El talentoso ajedrecista de Villa Sapito que da clases en la facultad
Ezequiel Lamoglia (19) descubrió el juego a los siete años en la Universidad de Lanús. También juega al fútbol y estudia Economía Empresarial.
Cada vez con mayor asiduidad, las partidas se resuelven a su favor y los rivales se resignan a reconocer su talento. Sin embargo, Ezequiel Lamboglia no acepta asumirse como una figura precoz del ajedrez ni, mucho menos, se considera el más experimentado entre los docentes que transmiten sus conocimientos de este deporte.
Él, simplemente, con buena parte de sus 19 años vividos bajo el peso de las carencias familiares que marcaron su infancia en Villa Sapito, se dedica a ensayar en el mayor de los silencios el juego que más le gusta -ya, a esta altura, a la par de su pasión por el fútbol-. A esa práctica tan lúdica como didáctica sumó la enseñanza a los alumnos que asisten al Programa de Verano, a cargo del área de Deportes y Recreación en la Universidad Nacional de Lanús.
Ese ciclo de cursos de la UNLA, en época de vacaciones, captó la atención de Lamboglia a los siete años y le abrió el portal de ingreso hacia un mundo nuevo: la puja entre piezas blancas y negras que le exigiría aprender una estricta disciplina, máxima concentración, ingenio y a tomar decisiones.
“Hasta ese momento, yo no tenía ni idea sobre el ajedrez, a tal punto que, cuando arranqué, nadie me creía y pocos entendían de qué se trataba, eso de que ayuda mucho en la manera de pensar, ser respetuoso y a resolver con mucha paciencia los problemas que te plantea el colegio, especialmente en Matemáticas”, repasa Lamboglia.
La primera prueba de fuego ante los ojos del público y la mirada
intimidante de las autoridades no pudo ser más auspiciosa: debutó en un torneo organizado por la Universidad en el Centro Interactivo de Ciencia y Tecnología Abremate y resultó campeón, después *
de haber ganado las cinco partidas.
Ahora, cuando su vitrina ya exhibe varios trofeos, el prodigio de Lanús toma distancia de los nombres de peso del ajedrez ( como Bobby Fisher, Karpov, Kasparov,
Capablanca o los próceres locales Najdorf, Panno y Tempone), para hacer foco en el papel clave que cumplió en su formación Gustavo Salaberry. El docente, además, le reveló los secretos del “sistema
Londres”, la jugada preferida por Lamboglia, una estrategia que le permite destrabar el juego desde los primeros movimientos.
El sentimiento de gratitud de Lamboglia se expande hacia la coordinadora del Curso de Verano (“Victoria tuvo el gesto de imprimirme un libro completo para que pueda seguir perfeccionándome y estudiar la Licenciatura en Ajedrez”, vislumbra) y Azucena, la tía visionaria que decidió acompañarlo para que no se perdiera ninguna de las clases iniciales de ajedrez.
Ezequiel da clases de ajedrez en la Universidad de Lanús.
El apoyo familiar -apuntalado también por su mamá Cristina y sus hermanos Sara y Maicol- resultó el empujón necesario para que Lamboglia transitara el camino del primer ajedrecista de la familia, que, además, desde que egresó de la Escuela Media 7 de Avellaneda, aspira a transformarse en el primer integrante de su entorno reconocido con un título profesional.
Lamboglia ingresó en la Universidad de Lanús, con el sueño de recibir en unos años el diploma de la Licenciatura en Economía Empresarial. Cada viaje en el colectivo hasta la estación de Gerli completado con el tramo en el tren hasta la sede de la UNLA, en Remedios de Escalada, es un esfuerzo que -intuye- tendrá su compensación.
Mientras cursa las tres materias en las que se anotó reserva tiempo para experimentar nuevas jugadas de ajedrez, anotarse en algún torneo y despuntar sus virtudes de pivot en Villa Heredia, el club de fútbol Avellaneda que participa de la categoría D del futsal de la AFA.
Hincha de Boca en Villa Sapito y en el barrio Obrero de Lanús -donde debió mudarse por el incendio que arrasó con su vivienda original-, territorios copados por el “granate”, Lamboglia aprendió a cruzarse sin enemistad con rivales frente al tablero y en los rincones del vecindario. Un encuentro entre pares coronado con un apretón de manos, un abrazo y el mejor de los deseos: “Buena partida”.