SOL Y SOMBRA
Essen ist in Spanien mehr als bloße Nahrungsaufnahme – Essen ist ein sozialer Akt und vor allem: eine große Freude.
Mercedes Abad über gutes Essen
Q QQue la comida es una pasión nacional en España no es un secreto para nadie. Si leen ustedes a un autor estadounidense, es probable que los personajes beban litros de whisky y se desplomen, borrachos, solitarios y melancólicos, en la barra de un bar. Sin embargo, no comen ni un cacahuete o, como mucho, un emparedado. Quizá por eso están siempre tan tristes. Nuestra literatura, en cambio, está llena de comida, desde el Quijote, donde Cervantes nos habla antes de la dieta del protagonista que de su aspecto físico, hasta las novelas actuales, donde los personajes se ponen las botas comiendo platos suculentos y, como en las obras de Vázquez Montalbán, incluso proporcionan recetas. Leer esos libros donde los personajes no paran de homenajearse con espléndidas comilonas puede ser peligroso para tu línea, porque al final te coge un hambre feroz. Y, ¿qué otro país del mundo tiene un género literario como la picaresca, que hizo furor en los siglos XVI y XVII y donde el hambre y las astucias de los pícaros para llenarse el estómago son el tema principal?
Pero aunque ya no se escribe literatura picaresca, el pícaro no ha desaparecido ni mucho menos de nuestro panorama. Su descendiente directo es lo que yo llamo el depredador de jamón. En España, en cualquier fiesta que se precie, no puede faltar un buen jamón, el auténtico rey de nuestra gastronomía, que reina sobre las paellas, las croquetas y la tortilla de patatas. En las fiestas multitudinarias, donde apenas cabe un alfiler, un certero instinto guía al pícaro hasta el lugar donde un camarero corta finas lonchas de jamón, pues el jamón es más rico si está recién cortado y conserva todo su aroma. Aunque haya mucha gente y sea difícil circular, el pícaro se desliza entre el gentío con habilidad digna de una anchoa, y en un periquete consigue situarse delante de la bandeja donde aterrizan las finas lonchas y darse un buen atracón. Entretanto, los tímidos y los prudentes, o los que carecen del fino radar del pícaro para saber dónde diablos está el jamón, se quedan sin probar bocado. Bien pensado, sin este tipo de depredadores de jamón, una fiesta no sería propiamente española, sino sueca, y perderíamos de forma lamentable nuestra identidad.
Con pícaros o sin ellos, en este país todas las cosas importantes vienen con un festín bajo el brazo. Los amigos se encuentran casi siempre alrededor de una mesa bien provista de productos de la tierra capaces de hacer hablar al tímido y relajarse al estresado. Las parejas se cortejan, se cuentan sus infancias y profundizan en su amor a lo largo y ancho de una serie de almuerzos o cenas, en casa o en buenos restaurantes, como si con la panza llena fuera más fácil mostrar lo mejor de nosotros mismos para seducir al personal. También los negocios se cierran con una buena comida y un vino exquisito. Y cuando encuentras a alguien irresistible, dices que está «buenísimo», como si fuera un chuletón, o que está «para comérselo». Pero, además, los españoles tenemos la curiosa costumbre de hablar de comida mientras estamos comiendo. Si nos estamos zampando una paella, nos deleitamos hablando de las mejores que hemos probado en nuestra vida. O de los platos más deliciosos que hemos comido. Supongo que nos viene de esas madres devotas y celosas de su deber que, mientras almorzábamos de pequeños, nos anunciaban ya qué había para cenar. Pero tengo que dejarles ya, que me muero de hambre y me esperan un delicioso salmorejo y un rabo de toro a la andaluza.