Weekend

La magia del tronco

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Recuerdo mis primeras vacaciones en Santa Teresita allá por 1965, cuando alquilamos un chalecito junto al médano, en la última calle de arena de aquel pueblito de entonces. Ni hablar de la aventura del viaje por camino de ripio. Inolvidabl­es las típicas actividade­s de playa. Mi hermanita Silvia y yo juntando caracoles o cavando pozos en la arena, con la ayuda del infaltable baldecito y la palita, siempre bajo el cuidado atento de mamá. Hasta aquí todo muy clásico, o, sin embargo, viene a continuaac­ión lo sustancios­o del relato, o, las actividade­s de pesca de mi viejo. Día tras día, a las 6 de e la mañana y con las primeras s luces del alba, partía rumbo o norte en dirección a lo que es s hoy Las Toninas. Tras reco- rrer una respetable distancia, que siendo yo tan pequeño me parecía enorme, se instalaba junto a un tronco de árbol que inexplicab­lemente yacía muy solitario en medio de la playa.

Desde allí desplegaba sus rudimentar­ias artes de pesca, consistent­es en dos palos de madera que paso a describir: sus extremos inferiores con puntas afiladas se clavaban en la arena, mientras que en la parte super ior se enrol laba n unos gruesos metros de tanza, sobre los que papá ataba un par de brazoladas con sus respectivo­s anzuelos, rematando cada conjunto con una pesada plomada. ada. Los lanzamient­os eran a puro revoleo y logrando muy escasas distancias.

Cansado de lidiar con mi insistenci­a, comenzó a llevarme con él y, para que no lo molestara mientras hacía su pesca, me encomendab­a la obtención de la carnada, lo cual me llenaba de orgullo.

La tarea, baldecito en mano, era por demás divertida y sencilla, ya que las buenas almejas proliferab­an entonces sin tanto predador a la vista.

La pesca en las inmediacio­nes del tronco era algo increíble, los piques se sucedían uno tras otro y mientras mi viejo recogía las líneas con sus manos, hermosas corvinas rubias enfrentaba­n su destino final coleteando sobre la arena. Cada día eran solo un par de horas de pesca y siempre con los mismos resultados, cuatro o cinco gordas corvinas que papá colgaba de un palo y se cargaba al hombro. La larga caminata hasta el pueblo

lu luciendo tamaños trofeos no pasaba desapercib­ida para los pescadores locales, quienes con los mejores equipos de pesca de entonces y pese a sus efectivos lanzamient­os, solo obtenían una que otra burriqueta.

A esta altura de las circunstan­cias, el tronco ya era nuestro más preciado secreto, esa carta ganadora que no debíamos revelar pese a las preguntas inquisidor­as de los otros pescadores.

“¿Vienen de muy lejos?”, “¡qué buenas corvinas!”, “¿dónde las pescaron?”. La expectativ­a iba creciendo y hasta intentaron una vez seguirnos a la distancia en nuestro derrotero, maniobra que desarticul­amos hábilmente perdiéndon­os en los médanos. Por lo demás, nuestro éxito era coronado por unas sustancios­as comidas. Unas veces al horno, otras a la parrilla y algunas más a la cacerola, las espléndida­s corvinas se habían convertido en la dieta principal pri de esas vacaciones. Pero se dice que la felic cidad no es eterna, aunque nos resistamos a aceptarlo. Una noche sopló un fuerte viento del lado del mar. Los ta tamariscos se sacudieron co con violencia, la arena suelta ca castigó la casa y los postigone nes de madera se estremecie­ro ron, al tiempo que el rugido de las olas no nos permitió co conciliar el sueño. Recuperada la calma, salimo mos con papá bien temprano esa madrugada y fue así que cam caminamos y caminamos y ca mP caminamos... Pese a nuestra búsqueda tenaz naz, el tronco no apareció. ¿Será porN por acá?, ¿será más adelante? No quisimos rendirnos y cont continuamo­s avanzando hasta que que, con la aparición de las casitas d de Las Toninas, se confirmó nue nuestro fatal presentimi­ento. Hab Había desapareci­do el tronco y con é él toda su magia. In Intentamos pescar por aquí y más allá, pero no hubo ningún caso, las corvinas se esfumaron para siempre entre la bruma del mar. El único testimonio de esas vacaciones fue la clásica foto de playa, en el pequeño velero y con la rúbrica del fotógrafo. Mis viejos ya no están entre nosotros y del mágico tronco quedó solo el recuerdo, sin embargo todo deja una enseñanza… Nada es para siempre. ¡Vive cada momento y disfrútalo mientras puedas!

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