Clarín - Zonal Norte

El fotógrafo del Delta que desafió a la muerte en el Himalaya

Avo Naccachian vive y trabaja de jardinero en las islas de Tigre. Recorrió el mundo escalando montañas como la peligrosa Shishapang­ma de China.

- Alex Leibovich aleibovich@clarin.com

Avedis Naccachian, o Avo como lo llaman su familia y amigos, está sentado frente a su casa ubicada cerca del arroyo Pineral, al fondo del Delta del Tigre. Tiene unas botas, las cuales debe utilizar de forma frecuente para atravesar los arroyos y los vados. En su rostro asoma una barba tupida. A su lado está Negro, el perro del vecino pero que se encariñó de tal forma con él que está siempre a su lado. Avo vive ahí de forma permanente desde la Pandemia pero posee el lugar desde hace cerca de 40 años. Allí trabaja de jardinero.

Dentro de unos meses cumple 80, pero los años no se hacen aparentes en un hombre que hasta hace un par de años realizaba cicloturis­mo a lo largo del continente o que actualment­e se puede autosusten­tar como si estuviera en un campamento, a pesar de los recientes y largos cortes de luz debido a los temporales. Y es que su vida está atravesada por la naturaleza y la aventura. La vida de un hombre que participó nada más ni nada menos que de la IV expedición argentina a los Himalayas en Manaslu y la expedición al Shisha Pangma en el año 1993.

En el camino del montañismo Avo había nacido en Beirut el 16 de diciembre de 1944 y tenía tan solo 4 años cuando en 1949 los Naccachian inmigraron a la Argentina. La historia familiar está marcada por lo trágico, ya que su padre había llegado al Líbano huyendo del genocidio armenio. Ya contaba con parientes en el país, por lo cual se facilitó su estadía argentina.

Sin embargo, la identidad armenia quedó intacta en su familia por siempre, y ya a los siete años de edad Avo ingresó en la Agrupación Scout Ararat, la cual se fundó en aquel mo

mento y existe hasta hoy. Dentro de la organizaci­ón se familiariz­ó con diversas técnicas que le sirvieron más tarde en la montaña y para toda la vida: “Ahí aprendí todo. Desde hacer fuego sin fósforos y amarres hasta complejas construcci­ones con troncos u hornos de barro hechas con latas de galletitas”, cuenta Avo.

A los 15 años comenzó a internaliz­arse en el montañismo. Al principio practicó con unos amigos en un muro de contención que se hallaba debajo de la Avenida General Paz, en donde ahora se halla el Acceso Norte, y escalaban la chimenea de una antigua fábrica de ladrillos en Escobar. De la Ciudad y sus paredes cementadas pasaron a las alturas de Sierra de la Ventana y del

Cerro La Cruz en Córdoba.

Pero fue recién en el año 64 cuando dio inicio a su primera gran expedición en Cholila: “Estuvimos cinco días caminando en una zona inexplorad­a con un poblador con cinco mulas, vadeando ríos y llegando hasta el fondo”, relata Avo. Allí marcaron hitos, al hacer las primeras ascensione­s en lugares que ellos mismos bautizaron: el Cerro Fortaleza y el Cerro General Paz, en honor a aquellos primeros entrenamie­ntos hechos debajo de la Avenida.

Haciendo historia en los Himalayas

Hasta que en el año 1979 le llegó a Avo la convocator­ia de participar en la IV expedición oficial argentina a los Himalaya en Manaslu, la octava * montaña más alta del mundo y una de las más difíciles del planeta. Era otra oportunida­d para el país en aquella región de Nepal, luego de la expedición frustrada en el Everest en el año 71 y en el Dhaulagiri en el 54 y 55/56. Allí, vivió momentos tan especiales como el encuentro con el hombre que escaló por primera vez el Everest. “Estábamos alojados en un hotel y Trenzing Norgay, aquel sherpa que hizo historia, se acercó a nosotros”, relata Avo.

Sin embargo, también vivieron momentos trágicos, ya que fue en ese viaje en el que perdieron a Edgardo Porchelana —"Porche" para sus compañeros—, quien sufrió una caída fatal a causa de una avalancha. “Cuando morís en la montaña por lo general no se rescata el cuerpo, queda ahí. Así que nosotros hicimos una pequeña ceremonia en la que tallamos su nombre en una roca y ahí quedó como otro guardián más de la montaña”, comenta Avo al respecto.

Fue también en ese viaje que ocurrió algo casi milagroso para la época. Uno de los integrante­s de la misión, Pablo Castiarena, era un radioafici­onado. Y en una de las tantas transmisio­nes que hacía desde la montaña logró enganchar la frecuencia de otro radioafici­onado argentino ubicado en Buenos Aires. Gracias a un equipo adelantado para el momento, aquel hombre con el que se habían comunicado podía hacer que desde las alturas de los Himalayas los escaladore­s pudieran contactars­e con sus propias familias en Buenos Aires: “Podía hablar con mi mujer cuando la correspond­encia tardaba como un mes en llegar a la Argentina”, cuenta Avo.

Esa travesía cuenta con la particular­idad de que hay imágenes filmadas en 16 mm por dos de sus integrante­s, Guillermo Vieyro y Jorge de León. En ellas se puede observar el blanco de la nieve, se puede oír el frío helado, se puede ver a los expedicion­arios enfrentar a la muerte, al escalar una de las cumbres más desafiante­s del mundo. Y Avo no solo escaló, sino que también sacó fotos. “La Editorial Atlántida envió a un fotógrafo pero este se quedó en el campamento base. Él me dio los rollos y saqué más de 1500 diapositiv­as”, cuenta. Las capturas de lo bello y lo terrible de la montaña quedaron grabadas en aquellas filmacione­s y fotografía­s que están siendo restaurada­s actualment­e por Ariel Casos Vello y que próximamen­te se estrenarán en forma de documental.

Avo siguió realizando expedicion­es. Otra icónica en la que participó fue la realizada en 1993 en el Shisha Pangma, la decimocuar­ta montaña más alta de la Tierra también ubicada en los Himalayas. Esta, a diferencia de la realizada 15 años antes, casi no contaba con dinero, lo cual fue un desafío que no impidió que Nico de la Cruz y Marcos Couch alcanzaran la cumbre en la primera expedición argentina deportiva patrocinad­a por la Secretaría de Deportes.

Alejado de la montaña, pero no de la naturaleza

Luego de aquel gran hito, Avo decidió dejar la montaña. Sin embargo, eso no le impidió continuar con la aventura en la forma de otro deporte: “Para mi fue una etapa el montañismo. Muchos de mis amigos murieron en la montaña. Así que me voy a dedicar a algo distinto que es el cicloturis­mo, el cual me permite seguir en contacto con la naturaleza”, explica. Así, realizó miles de kilómetros en Perú, en la selva boliviana, en el Amazonas, en los Valles Calchaquíe­s o en el Camino de la Muerte en Bolivia, viajes que realizó hasta hace tan solo dos años.

Actualment­e cuida tres terrenos de más de 70 metros por 200 metros de ancho. Si bien a veces viaja al continente por trámites o visitas, su lugar se halla allí, al fondo del Delta: “No quiero perder un minuto de mi vida en otras cosas, en otros problemas que surgen. Ya me desligué de todo”, dice. Y es que cuidando los terrenos no solo se mantiene físicament­e, sino que también se mantiene en contacto con lo que siempre amó, la naturaleza. “Estoy muy bien acá. Veo los amaneceres y los atardecere­s”, cierra.

 ?? ?? Reconocido. Avedis tiene 79 años y todos lo saludan en las islas.
Reconocido. Avedis tiene 79 años y todos lo saludan en las islas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina