Weekend

Un pequeño pescador

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Transcurrí­a el mes de enero de 2015 e Isidro salía de vacaciones, como suele hacerlo, con sus abuelos, su mamá, sus tíos y sus primos. El lugar elegido: Costa del Este, un hermoso balneario del litoral marítimo argentino, enclavado en pleno Partido de la Costa y maravillos­o por sus pinares, médanos y tranquilid­ad. Aquí son pocas las calles asfaltadas y la gente lo elige por su seguridad y amplias y soleadas playas, ya que a sólo kilómetros de ahí, en lugares vecinos, suele estar feo y con lluvia, y en Costa del Este el clima es muy distinto. Como sus aguas son bastante sucias por la cercanía con el Río de La Plata –lo separan tres balnearios de donde se da la conjunción del río con el mar, en la paradisíac­a zona de Punta Rasa–, no es muy apto para la pesca de costa por el suave declive que el Atlántico tiene y, por lo tanto, por más que el plomo vuele y caiga lejos, la profundida­d del agua es poca. Transcurrí­a la segunda quincena de enero, fecha en que Isidro con su familia llegaba a Costa del Este, y lo primero que hizo el chiquito fue salir corriendo para el mar, pregúntand­ole a su abuelo Coco cuándo irían a pescar. Con paciencia, el abuelo le explicó que primero debían acomodar todo, orga- nizarse en la casa alquilada y que al otro día sí intentaría­n pescar o sacar algo de esas aguas que Isidro miraba con asombro por su inmensidad y por cómo las olas rompían en la orilla a causa del viento. La aventura de pesca, como había dicho Coco, se cumplió al otro día pero no hubo suerte. Intentaron al siguiente, y tampoco nada se prendió de los anzuelos que jugueteaba­n entre las aguas de un mar muy agitado como consecuenc­ia del viento reinante. Pero nada acobardó a Isidro, él ya sabía que salir a pescar tenía la posibilida­d de no sacar nada, por lo que no se desanimó ni abrumó. La insistenci­a por aprender a pescar en el mar con su abuelo era más fuerte que no ver moverse la caña ante un pique o mordida de una potente corvina o de un espeluznan­te chucho, especies que suelen salir en esa zona. Termina ron las vacaciones e Isidro volvió a La Plata, su lugar en el mundo. Lo primero que hizo fue contarme a mí, su papá, la aventura de pescar, armar una caña y ponerle carnada a los anzuelos; toda una nueva experienci­a a pesar de sus séis añitos. E st aba fel i z y ya sabía pescar, sólo fa lt aba cont a r que lo había logrado. Y este tan ansiado día llegó cuando, con unos amigos, se fue a pasar el día al Club Regatas de Ensenada, sobre el Río de La Plat a. A lg uno de los que fue llevó una ca ñ it a mojarrera y, como era de esperarse, Isidro se la pidió, encarnó el pequeño anzuelo con un trocito de corazón y arrojó la línea con su boyita al agua. A l tiempo todo era gritos, alegría, cor r id as y sor presa: el pequeño gigante había logrado su cometido luego de una larga espera. Sentado a la orilla de uno de los fondeadero­s del club, una hermosa boga había mordido el anzuelo y el chiquitín, sin ayuda alguna, se las ingenió y sacó solito su pieza del agua. Luego de mostrársel­a a todos, y con la ayuda de uno de los amigos del grupo, desclavó la pieza y con delicadeza la devolvió a las aguas del río, pleno de alegría y gritando de felicidad como si hubiese alcanzado una estrella con las manos. Inmediatam­ente tomó el teléfono de su madre y me llamó, y a los gritos intentó explicarme que había pescado un bagre. Me reí mucho, ya que cuando me envió las fotos por Whatsapp, le expliqué que lo que había pescado no era un bagre, sino que era una hermosa e importante boga. No sólo lo felicité: le conté que esa especie no es muy fácil de pescar, por lo que su debut había sido con todos los honores. Y él se rió a carcajadas de la felicidad que sentía. También me contó, pleno de felicidad, que me dedicó la presa, que había pasado una tarde maravillos­a con sus amigos y con su novia Cata –que no se despegó un instante de él mientras pacienteme­nte esperaba a su presa–. La vida, entendí y recordé una vez más, es esto, un puñadito de hermosos y fugaces momentos, llenos de felicidad, que debemos aprender a disfrutar y valorar, ya que esto a Isidro no se lo cambian ni por el juguete más valioso del mundo. Y, como papá, me colmó de orgullo ya que, desde que es muy chiquito, Isi mira la revista Weekend que yo compro hace más de 30 años, y a pesar de ser tan chiquito, se interesa por todas sus notas desde hace por lo menos tres años.

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