Cordillera infinita.
La provincia de La Rioja viene rememorando la hazaña sanmartiniana del cruce de los Andes a caballo de Zelada-Dávila-Larrahona desde hace 13 años consecutivos. Cómo es la historia y la experiencia real de hacerle frente a la altura y cabalgar en la montaña inmersos en la más absoluta soledad, lejos de todo.
La provincia de La Rioja viene rememorando la hazaña sanmartiniana de Zelada-Dávila-Larrahona desde hace 13 años consecutivos. Cómo es la historia y la experiencia real de hacerle frente a la altura y cabalgar en la montaña inmerso en la más absoluta soledad, lejos de todo.
La temperatura baja un 1 ºC por cada 180 m que ascendemos. Estamos a 3.800 msnm. La falta de presión de oxígeno no me ayuda a realizar los cálculos. Solo sé que hace frío. Mucho. El viento pega en la cara y duele. Miro a mi alrededor y no hay nada más que cordillera infinita. Apoyado en la pared semiderruída del refugio Pastos Amarillos pienso cómo hicieron 350 gauchos riojanos hace 205 años (1817) para cruzar hasta Copiapó, Chile. ¡Qué osadía! No existía tecnología en indumentaria ni electrónica ni conocimientos acabados del mal de altura. Sin embargo, fueron igual siguiendo el plan sanmartiniano para liberar a Chile y Perú de las tropas realistas leales a la Corona española.
La estrategia de San Martín, en lo que se considera una de las mayores hazañas de la historia militar universal, se basaba en seis columnas armadas y montadas a caballo que llegarían simultáneamente al territorio chileno desde la Argentina a
través de la Cordillera de los Andes. Tres irían por Mendoza: El Portillo, El Planchón y Uspallata; dos por San Juan: Los Patos (al mando del propio San Martín acompañado por O’Higgins) y Aguas Negras; y, finalmente, una sexta atravesaría el paso de Comecaballos, en La Rioja. La fecha de este día “D”: 12 de febrero. San Martín, como gran jugador de ajedrez, había planeado todo con la máxima perfección: cada columna tenía día de partida, distancia a recorrer por jornada, fecha de toma de objetivos, y lugares ya establecidos de reaprovisionamiento y alimentación de animales.
La expedición riojana encabezada por Francisco Zelada (coronel al mando de la columna más septentrional del Ejército de los Andes) y Nicolás Dávila (comandante de armas del Oeste de esta región) se trasladó a fines de 1816 al pueblo de Guandacol, donde recibió el armamento y gran parte de los alimentos, caballos y mulas que habían sido donados y reunidos por la familia Dávila y por otras personas de renombre histórico, como Fulgencio Peñaloza y Facundo Quiroga. El 5 de enero todo el grupo partió hacia Chile para iniciar el cruce propiamente dicho el 17 de ese mes, en simultáneo con las demás columnas sanmartinianas. El detalle que pone de relieve la magnitud de esta hazaña es que estuvo formada por unos 130 soldados y casi 200 milicianos riojanos: voluntarios con poca y nada instrucción militar, en su mayoría arrieros, labradores, domadores y baqueanos vestidos con la propia ropa gaucha que tenían; su único distintivo era el sombrero: negro con vivos rojos, o viceversa.
Bibliografía
El historiador Roberto Rojo dice que tras dejar atrás laguna Brava las fuerzas avanzaron hacia el Este y el 1 de febrero se dividieron en dos. La división de Dávila se desplegó sobre la ciudad de Copiapó, que fue ocupada sin lucha el 12 de febrero; mientras que la de Zelada marchó en persecución de las escasas fuerzas realistas que habían huido, y que fueron alcanzadas y derrotadas en el combate de Huasco, el 16 del mismo mes. Pero en los libros la historia siempre parece mucho más sencilla.
Me subo a un caballo color moro de apodo “Terrible” para enfilar hacia el paso Comecaballos. Demasiadas palabras sombrías para el comienzo de esta aventura de altura. Pregunto acerca del origen del nombre de mi corcel, y la respuesta es lacónica: “Ya te vas a dar cuenta”. Intenté no preocuparme... pero a poco de andar tuve que cambiar de montura: el animal resultaba complicado de gobernar con una mano para ir sacando fotos con la otra. Insisto con la misma pregunta, pero ahora acerca del nombre del refugio al que nos dirigíamos, y me cuentan que hay dos versiones: “Comecaballos”, porque en esa zona se comían caballos; la otra, porque los animales llegaban extenuados del largo día de cabalgata. No se quién miente, la cabeza me late: síntoma de soroche (ver “En la altura...”). De la segunda explicación lo que no me convence es pensar que si los caballos llegaban agotados, qué quedaría de nosotros, ocasionales jinetes que habíamos arribado hasta Pastos Amarillos en camionetas 4x4 desde Guandacol.
La realidad es que pretendíamos ser gauchos modernos que intentaríamos revivir aquella historia de patriotismo que desde el año 2010 –en ocasión del Bicentenario de la Revolución de Mayo– la provincia de La Rioja reedita todos los años (13º edición en 2022) para revalorizar esa gesta histórica. Por