Pejerreyes en los dominios del silencio.
El cordobés río Quillinzo, en las proximidades de Villa Rumipal, permitió capturas de pejerreyes en cantidad y calidad. Equipos, técnicas, cebas y sitios para lograr las mejores capturas.
El cordobés río Quillinzo, en las proximidades de Villa Rumipal, permitió capturas en cantidad y calidad. Informe sobre equipos, técnicas, cebas y sitios para lograr las mejores capturas.
Embalse Río Tercero arrancó con una temprana temporada de pejerrey. Martín Occhetti, de Pesca Recreativa Córdoba, nos acercó la invitación para realizar un relevamiento. Una vez en Córdoba, precisamente en Villa Rumipal, nos juntamos con Claudio Gaggiofatto, Dante Montenegro y Marcelo Leconte en las cabañas Ipachi Naguan, de Cristian Casale. Asado de por medio, nos conocimos y planificamos la pesca para el día siguiente: distribuirnos en tres lanchas para visitar algunos puntos estratégicos de las 5.600 hectáreas del embalse.
A sólo 10 minutos de las cabañas estábamos en la rampa pública del balneario municipal. Bajamos las lanchas y dejamos los vehículos ahí mismo estacionados. Nos dirigimos al primer point de pesca: la entrada del río Quillinzo. La reglamentación permite dos anzuelos por pescador, por lo tanto algunos testearon líneas de vuelo con profundidad regulable mediante un nudo corredizo. Otros, la clásica de boyas yo-yo o chupetonas, que en Córdoba llaman chirimbolo, con brazoladas largas de 1,20 m, sin puntero, pero con la última boya cargada con un pequeño plomo de 5 a 10 g, según lo que la boya permita.
Las líneas
Algunos utilizaron cañas de 4 m y otros bien cortas. En mi caso, opté por un equipo intermedio. Al usar dos boyas o un paternóster, preferí llevar una caña de 2,70 m en dos tramos (el distal, macizo de carbono). Adosado al equipo, un reel frontal cargado con multifilamento de 15 lb, anzuelos chicos y mojarra viva como carnada. También es característico del área la utilización de líneas de tipo balancín, para pescar en las zonas más profundas pegado al barro pero, en este caso, no llegamos a utilizarlo.
Nos dispusimos cerca de la orilla, con poca distancia entre lanchas. Con 4 m de profundidad, el ecosonda marcaba que el agua estaba a 19 ºC, mientras que la mañana se presentaba muy nublada y ventosa. Fuertes ráfagas de 10 a 12 nudos nos dificultaban seguir las boyas con la vista. Gareteando, Dante clavó el primer pejerrey de la jornada. Lo llevó al pecho izando su caña telescópica de 4 m. Era un pez gordo y bien alimentado, de unos 30 cm. También Claudio en su lancha
consiguió su primera captura de similar tamaño. Ambos amigos han ganado importantes concursos de pesca de pejerrey, conocen al detalle este refinado arte y, sobre todo, el embalse.
Otros ejemplares
L a fa lta de activ idad y los fuertes vientos nos motivaron a buscar reparo. Adentrándonos aún más en la desembocadura del río Quillinzo, hicimos una prueba en el sector denominado El Chorrito. En este caso, encaramos la pesca fondeados. También concretamos algunas capturas más pero muy espaciadas en el tiempo, como algún bagre sapo. La poca profundidad oscilaba entre uno y dos metros, y el agua un grado más fría.
Sin perder tiempo, nos movi- mos nuevamente adentrándonos bien en la desembocadura del río. Utilizamos un ancla de capa para frenar la deriva de la lancha y garetear de Este a Oeste en dirección del viento, desde el resguardo proporcionado por los altos paredones, y acelerando hacia las llanura de la costa de enfrente. Para cebar utilizamos una lata de caballa en aceite, a la que le efectuamos varios
agujeritos y la dejamos atada colgando del barco. Cada tanto la agitábamos fuertemente para ir desmenuzando el contenido y acelerando la cebada. Aquí fue donde se marcó la diferencia y todos pudimos pescar unos cuantos pejerreyes. No eran muy grandes, pero sí sanos de entre 25 y 30 cm, y en muchos casos en doblete. El pique resultó entretenido, con pejerreyes que tomaban tanto al lado de la embarcación como otros que alejaban las boyas, al punto que las perdíamos de vista y sólo sentíamos el pique en el hilo. Técnica que requiere extrema concentración y agudeza de sentidos.
Sonidos del embalse
El silencio del entorno natural en el cual estábamos inmersos apenas era interrumpido por el piar de las aves y el agua golpeando la embarcación. A veces se sumaba el feroz clac del cierre del pick up o el sonido creado por la vara cortando el aire a toda prisa en el enérgico cañazo. También el chapoteo del pejerrey cuando lo acercábamos al barco.
Al final de cada pierna, a varios metros de la costa de sotavento, remontábamos a motor para iniciar un nuevo garete. Siempre intentando no llegar a la zona baja de la orilla porque estaba llena de dientudos o mojarrones, como suelen llamarlos localmente. Temprano, alguna leve llovizna nos había amenazado pero, al mediodía, con vientos constantes el cielo había despejado y el calor comenzaba a templarnos. Era el momento ideal para un almuerzo, así que nos juntamos en la costa, debajo del paredón. Mientras Marcelo preparaba una picada, Cristian, Martín y Claudio planificaban la estrategia a seguir: probaríamos un par de piernas más y luego nos dirigiríamos hacia la playa de Los Alemanes, próxima a la bajada de lanchas. Tras la picada, encaramos unos sándwiches y refrigerios para volver a la acción.
Hicimos unos tiritos más en la misma zona y a todo motor fuimos en las tres lanchas hacia el sitio previsto, en donde desemboca el río Santa Rosa. Una zona más profunda y con agua mucho más limpia. Ya teníamos la pesca concretada pero siempre queda el vicio de uno más y nos vamos. Así que, con las últimas mojarras que restaban, completamos la cuota. Una jornada muy entretenida con promesa de una excelente temporada en el embalse.