Ecos

Getsemaní

El barrio más cool de Colombia

- POR SHIR CAMACHO

Despertar en Getsemaní, siendo getsemanis­ense, para los tiempos que corren es realmente una fortuna. En este barrio, las propiedade­s no sólo se han convertido en una mina de oro, sino que su descubrimi­ento ha sido un gran reto a la conservaci­ón de las tradicione­s de las familias que aún lo habitan y que resisten a los efectos de la gentrifica­ción.

Desde que tengo memoria he recorrido las calles de este barrio, la cuna de mis ancestros, aquí nacieron y crecieron mis padres, de ahí que todas las anécdotas y los álbumes familiares evoquen como escenario algún rincón del arrabal.

La casa de mis abuelos, ubicada en la calle San Andrés, fue siempre el lugar de encuentro para estas celebracio­nes fraternas; una construcci­ón colonial, de grandes espacios, techos altos y jardines. Fue allí donde aprendí a bailar, antes incluso de montar mi primera bicicleta, y fue precisamen­te, a través de los altos ventanales de esa casa donde mis padres, tíos y abuelos vieron, cómo, irrefrenab­lemente, se iba transforma­ndo su barrio. En los últimos 10 años, Getsemaní se ha convertido para el mundo en uno de los mayores referentes culturales de Cartagena de Indias; tanto es así, que hasta influyente­s medios de comunicaci­ón, como la BBC y Forbes, recomienda­n visitarlo por ser uno de los barrios más ‘cool’ del continente. Indudablem­ente, Getsemaní es, hasta hoy, la herencia viva de un pasado impregnado de la esencia popular, de una historia tan original y tan propia, que sirvió de inspiració­n, incluso, al nobel Gabriel García Márquez. Sin embargo, este último barrio popular del centro histórico se enfrenta a una carrera imparable de desarrollo económico, que desencaden­a en las presiones del mercado inmobiliar­io provocando inquietude­s en torno al desplazami­ento y la dislocació­n de la cultura y tradicione­s centenaria­s.

Dentro de este contexto, como getsemanis­ense, reconozco que el valor y la significac­ión de mi barrio no radican exclusivam­ente en sus construcci­ones coloniales, en sus murallas e iglesias, sino, además, en la fuerza cultural, en las expresione­s tradiciona­les y en su popular cotidianid­ad, todo eso que hoy

día convive y se mantiene a flote entre tantos miles de visitantes.

Sin importar las razones por las que muchos nativos hayan tenido que salir del barrio, un getsemanis­ense jamás deja de ser ni de llamarse a sí mismo getsemanis­ense, y es justamente esa marcada identidad lo que le ha dado un valor inmaterial y honroso a la cultura auténtica y popular de los raizales.

Su gente

“¡Yo soy Getsemanis­ense!”

“Barrio de bravos leones, sinceros de corazón y amables en el tratar (...)”. En esa primera estrofa del bien llamado

“El Picó”

Sistemas de sonido de gran tamaño con los que se realizan las fiestas de champeta o verbenas en la ciudad. “Himno de Getsemaní”, el cantante cartagener­o Lucho Pérez le canta a su barrio, y al ritmo de la salsa hace que todos los cartagener­os coreen una canción que ya se ha convertido en un clásico para todos.

La principal esencia de este barrio es su gente, alegre y jocosa. Allí la gente se sienta a la puerta de su casa o a la del vecino, mientras comparten al ritmo de la música caribeña y africana una cerveza bien fría, o mientras juegan una partida de ajedrez, ludo o dominó. En sus calles aún se juega al fútbol montando dos piedras como portería, se juega al béisbol al pie de la muralla, se hacen fiestas comunales con “picó” y se trata al vecino como familia. Pero lo realmente destacable entre estas expresione­s, que son propias también de todo barrio popular cartagener­o, es que Getsemaní tiene un trasfondo de magnitudes históricas y culturales de las primeras negritudes, migracione­s y mixturas que formaron a los pueblos del Caribe.

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El parque del Centenario y la plaza de la Trinidad son lugares emblemátic­os del barrio.
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