Esperando la ola
● El autor defiende que los servicios no dependan del mundo digital totalmente y que aumente la ciberseguridad
LA economía mundial ha estado años esperando la ola de la transformación digital. Desde el nacimiento de la World Wide Web en el año 1989 las organizaciones han realizado un gran volumen de inversiones en tecnología de la información con el fin de automatizar sus procesos e interactuar con clientes y proveedores de modo digital. Estas expectativas se frustraron por el denominado crack de las .com a principio del siglo XXI, en el cual se pausó el sueño de un mundo empresarial interconectado. Con esta caída bursátil de las cotizaciones de las empresas del Nasdaq en más de un 75%, ocurrida en cuestión de meses, se puso de manifiesto que los modelos de negocio electrónicos no estaban suficientemente maduros para ser asimilados por el mercado. La devaluación de las empresas tecnológicas fue el resultado de una burbuja especulativa en la cual las expectativas en el comercio electrónico superaban ampliamente los resultados de las empresas y que al final acabó pinchando y frustrando los sueños de muchos emprendedores. Desde entonces, la evolución tecnológica y la adopción de tecnologías por parte del sector empresarial ha sido continua. La aparición de los smartphones y el uso extendido de redes sociales hicieron que la web evolucionase a una versión 2.0 mucho más interactiva. No obstante, no ha sido hasta la crisis internacional causada por la pandemia de Covid19 cuando ha llegado la gran ola de la transformación digital. A partir del día en el que todos nos tuvimos que quedar en casa por la pandemia y nuestra forma de relacionarnos con el exterior era principalmente internet, iniciamos un camino sin retorno hacia una interacción virtual. En este contexto fue donde las empresas que habían estado preparándose durante años para dar el salto al mundo digital pudieron sacar rendimiento de la crisis. Y es que toda situación de crisis supone una oportunidad.
La ola de la transformación digital ha llevado al mundo de la empresa a una orilla con multitud de nuevos desafíos, como la explotación de los datos generados por las transacciones digitales, aspectos legales y éticos, el teletrabajo, el metaverso o la inteligencia artificial. Es decir, la transformación digital no es más que el principio de una revolución mucho más profunda y que evoluciona a un ritmo vertiginoso en el cual la práctica va muy por delante de la teoría y de cualquier intento de regulación. Para las organizaciones la transformación digital es un proceso de asimilación integral de la tecnología de la información que cambia fundamentalmente la forma en que éstas operan de modo interno e interactúan con el exterior. Esto implica una adaptación continua ante un entorno que está en constante cambio. Esta nueva normalidad en la cual estamos mucho más interconectados es un impulsor de crecimiento económico, ya que las empresas han encontrado una vía para internacionalizar sus productos. En los países desarrollados hemos llegado a un nivel de digitalización que nos permite acceder a la información en tiempo real, siendo capaces de generar y transformar el conocimiento cada vez más rápido.
Sin embargo, esta ola de la transformación digital ha causado también daños colaterales sobre todo entre las poblaciones más vulnerables. Hoy en día es muy difícil realizar cualquier operación sin tener un dispositivo conectado a internet y el conocimiento para usarlo. Además, en un mercado cada vez más global, las empresas tienen que competir con gigantes tecnológicos que ofrecen cualquier servicio o producto 24/7. Este no es un problema únicamente de las empresas, sino de competitividad regional. En Europa carecemos de grandes gigantes tecnológicos, a excepción de la empresa alemana SAP. Es decir, no tenemos una versión europea de Amazon, Google, Apple o Meta, por lo cual tenemos una gran dependencia tecnológica del exterior.
Tanto nos ha cambiado el fenómeno de la transformación digital que no concebimos nuestra vida sin internet. En este contexto, un colapso informático que implicase un apagón de los sistemas asociados a internet sería catastrófico. Éste es un escenario cada vez más plausible, ya que nuevas generaciones de sofisticados virus informáticos en combinación con la inteligencia artificial al servicio de los ciberataques podrían hacer la red de redes un lugar intransitable o incluso colapsarla. Es por ello fundamental que al menos nuestros servicios esenciales no dependan totalmente del mundo digital y en todo caso reforzar su seguridad y disminuir la vulnerabilidad respecto a ciberataques. Éste es uno de los énfasis principales de la Ley 8/2011, de 28 de abril, por la que se establecen medidas para la protección de las infraestructuras críticas en sectores estratégicos como el agua, electricidad o la sanidad entre otros. Esta ley define como esencial “el servicio necesario para el mantenimiento de las funciones sociales básicas, la salud, la seguridad, el bienestar social y económico de los ciudadanos, o el eficaz funcionamiento de las Instituciones del Estado y las Administraciones Públicas”.
La capacidad de anticiparse y adaptarse a escenarios de riesgo globales tales como el cambio climático o los conflictos que amenazan la estabilidad geopolítica, va a ser clave no solo para las empresas que operan en sectores estratégicos, sino para todas las organizaciones tanto públicas como privadas. En la actualidad estamos asistiendo a una auténtica tormenta perfecta de riesgos sistémicos, en la cual probablemente para sobrevivir las organizaciones deberán recurrir a lecciones aprendidas durante las últimas crisis, como la financiera de 2008 o la anteriormente mencionada pandemia por Covid-19. En este sentido la resiliencia organizativa, o capacidad que tienen las empresas para absorber un evento inesperado y volver al nivel de actividad previa adaptándose al nuevo contexto, es clave en un entorno tan dinámico y sujeto a incertidumbre como en el que estamos. Para ello debemos tener en cuenta que los riesgos están interconectados y que cualquier acción puede tener consecuencias tanto positivas como negativas en los resultados. El fomento de organizaciones y sociedades resilientes depende de una gestión de riesgos proactiva, centrada en el valor y que permita a empresas e instituciones públicas avanzar sosteniblemente. Para ello el reto está en tener una visión multidisciplinar y considerar variables cuantitativas y cualitativas en los análisis de riesgos. En la elaboración de medidas e indicadores del impacto de los riesgos sobre las organizaciones se deben incluir además de criterios económicos otros de índole social, reputacional, ambiental y de seguridad entre otros, y esto es actualmente posible gracias a la gran cantidad de datos a los que tenemos acceso.
Estamos ante un nuevo escenario global resultante de la transformación digital lleno de retos y oportunidades para las empresas, que deberán tener cada vez una mayor capacidad de adaptación al cambio tecnológico. La necesidad de analizar cada vez mayor volumen de datos ha vuelto a despertar interés en carreras como matemáticas o física, que hoy en día son una primera opción de muchos de nuestros estudiantes más brillantes, lo cual es algo esperanzador. Esto es porque los sistemas de inteligencia de negocio se basan en modelos analíticos matemáticamente avanzados para dar soporte a la toma de decisiones en las empresas. El siguiente reto es cómo hacer que estos sistemas de inteligencia de negocio interpreten las implicaciones de los resultados que proponen, y para ello, además de algoritmos, necesitamos un conocimiento humanista que nos permita una interpretación rica del contexto. Nuevas tendencias como la inteligencia artificial son una gran oportunidad para crear un mundo digital más humano y basado en el conocimiento universal. En nuestras manos está hacer que la tecnología esté a nuestro servicio y no nosotros al servicio de la tecnología.