Ecos

Mercedes Abad über die Namen von Menschen und Dingen

Warum hießen die Leute früher wie ihre Eltern? Und wer hat das größte Meer der Welt den “Stillen Ozean” getauft?

- POR MERCEDES ABAD

EEn nuestra época, los futuros padres se estrujan las neuronas durante meses para decidir el nombre de su bebé. Algunos compran incluso libros con la lista completa de todos los nombres que existen, para estar seguros de no olvidar ninguno. Tan arduo puede ser el trabajo de elegir nombre, y tan difícil es en ocasiones que el padre y la madre se pongan de acuerdo, que a veces la criatura llega al mundo y aún no está claro cómo se llamará. Tanto es así que yo he llegado a pensar en hacerme millonaria montando un máster para orientar a parejas embarazada­s en la fundamenta­l cuestión del nombre de sus bebés. Sugeriría, por supuesto, nombres antiguos que ya nadie pone: Sancho, Urraca, Dulcinea, Mendo, Rosaura, Poncio, Segismundo…

Antes los padres no se lo pensaban tanto. ¿Que nacías en San Blas? Pues te ponían Blas. ¿Que nacías en un pueblo donde la patrona era Santa María de Setefilla? Pues te ponían Setefilla y se quedaban tan anchos. La originalid­ad no era tan importante como la tradición. Y la tradición mandaba que te llamases como tus padres, que a su vez se llamaban como los suyos, o como el santo del día o el patrón de tu pueblo. ¿Que tu nombre no te gustaba? Pues te aguantabas o usabas un diminutivo. Las Setefillas se hacían llamar Filli o Sete; las Genovevas, Geno; las Asunción, Txon (pronunciad­o Chon) o Asun, y así un largo etcétera. Cuando te ponían el mismo nombre que tu madre, tu abuela y tu bisabuela, las reuniones familiares, si se hallaban presentes todas esas mujeres, eran un poco confusas, porque cuando llamaban a una, contestaba­n todas. Para mí, esa fue una de mis pesadillas infantiles. Como mi madre y mi abuela se llamaban Mercedes, yo fui, y aún soy a veces, Merceditas, un nombre que entonces detestaba con toda mi alma, y ahora que consumo tantas cremas antiarruga­s empieza a hacerme gracia.

¿Y los nombres geográfico­s, también llamados topónimos? ¿Quién era el gracioso que bautizó a un mar tan bravo con el nombre de oceáno Pacífico? ¿Acaso fue inventado en una de esas juergas en las que corre la bebida y cada cual suelta una burrada mayor que la anterior entre las carcajadas generales? ¿O fue el capitán de un barco quien le impuso ese nombre tras sobrevivir a una tormenta en la que estuvo a punto de naufragar? No es el único caso de ironía toponímica ni mucho menos. Ahí están Tierra de Fuego, que como todos sabemos está cubierta de hielo, o el estado de Nevada, cuyo norte está en su mayor parte ocupado por el desierto, o el cabo de Hornos, donde hace un frío pelón; aunque en este caso sabemos que el nombre se lo puso un neerlandés, que lo bautizó como hoorn (en neerlandés, cuerno) por la forma del cabo, pero que fue erróneamen­te traducido (malditos falsos amigos) como Hornos?

Todo ese humor derrochado en los nombres de los lugares hace que viajar aún sea más divertido. La geografía española es rica en lugares chistosos. Ahí están Puercas, en la provincia de Zamora; La Hija de Dios, en Ávila; Asquerosa, en Granada; o el barrio andaluz llamado Meadero de la Reina, porque Isabel II les concedió el honor de hacer pipí entre dos arbustos. Así que ya saben, cuando vengan por aquí, no olviden traer un cuaderno para ir apuntando todos esos nombres.

No es el único caso de ironía

topónima

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