Sommer – endlich Zeit, die Dinge zu tun, die wir immer aufgeschoben haben. Doch wie fällt später die Bilanz aus?
EEsperamos con impaciencia las vacaciones para tener tiempo libre y poder hacer todo lo que normalmente no podemos hacer por falta de tiempo. Entregarnos a la lectura, por ejemplo. Los libros que hemos guardado para las vacaciones de verano nos esperan en las altas pilas donde los hemos ido poniendo con la absoluta confianza de que en verano los devoraremos uno detrás de otro. Llenos de optimismo, también nos hemos prometido poner orden en armarios y cajones para no pasarnos horas buscando desesperadamente aquel par de sábanas o aquella chaqueta cuyo atractivo ha ido en aumento desde que no sabemos dónde demonios los pusimos. También, por supuesto, nos proponemos ir más al gimnasio y a la piscina, perfeccionar por fin nuestro español o nuestro inglés y despachar aquellas aburridas gestiones, en el ayuntamiento o el banco, que llevamos años prorrogando hasta que tengamos, bendito sea, un poco de tiempo libre. Los que acarician la idea de escribir una novela basada en su vida o la de algún fascinante antepasado, pero no tienen tiempo para hacerlo mientras trabajan, también se prometen emprender de una vez por todas la aventura.
Luego, llega septiembre y hacemos balance. Entonces nos damos cuenta desolados de las pocas actividades que hemos tachado de la lista de lo que nos proponíamos hacer al principio de las vacaciones, cuando parecía que el tiempo era de goma y, bien administrado, alcanzaría para todo. La cruel verdad es que el tiempo se nos ha escapado de las manos y, por mucho que pensemos, no entendemos en qué lo hemos invertido. ¡Si no hemos hecho gran cosa! Yo tengo una teoría: cuanto más tiempo tenemos, más lo perdemos. Si tienes poco, acabas apretando todos tus quehaceres, consciente del valor del tiempo, robando un minuto aquí y otro allá, corriendo sin aliento de un lugar a otro, y al final, oh milagro, el tiempo se multiplica y da para muchas cosas. En cambio, cuando tienes un día entero delante de ti para dedicarte sólo a lo que quieras, es como si un mecanismo puramente inconsciente te diera permiso para perder el tiempo. ¿En qué? En tonterías. Remoloneas en la cama, te tomas tu tiempo en las comidas en vez de engullir a toda velocidad, caminas para ir a tal lugar en vez de coger el metro, quedas con alguien y en lugar de una hora de charla estás tres, aunque esa tarde te habías propuesto tirar los montones de papeles que siembran el caos en tu mesa de trabajo. O, y eso sí que es espantoso, te angustias tanto pensando que tienes que aprovechar bien todo ese tiempo libre, que acabas perdiéndolo sin disfrutar en absoluto. En vista de eso, he llegado a la conclusión de que tener tiempo libre sirve básicamente para perderlo. O dicho de otro modo: para disfrutar del aquí y el ahora sin pensar en el futuro ni en que estás dilapidando todo ese tiempo en cosas improductivas. ¿No consistirá precisamente en eso el placer de vivir? Tener tiempo para perderlo, y perderloplacenteramenteysinculpa,rascándote la barriga alegremente. Y escapar así de la lógica capitalista, que tiende a mercantilizar incluso nuestro tiempo libre sometiéndolo al espíritu de la productividad, como si fuéramos empresarios de nosotros mismos.
Cuanto más tiempo tenemos, más lo perdemos