Ecos

La mirada de Gustavo Santos Pescador de Arenys de Mar

Unterwegs mit einem der letzten Fischer des Mittelmeer­s

- POR LAURA TERRÉ

GGustavo Santos Mariño tiene 67 años y ha dedicado toda su vida al mar. Nació en Galicia, en Cangas de Morrazo, pero vive en Arenys de Mar, en la costa catalana, desde hace cincuenta años. Su padre ya era pescador en Galicia, y Gustavo ha seguido la tradición familiar en el Mediterrán­eo. Nos dice que él es “pescador vocacional”.

Son las nueve de la mañana de un sábado y encontramo­s a Gustavo en su barca, la “Llavaneres”, realizando labores de mantenimie­nto. Ahora está jubilado y ya no sale a pescar, aunque sigue pendiente de su barca y echa una mano siempre que es necesario. Gustavo nos explica que la “Llavaneres” se dedica a la pesca de la gamba con la técnica del arrastre.

Cada día, excepto el fin de semana, las barcas de Arenys de Mar salen a pescar a las seis de la mañana y regresan al puerto antes de las seis de la tarde. A su llegada, llevan las gambas a la lonja de pescado, donde se realiza la subasta. El mejor periodo para la pesca de la gamba es entre mayo y septiembre, cuando se suelen coger unos 30 kilos al día. Durante el mes de febrero, los pescadores deben realizar un paro biológico y no pueden salir al mar.

Aunque las barcas de Arenys de Mar no suelen encontrar basura enredada en sus redes, Gustavo sí que ha observado que cada vez es necesario adentrarse más en el mar para hallar peces. Esto, junto con unas normativas cada vez más estrictas, hace que dedicarse a la pesca sea cada vez más difícil, según Gustavo. Actualment­e, en Arenys de Mar sólo queda una decena de barcas pesqueras, mientras que hace diez años había el doble. Por ello, cuando le preguntamo­s por un momento feliz en el mar, Gustavo responde que un buen momento es siempre que coincide un buen año de pesca en el que, además, se paga un buen precio por la gamba en la lonja.

En cuanto al momento más peligroso vivido en el mar, Gustavo recuerda un 22 de diciembre, cuando un temporal destrozó el puente de su antigua barca pesquera de madera. “Ese día pasamos miedo. Cuando llegamos a puerto, sentimos que nos había tocado la lotería”, recuerda. A pesar de estos momentos, Gustavo es incapaz de imaginarse su vida lejos del mar: “No habría sabido hacer nada más”.

“Soy incapaz de imaginarme mi vida lejos del mar”

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