o e infinito que un simple par de piernas.

Cambio de geografía

A medida que subíamos, el entorno cambiaba sus formas para volverse todo puna e inmensidad. La vegetación dio paso a arena, minerales y rocas de diversos colores. Los cerros se volvieron volcanes nevados y la brisa dejaba de ser placentera para convertirs­e en viento frío y fuerte. Piscis, Incahuasi, Ojos del Salado, San Francisco. El placer de estar pedaleando entre aquellos volcanes se volvió emoción y lágrimas. Cuando llegamos a Las Grutas estaban los 3J, que a pesar de su seudónimo

Sabíamosqu­eel cansanciof­ísicono importaba,porqueelgr­an motorqueno­smantenía encaminoer­amucho másmaravil­losoqueun simplepard­epiernas. Javier Rasetti

no eran superhéroe­s ni personajes de una película de acción, sino mucho más que eso. Los 3J era como se hacían llamar los trabajador­es de vialidad provincial que estaban en el refugio de Las Grutas, a 4.100 msnm, en verano e invierno, con sol, tormentas de nieve o 20° bajo cero, para recibirte entre chistes, encender la leña y abrigarte a su forma, con pan casero, una ducha caliente y música de acordeón.

Nos dimos un día de descanso y termas para salir hacia el límite internacio­nal. El camino subió un poco y otro poco más, pero la llegada se hizo cortita: 4.726 msnm y la felicidad quiso ser baile. El cartel que dividía un país del otro marcaba también la frontera entre el asfalto y el ripio, a partir de ahora tocaba Chile y rebote. Nos dijeron “tooodo bajada” y sin duda supimos que íbamos a tener que pedalear.Lamentable­mentenonos equivocamo­s, ripio en malísimo estado, muchísimo viento en contra y, como resultado, bajar a 8 km/h con mucho esfuerzo. Pero esta vez la vocecita no se atrevió a molestar, estábamos a 4.726 msnm en medio de Los Andes, rodeados por las montañas más lindas del mundo y nada podía ser más importante.

Encuentro inesperado

Cruzamos una camioneta de carabinero­s, quienes nos invitaron a que los esperemos en su puesto frente a Laguna Verde. Por las noches hacía mucho frío y ellos podrían darnos un lugar reparado donde dormir. Después de bajar un poco más apareció la laguna. Verdes y marrones, blancos, celestes y flamencos. Qué importan el viento, el ripio o el frío, qué importa.

Alrededor de las 7, con las primeras luces del día y el cuerpo casi inmoviliza­do de tanto abrigo, salimos a pedalear; el ripio estaba muy suelto y al parecer para que entremos en calor tocó subida. Nos agitamos, nos sacamos el abrigo, dejamos atrás la Laguna Verde y el camino empeoró. Una nueva y enorme pendiente con ripio totalmente suelto nos bajó de las bicis para subir empujando. Después de ascensos y bajadas llegó el asfalto y, con él, también el viento en contra. Continuamo­s en altura a 4.500 msnm, los volcanes parecían multiplica­rse, pero el camino seguía sin bajar y el viento se ponía impedaleab­le. Llegamos a una pequeña casita roja, faltaban 40 km hasta migracione­s, teníamos poca agua y estábamos en altura. Decidimos seguir, todavía quedaban horas de luz y el camino en algún momento tenía que empezar a bajar.

Tan solo algunos metros más adelante dejamos de pedalear y tuvimos que comenzar a apretar los frenos, lo que hasta hacía unos minutos nos parecía imposible ya era un hecho. Después de viento, ripio, subidas y 90 kilómetros agotadores, ese día íbamos a llegar.

Allí abajo nos esperaba Copiapó, con calor, jugos de piña, helado y un día de descanso para salir rápidament­e hacia nuestro próximo paso, Pircas Negras. Las ciudades nos eran cada vez más extrañas, ruidosas e incomprens­ibles, tal vez porque la cordillera nos estaba cambiando profundame­nte para desconocer­nos entre bellos crecidos, piel curtida, duchas en ríos helados y la voz perdiéndos­e en lo inmenso, para encontrarn­os como nunca antes: salvajes, auténticos, únicos...

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 ??  ?? Los refugios de Vialidad se encuentran durante todo el recorrido del lado argentino, cada 20 o 30 km. El paisaje deslumbra en cada vuelta de pedal.
Los refugios de Vialidad se encuentran durante todo el recorrido del lado argentino, cada 20 o 30 km. El paisaje deslumbra en cada vuelta de pedal.
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 ??  ?? Pedalear rodeados de enormes volcanes nevados, descubrir termas a los 4.000 msnm y lograr amigarse con el viento, la altura y la lentitud son todas caracterís­ticas infaltable­s de este recorrido.
Pedalear rodeados de enormes volcanes nevados, descubrir termas a los 4.000 msnm y lograr amigarse con el viento, la altura y la lentitud son todas caracterís­ticas infaltable­s de este recorrido.
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Los carabinero­s nos dieron un lugar calentito y al reparo para pasar la noche.
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