Ecos

Porto, Lissabon und weitere Schätze

Lo más bello del país vecino

- POR ANA BUSTABAD ALONSO INTERMEDIO AUDIO

Wer in Spanien ist und sich in westlichen Grenzgebie­ten aufhält, sollte unbedingt das Nachbarlan­d Portugal besuchen: Lissabon, Porto und die Städtchen im Nordosten wie Guimarães oder Bragança haben einiges zu bieten.

PPortugal está de moda, y las cifras de turismo así lo demuestran. Muchos europeos visitan ahora la apasionada Lisboa, la señorial Coimbra, la vida bulliciosa de O Porto, o están descubrien­do la Serra da Estrela, la del Gerés, el Algarve, el Alentejo… Tantos lugares únicos que tiene Portugal.

España comparte con Portugal la Península Ibérica, que ya los romanos o los sefarditas considerab­an una; y es que a los dos lados de la frontera se esconden destinos con muchos atractivos, por eso es hora de romper las últimas fronteras. Hora de reinventar Hispania, Sefarad, Iberia. Vamos a descubrir las ciudades con encanto de Portugal, su naturaleza, su cultura y sus playas.

Las ciudades más bonitas

Como pocas ciudades en el mundo, Lisboa conserva intacto el sabor de otros tiempos en sus calles empedradas, en sus tranvías, en sus tiendas centenaria­s. Visitarla es hacer un viaje al pasado por una de las ciudades más bellas del mundo; hay que comprar en sus lojas (tiendas) de toda la vida; callejear por la Baixa, el barrio más señorial; descubrir el Chiado, que sigue siendo el barrio de los cafés y los artistas.

Subir y bajar por la Alfama, donde comenzó todo; asomarse al castillo de San Jorge, recorrer la gran Avenida da Liberdade de aires parisinos, recuperada como paseo público tras casi dos siglos… Visitar Campo de Ourique y el Bairro Alto…

Es imposible caminar por Lisboa y no mirar al suelo: Lisboa fue la primera ciudad que utilizó el suelo empedrado –tipo mosaico, generalmen­te en blanco y negro– que tanto caracteriz­a a las urbes de habla portuguesa­s, tanto en Portugal como en Brasil. Caminando por la ciudad pueden descubrirs­e cientos de diseños diferentes: carabelas, delfines, cangrejos, estrellas de mar, lagartos, cenefas de los más variados diseños de piedra caliza y basalto. Es tan tradiciona­l esta forma de cubrir aceras y calzadas, que los lisboetas han levantado una estatua en homenaje a quienes las hacen, los “calceteiro­s”. Está muy cerca del Rossío, en la rúa da Vitória, frente a la iglesia de San Nicolau.

En la plaza Luís de Camões entramos en uno de tantos kioscos tradiciona­les que hay por toda la ciudad; ahora han sido reconverti­dos en bares con terraza, donde se sirven licores portuguese­s y café.

Por aquí pasa el antiguo tranvía 28, el más famoso de la ciudad, que utilizan todos los turistas, y que hace un recorrido por los lugares más visitados hasta

terminar en el Bairro da Graça; aunque puede tomar cualquier otro tranvía –eléctrico- para ir más cómodo y mezclarse con los ciudadanos locales.

De todas las tiendas vintage que se pueden encontrar en Lisboa, quizá la más auténtica sea “A vida portuguesa”, un proyecto de la periodista Catarina Portas que ha rescatado los antiguos productos que marcaron la vida de los portuguese­s en el siglo XX. Si se quiere comprar un regalo entrañable y bonito, son muy típicas las andorinhas de Bordalo Pinheiro (18461905), ilustrador y escultor local, que se hacen con los moldes originales del artista.

Muy cerca, en la estación Cais do Sodré, los trenes de cercanías llevan al viajero a Cascais, un municipio costero conocido mundialmen­te por su localidad más señorial, Estoril, cuna de espías. Su costa hermosa y templada acoge todo el año a pescadores, extranjero­s que disfrutan aquí de su retiro y surfistas de todo el mundo, conformand­o un paisaje humano ecléctico y cambiante.

Muy cerca, la montaña mágica de Sintra, con su impresiona­nte y colorido Palacio da Pena, durante el siglo XIX residencia de la familia real portuguesa, y considerad­a, la expresión máxima del romanticis­mo en Portugal.

Más al norte, también en la costa, la otra gran ciudad portuguesa, Oporto. Su arquitectu­ra, el clima atlántico, su gastronomí­a y el encanto decadente de sus calles han hecho de ella una de las ciudades más turísticas de toda Europa, que reúne cada solsticio de verano, noche de San Juan, a medio millón de personas. No hay que perderse su mercado del Bolhao, el espectacul­ar edificio del Palacio de la Bolsa, ni la visita a una de las bodegas de sus famosos vinos, en la orilla del río Duero. Desde aquí, precisamen­te, es donde se consigue la mejor vista de la ciudad.

Agua y naturaleza

El agua es un elemento que conecta España y Portugal, los ríos españoles que vierten sus aguas al océano Atlántico y a veces sirven de frontera y de encuentro entre estos dos países.

Desde la localidad gallega de La Guardia, en el norte, un transborda­dor cruza cada media hora el río Miño –Minho en portugués– en dirección a Caminha, un destino magnífico para comer, por ejemplo, una lamprea á bordalesa que sabe a gloria y un buen café (que en Portugal se llama bica).

En el norte hay que saborear los platos acompañado­s de vinho verde, buenos blancos frescos y afrutados; pasear por las inmensas playas de Âncora y Moledo; perderse entre vegetación exuberante por riscos y aldeas...

El padre Duero –Douro en portugués– es otro de los grandes conectores entre tierras españolas y portuguesa­s. A lo largo de todo su recorrido ensambla las parcelas de viñedos, que desde Castilla y León producen los mejores vinos de la Ribera del Duero, y cerca ya del mar los famosos vinhos do Porto.

Aquí, precisamen­te, es una delicia navegar en los rabelos a la manera tradiciona­l. Los barcos rabelos, diseñados especialme­nte para navegar por las aguas rápidas del Douro, transporta­ban, ya en el siglo X, los barriles desde el valle hasta las bodegas. Hoy podemos dar desde un pequeño paseo por la desembocad­ura del río, hasta realizar un viaje de varios días en barco-hotel aguas arriba hasta el Alto Douro Vinhateiro, Patrimonio de la Humanidad.

La mayor parte de estas embarcacio­nes tienen base en el puerto de Gaia o justo enfrente, en la Ribera; algunos pertenecen a las bodegas, pero hay empresas especializ­adas, como Douro Azul.

Mucho más al sur encontramo­s, haciendo frontera, el río Guadiana, que une Andalucía, la costa luminosa de Huelva, con las tierras hermosas del Algarve portugués.Un ferry cruza cada 30 minutos la desembocad­ura del Guadiana desde el sur de España hacia Portugal. Lo que hoy es una “alternativ­a romántica” al puente de la autovía que se levanta al fondo, era, hasta 1991, la única opción de los andaluces para cruzar al país vecino.

El ferry se toma en Ayamonte, donde se puede comprar al peso marisco bien fresco o disfrutar una tradiciona­l “raya en pimentón”, y llega a Vila Real de Santo Antonio, pequeña villa portuguesa aparenteme­nte tradiciona­l, pero moderna y digital (con internet gratis). Esta coqueta población, fundada en 1774 por orden del Marqués de Pombal, es un buen lugar de partida para lanzarse a descubrir la costa portuguesa, la más occidental de la Europa continenta­l, junto con la gallega. Le

Oporto trabaja – mientras Braga reza [betet], Coimbra estudia y Lisboa se divierte DICHO POPULAR PORTUGUÉS

sorprender­á, por ejemplo, el Parque Natural de la Ría Formosa, sesenta kilómetros de ecosistema natural, dos penínsulas, cinco islas, una de ellas desierta, paraíso de pescadores.

También la mano del hombre ha creado espacios acuáticos señeros, como el Gran Lago Alqueva, situado entre la Extremadur­a, española, y el Alentejo, portugués, inaugurado a principios del siglo XXI y actualment­e el lago artificial más grande de Europa.

Sus aguas se pueden surcar en pequeños barcos-casa, para cuya navegación no se requieren licencias especiales, desde el complejo Amieira Marina. Y sus orillas guardan joyas naturales y gastronómi­cas que hay que descubrir sin prisas.

Cultura, historia y patrimonio

Las comarcas cercanas a la frontera española esconden poblacione­s muy interesant­es donde descubrir la cultura lusa, su historia y su patrimonio.

Comenzando por el noroeste portugués, la fronteriza Valença do Minho, al otro lado del puente que la une con la española Tuy (Pontevedra), donde es una delicia callejear, con su vieja fortaleza amurallada, hoy repleta de tiendecita­s que abren incluso los domingos.

Unos kilómetros al sur de la orensana villa de Verín, se encuentra Chaves, una ciudad pequeña y agradable. Quizás su mayor encanto es el complejo termal de Vidago, antiguo balneario señorial que ha recuperado el lujo de sus mejores épocas. No hay que perderse sus jardines.

Un poco más al sur, en dirección a Oporto, Braga es la ciudad más antigua de Portugal, de ello da fe su inmenso patrimonio arquitectó­nico y arqueológi­co. También es una de las más vivas. De animar estas calles se encargan los estudiante­s de sus dos universida­des, sus comerciant­es y la Cámara Municipal, que ultima detalles para ofrecer wifi gratis en todo el casco histórico, siempre lleno de flores.

Muy cerca de Braga se encuentra Guimarães, con una curiosa arquitectu­ra de galerías multicolor­es, madera sobre granito; sus plazas animadas repletas de terrazas, sus jardines y palacios, fueron rescatados del olvido al ser la ciudad Capital de la Cultura europea en 2012.

Seis años después, esta pequeña ciudad del norte de Portugal, Patrimonio de la Humanidad y cuna del primer rey portugués, Don Afonso Henriques, está salpicada de pequeñas tiendas de artesanía y rincones fotogénico­s. Merece la pena subir a la montaña de Penha en el teleférico, para tener una visión de conjunto.

También merece una visita la capital de la región de Trás-os-Montes, Bragança (Braganza en español),

que hace frontera desde las tierras zamoranas de Alistes y Sayago. Aquí esperan al viajero edificios emblemátic­os, como el teatro o el Museo Ibérico da Máscara e do Traje, su antiguo castillo, la Domus Municipale­s, ejemplo único de arquitectu­ra civil románica, un casco histórico muy agradable y las mejores tostas mistas (sándwich de jamón y queso) de todo el país, que pueden saborearse en el Café Floresta.

A pocos kilómetros, el parque natural de las Arribes del Duero, con una vista impresiona­nte desde Miranda do Douro, clásico destino de escapadas cortas de los españoles desde Castilla y León.

El encanto de las ciudades fortificad­as es innegable. Muy cerca de la española Ciudad Rodrigo está el espectacul­ar Real Fuerte de la Concepción, del siglo XVIII, ahora un hotel, el único que hay en Europa en una fortaleza estrellada. Justo enfrente, al otro lado de la “raia”, la localidad portuguesa de Almeida, una de las plazas fortificad­as más interesant­es del país.

Esta comarca, enclavada en el parque natural de la Serra da Estrela, tiene la particular­idad de que, cinco siglos después de la expulsión de los judíos, en 1492, la herencia sefardita continúa viva gracias a los criptojudí­os, especialme­nte en Belmonte, pero también en localidade­s como Guarda o Trancoso. Otra vez Sefarad.

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Un joven toca la guitarra en Cascais, en la playa de la Concepción ( Praia da Conceição)
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Praia da Marinha, en Caramujeir­a, Algarve
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Ana BustabadAl­onso, periodista especializ­ada en viajes y turismo desde 2001. Redactora jefe del diario digital EXPRESO (expreso.info) desde 2007. Santuario de BomJesus, en Braga

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