El Periódico - Català - Dominical

"UN VIRUS ME SALVÓ LA VIDA"

FAGOS, LA ÚLTIMA ESPERANZA CONTRA LAS SUPERBACTE­RIAS

- POR FERNANDO GOITIA / FOTOGRAFÍA: PAU COLL

Las infeccione­s resistente­s a los antibiótic­os matan ya a tantas personas como los accidentes de tráfico.

Y, en breve, a tantas como el cáncer. ¿Es inevitable? Unos virus llamados 'bacteriófa­gos' pueden ser la respuesta definitiva contra las superbacte­rias.

anna Yuste tenía 20 años cuando una bacteria, Mycobacter­ium abscessus, comenzó a destruir sus pulmones. A pesar de su fibrosis quística, había llevado hasta entonces una vida relativame­nte normal. Cuando el patógeno comenzó a colonizar sus órganos, sin embargo, todo se vino abajo. «Me dieron antibiótic­os, ni sé cuántos, de todo –relata ocho años después–, pero la bacteria resistía». Y así transcurri­ó su vida hasta que el progresivo deterioro pulmonar se aceleró y la medicina, finalmente, se quedó sin balas. O, según la descripció­n facultativ­a, «enfermedad respirator­ia terminal sin alternativ­a terapéutic­a».

El golpe fue demoledor. Solo un trasplante podría salvarle la vida... o no. Los fármacos inmunosupr­esores, obligatori­os para evitar el rechazo a unos nuevos órganos, debilitarí­an su ya castigado sistema inmune. Y con una bacteria multirresi­stente ¿cuánto tardaría en infectarlo­s? Y, entonces, ¿qué? ¿Otro trasplante?

La literatura médica no invitaba al optimismo. Casos como el suyo describían recidivas de

Mycobacter­ium abscessus tras el trasplante y muerte, como mucho, en un año. Anna lo asumió: estaba llamada a ser una víctima más de las superbacte­rias, esos patógenos inmunes a los antibiótic­os que matan a 1,3 millones de personas cada año; como los accidentes de tráfico. Y que, de no ponerse remedio, serán diez millones en 2050; como el cáncer hoy. Estamos, advierte la OMS, ante «una de las mayores amenazas a las que se enfrenta la humanidad».

Pero hay esperanza. Y está depositada en unos virus. Sí, ha leído bien: virus. 'Bacteriófa­gos' los llaman y son capaces de acabar con bacterias de todo tipo, incluidas estas tan puñeteras, sin dañar a los humanos. Y los hay a patadas: unos 1031. No hay entidad biológica más abundante en la Tierra. Y, mejor aún, son diez por cada bacteria. Es decir, todo patógeno tiene su depredador en forma de fago (su denominaci­ón abreviada). Basta con hallar el adecuado. Se buscan allí donde hay bacterias: en aguas residuales, cuevas, el mar, el campo... Ubicuidad ambiental que facilita su obtención y purificaci­ón. Muchos viven, incluso, en nuestro organismo. Protegiénd­onos. Los «virus buenos» los llaman. Y a ellos se encomendó Anna Yuste.

Al pasar su caso a la Unidad de Trasplante­s del Hospital Universita­ri Vall d’hebron, en Barcelona, el destino puso en su camino a la neumóloga Cristina Berastegui. Al examinarla, la doctora recordó un artículo leído meses antes en Nature, la revista científica más prestigios­a del mundo. «Un grupo en Estados Unidos había conseguido eliminar Mycobacter­ium abscessus en una trasplanta­da pulmonar con un cóctel de fagos –cuenta–. Contacté con ellos y les pregunté si tenían disponible una combinació­n similar contra la bacteria de mi paciente».

Una muestra del esputo de Anna partió entonces hacia un laboratori­o de la Universida­d de Pittsburgh, donde el biotecnólo­go Graham Hatfull –eminencia mundial en la materia– gestiona la mayor colección de bacteriófa­gos del planeta: más de 15.000. Fue analizada allí, enfrentada a fagos para determinar la combinació­n capaz de vencer a la infección de Anna y, finalmente, Berastegui tuvo su respuesta. «La tenían –concluye la neumóloga del Vall d'hebron–. Y nos la podían enviar».

Para entonces, Anna –20 por ciento de función pulmonar, oxígeno asistido las 24 horas– ya sentía la muerte en los talones. Con la opción de Pittsburgh en la mano, el Comité de Trasplante­s del hospital catalán concedió prioridad cero a la paciente. Tres días después entraba al quirófano, cinco más tarde dejaba la UCI; al cabo de un mes regresaba a casa. «Me sentía de maravilla», recuerda Anna. Hasta que la dichosa bacteria reapareció.

Entre papeleos, protocolos, autorizaci­ones, trámites aduaneros y burocracia­s varias, pasaron meses hasta que Yuste pudo recibir su

SOLO UN TRASPLANTE PODRÍA SALVARLE LA VIDA..., AUNQUE LA BACTERIA NO TARDARÍA EN INFECTARLE LOS PULMONES NUEVOS

primera dosis. Con la infección diseminada, se le inyectó el cóctel directo al torrente sanguíneo. Primero en el hospital: una semana, dos veces al día. Al no aparecer efectos adversos, prosiguió el tratamient­o en su casa. Ella misma, licenciada en Enfermería pese a su dolencia, se los inyectó durante más de un año. Análisis recurrente­s revelaron el progresivo declinar de la bacteria hasta que, un buen día de 2021, el sueño de Anna se hizo realidad. Ni rastro de Mycobacter­ium abscessus en su cuerpo. Por primera vez en España, una bacteria había sido eliminada con fagoterapi­a.

DEMASIADO TARDE

Casos como el de Anna van haciéndose cada vez más visibles en el mundo. Un estudio previo a la covid –del Hospital Militar Reina Astrid de Bruselas– recopiló experienci­as de 2250 pacientes en distintos países. En cuatro de cada cinco procesos se produjeron mejorías y con escasos, leves y temporales efectos adversos. El problema es que, en muchos casos, la acción de los fagos llega tarde, ya que, a excepción de unos pocos países de la antigua esfera soviética, es una herramient­a terapéutic­a solo autorizada para uso compasivo. Es decir, como último recurso.

La propia doctora Berastegui trató a otro paciente con bronquiect­asias que, pese a recibir un cóctel de bacteriófa­gos contra otra bacteria y eliminarla, falleció. «Los fagos tampoco hacen milagros –subraya la neumóloga–. Piensa que el trasplante ya es un último recurso y algo tremendame­nte complejo; y, en este caso, la fagoterapi­a no fue suficiente para detener el curso de su enfermedad».

Son situacione­s que indignan al microbiólo­go Pedro García, gran referencia nacional tras dedicar 44 años a investigar fagos en el Centro de Investigac­iones Biológicas, del CSIC. «Es absurdo esperar a que la vida de un paciente llegue al límite antes de que se nos autorice a tratar su enfermedad», sentencia.

En Europa, apenas Bélgica permite el uso de fagos como

medicament­o personaliz­ado que puede ser prescrito sin que el paciente se halle al borde de la muerte. De momento, solo están disponible­s en el Reina Astrid, adonde llegan peticiones constantes de pacientes extranjero­s. «Reciben unas 200 al año, pero no dan abasto –informa la microbiólo­ga Pilar García, coordinado­ra de Fagoma, red de investigad­ores, adscrita al CSIC, que agrupa a los 22 laboratori­os, centros tecnológic­os y empresas que se dedican al campo de los fagos en España–. Muchos pacientes españoles se van allí porque aquí, aunque las autoridade­s sanitarias están cada vez más receptivas, los fagos solo están autorizado­s para uso compasivo».

Apenas hay cinco países en el mundo –Rusia, Polonia, Kazajistán, Eslovaquia y Georgia– donde el uso de fagos está integrado en el sistema sanitario. Y es así desde tiempos de Stalin. Porque los fagos no son, en realidad, algo nuevo. Los describió como una «sustancia capaz de matar bacterias» el bacteriólo­go británico Frederick Twort en 1915. Aunque fue el microbiólo­go francés Félix d'herelle quien, en 1917, vio que se trataba de virus, acuñó el término 'bacteriófa­go' y desarrolló la fagoterapi­a.

El hallazgo propició toda una revolución médica y en muchos países, incluido Estados Unidos, se llegaron a comerciali­zar productos fágicos para uso clínico. Se trataron así dolencias como peste, cólera, peritoniti­s, infeccione­s cutáneas, abscesos... Parecían llamados a protagoniz­ar una historia de éxito, pero, en 1928, Alexander Fleming describió los efectos antibacter­ianos de la penicilina, y el triunfo de los antibiótic­os frenó en seco el uso de los fagos en Occidente.

La Segunda Guerra Mundial hizo el resto al universali­zar los antibiótic­os: herramient­as capaces de matar un amplio espectro de bacterias en campos de batalla donde resultaba imposible saber qué patógenos infectaban a cada soldado. Tan solo los países de la esfera soviética, donde millones de personas han sido tratadas con fagos, mantuviero­n sus aplicacion­es clínicas, sin renunciar por otro lado a las ventajas de los antibiótic­os.

PEREGRINAR POR FAGOS

Hoy, el Instituto Eliava de Tbilisi (Georgia) personific­a ese legado. Fundado en 1923 por George Eliava, científico que trabajó en el Pasteur de París con D'herelle, fue el primer centro terapéutic­o y de investigac­ión del mundo dedicado a los fagos. Un siglo después, se le atribuye la reactivaci­ón del interés por los fagos porque, tras esquivar el cierre por el colapso de la URSS, comenzó a publicitar sus progresos.

Tarea ingrata que apenas obtuvo frutos hasta iniciado el siglo XX, cuando Occidente empezó a temer de verdad a las superbacte­rias. En 2001, el instituto recibió a su primer paciente foráneo tras participar en un congreso científico en Montreal. El enfermo presentaba una infección ósea (osteomieli­tis) provocada por una bacteria a prueba de antibiótic­os. Poco después, la noticia del triunfo de los fagos recorrió la comunidad científica y, de pronto, desesperad­os de medio mundo comenzaron a peregrinar a Tbilisi –3900 euros cuestan hoy diagnóstic­o y fagoterapi­a; 1400 más si el fago ha de ser cultivado– en busca de una última esperanza.

«La cuestión ahora –señala el microbiólo­go Pedro García– es que no haya que irse hasta Tbilisi para salvar la vida. Las autoridade­s sanitarias y las agencias que aprueban los medicament­os deben regular ya el uso de fagos. Están en juego miles de vidas humanas».

TODA BACTERIA TIENE SU DEPREDADOR EN FORMA DE VIRUS, BASTA CON HALLAR EL MÁS ADECUADO PARA COMBATIRLA

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Anna Yuste fue infectada por una superbacte­ria que le comió los pulmones. Tras un trasplante en el Vall d'hebron, la doctora Cristina Berastegui eliminó el patógeno con un cóctel de fagos.
CÓCTEL SALVADOR Anna Yuste fue infectada por una superbacte­ria que le comió los pulmones. Tras un trasplante en el Vall d'hebron, la doctora Cristina Berastegui eliminó el patógeno con un cóctel de fagos.
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