Weekend

Tesoros entre la desolación.

Con el fin de encontrar el Fuerte del Pantano, la caravana se adentra en Catamarca y La Rioja para cruzar el salar de Pipanaco y descubrir parajes de película.

- Por Marcelo Lusianzoff.

Con el fin de encontrar el Fuerte del Pantano, la caravana se adentra en Catamarca y La Rioja para descubrir parajes de película, como el salar de Pipanaco y el oasis de Tucma.

La leyenda de los restos de un viejo fuerte español, perdido entre los médanos de la provincia de La Rioja, sonaba más que atractiva. Los datos de su posible ubicación eran ambiguos, lo que aumentaba el desafío y las ganas de llegar hasta allí. Partimos desde la región centro, desde la Cuesta de la Cébila (R60), que con su variopinto paisaje y sus enlaces de amplias curvas, nos depositó en el cruce de la RN 60 y RP 46. Podríamos haber optado por llegar en un corto tramo de asfalto al hotel termal de Santa Teresita, pero transitar por la enorme planicie del Salar de Pipanaco, siguiendo el rastro del Dakar y pasando por los bellos oasis de Tucma, suponía una adrenalina extra, imposible de ignorar.

Al terminar el descenso de La Cébila, doblamos a la derecha y pocos kilómetros más adelante pasamos el pequeño paraje de El Pajonal. Antes dimos una vuelta por la catamarque­ña Pomán, mientras disfrutamo­s el ascenso y descenso del pueblo con los colores de sus cítricos contrastan­do con los ocres del invierno.

La caravana abandona la RP 46 e ingresa en paralelo a unas prolijas plantacion­es de olivos. Una larga recta que a vuelo de pájaro penetra como una daga

en el centro mismo del salar. A medida que avanzamos esta recta parece desvanecer­se bajo las ruedas de los vehículos, hasta transforma­rse rápidament­e en un terraplén, formado por un pesado y profundo guadal; indudablem­ente la única forma de ingresar en la época de lluvias, cuando el salar está inundado y se transforma en una gran trampa fangosa.

Un encuentro inesperado

El polvo en el aire imposibili­ta la visión, hasta oculta las trompas de los vehículos. Nos detenemos en varias oportunida­des para desencajar, empujar y eslingar alguna de las 4x4, que quedan colgadas al hundirse en el suave talco que se supone es el camino. Seguimos un tramo casi a ciegas, hasta que con un suave ademán el terraplén desciende hasta la superficie misma del salar, arrugado por las rígidas huellas del paso de vehículos, impresas en lo que alguna vez fue barro y que lo volverá a ser con la más mínima lluvia.

Nos adentramos más y más. La multiplici­dad de huellas que se entrecruza­n nos obligan a ir atentos al GPS para encontrar la huella que hace de eje central y que corre de norte a sur, desde Andalgalá hasta el pequeño pueblo de Santa Teresa. Este camino nos depositarí­a en la parte trasera del hotel termal, pero al encontrarl­o decidimos seguir un trecho más. En Google Earth habíamos divisado unas construcci­ones muy llamativas en el medio del salar. Nuevamente nos topamos con miles de huellas que se entrecruza­n y nos obligan a ir muy atentos al rumbo.

Las profundas zurcos marcadas en la superficie hablan de la bravura del lodazal de estas sendas, especialme­nte en épocas húmedas, y del posible aislamient­o durante algunos períodos. Sobre el bajo monte se comienzan a destacar contornead­as figuras de erráticos algarrobos. A medida que su número aumenta, vamos notando la presencia del hombre en este inhóspito lugar. Un corral, otro más y, poco a poco, el puesto: un casa achaparrad­a a la sombra de un gran árbol y con su respectivo patio. Los moradores, sorprendid­os por nuestra presencia y la cantidad de vehículos, salen al encuentro. La charla gira en torno a las duras condicione­s de vida del lugar, sus pocos recursos y la forma de vida. La mano extendida con un mate ameniza el encuentro.

El páramo de sal

Nos despedimos encarando con rumbo al sur, hasta arribar a una pequeña isla de arbustos que se erige en el centro del páramo. Tras esto,unanchoypr­ofundocauc­eseco nos comienza a acompañar. Las estrechas huellas ahora encierran un bordo central, cada vez más alto, que en algunos sectores toca los bajos de los vehículos; mientras las ramas de los arbustos parecen

estirarse y hacer un esfuerzo para arañar las camionetas. Uno no puede dejar de imaginarse a los bólidos del Dakar, a velocidad de carrera, desenvolvi­éndose entre las curvas y contracurv­as de este mínimo sendero marcado entre la vegetación. Doblamos a la izquier- da y el escaso verde se transforma poco a poco, tras algunos pequeños cortes de antiguos desagües de lluvia, en nulo. El piso del salar aflora en toda su magnitud. Los típicos hexágonos tapizan todo el suelo salino hasta perderse en la delgada línea del yermo horizonte. Un gran páramo en el que algunos secos troncos, en contraste con el cielo, se asoman sobre la lisa superficie de la tierra, como brazos y manos de personas que tratan de escapar del inframundo. La caravana entera se dedica a fotografia­r sus contrastes.

Las camionetas, por un rato, pasan a desandar en todas direccione­s, disfrutand­o de las infinitas posibilida­des de rumbos y la plena sensación de libertad, mientras apenas dejan sus huellas sobre la salina y reseca superficie.

Luego de jugar un rato retomamos la angosta senda, acompañado­s nuevamente por un monte bajo de fondo. Otro desvío y arribamos a una curiosa loma, la única que pese a su escasa altura se destaca en la planicie. Junto a un gran algarrobo que intenta disimularl­a, una precaria construcci­ón de adobe protege una aguada y una virgen con velas derretidas a su pies. Suri Yaco, así se llama este lugar, que desde hace cientos de años es usado por los arrieros para aguar a sus animales y descansar en su tránsito por el salar. Botellas vacías, una mesa que intenta con esfuerzo mantenerse en pie, y unos palos atados a modo de sillas, son testimonio­s de su uso hasta la actualidad.

El sueño de Carlos Gessell

Retrocedem­os sobre nuestros pasos y volvemos a poner rumbo sur. Después de unos kilómetros divisamos, casi como un espejismo, la figura de altas palmeras recortándo­se en el horizonte. Un grupo por acá, otro por allá. El camino nos acerca a ellas hasta que nos detenemos. Las altas figuras de sólido y único tronco, bajo la sombra de su típico penacho, guarecen la naciente de un cauce de agua caliente que se escapa por una improvisad­a acequia que se pierde en el salar. Avanzamos un poco más. Otro conjunto de palmeras se asoma a unos metros del camino. Nos detenemos porque la imagen nos sorprende. Como sacado de una película de Lawerence de Arabia, nos topamos con un oasis; en este caso es el oasis de Tucma (histórico cacique de la región), que en sus aguas copia a la perfección el cielo de La Rioja.

Mientras las palmeras de alrededor parecen acercarse en procesión y agacharse suavemente para admirar su reflejo en él, la caravana toma las fotos de rigor y después retoma la marcha por la senda. El GPS nos indica que debemos dejar la huella principal y desviarnos a la derecha, por un camino mucho más estrecho.

A poco de andar, pequeños médanos de arena parecen cerrar el camino. Decidimos enfrentarl­os y, sin desinflar los neumáticos, los vamos superando en un suave vaivén. Poco a poco la arena va quedando atrás y el suelo va ganando firmeza hasta que nos deposita en la ruta principal.

Más adelante nos topamos con una derruida construcci­ón de arcadas que, a falta de ventanas y puertas, pareciera mirarnos con expresión de admiración. Es un antiguo hospedaje para miembros de la iglesia, que buscaban alivio en las aguas termales del lugar.

Una capilla que por techo solo tiene las nubes, pero que aún conserva unas imágenes religiosas. Casi en frente, las abandonas oficinas y galpones, y unas oxidadas cabinas de sendos Ford Canadiense se asoman bajo el follaje de gruesos algarrobos, que recuerdan lo que fue la industria leñera de Santa Teresita. Aquí don Carlos Gesell soñó construir la alternativ­a invernal para el famoso pueblo balneario costero. Con estas historias, leyendas, anécdotas e imágenes que invitan a ser fotografia­das en el silencio de la tarde, la caravana se dirige a descansar y relajarse en las sanadoras aguas del hotel termal. No nos olvidamos que el verdadero desafío es llegar al Fuerte del Pantano. Este objetivo queda pendiente para el siguiente día. A ustedes, para el próximo número.

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 ??  ?? Vista a vuelo de dron de la huella usada por el Dakar para cruzar la vastedad del salar de Pipanaco, cuya cuenca es de casi 17.000 km ² .
Vista a vuelo de dron de la huella usada por el Dakar para cruzar la vastedad del salar de Pipanaco, cuya cuenca es de casi 17.000 km ² .
 ??  ?? Arriba: vista del Oasis de Tucma, que nos sorpendió durante la travesía. Der.: ruinas de la capilla original de Santa Teresita, que dio nombre a las termas. En la otra página, los miembros de la caravana y nuestro vehículo guía sobre la resquebraj­ada superficie del salar de Pipanaco.
Arriba: vista del Oasis de Tucma, que nos sorpendió durante la travesía. Der.: ruinas de la capilla original de Santa Teresita, que dio nombre a las termas. En la otra página, los miembros de la caravana y nuestro vehículo guía sobre la resquebraj­ada superficie del salar de Pipanaco.
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 ??  ?? Arriba: picnic gourmet bajo la sombra. La caravana afronta un guadal. Der.: un gran algarrobo descansa sobre los restos de las oficinas de la antigua maderera.
Arriba: picnic gourmet bajo la sombra. La caravana afronta un guadal. Der.: un gran algarrobo descansa sobre los restos de las oficinas de la antigua maderera.
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