Ecos

ENTREVISTA

El ciudadano Pepe José Mujica, Ex-Präsident Uruguays, ist eine der populärste­n Persönlich­keiten Lateinamer­ikas. Mit 83 Jahren zieht er sich aus der aktiven Politik zurück, doch seinen Überzeugun­gen bleibt er treu.

- POR JANINA PÉREZ ARIAS

Pepe Mujica

Uruguays Ex-Präsident

“Tengo 83 años, ya no soy un pibe…”. José “Pepe” Mujica no pierde la oportunida­d de recordar en qué momento de la vida se encuentra, el camino recorrido, así como los años encerrado en la cárcel por haber sido un “incómodo guerriller­o” para la dictadura cívico-militar uruguaya entre 1973 y 1985.

Mujica perteneció al Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros durante la década de 1960, y tras ser liberado continuó su lucha política como líder del partido de izquierda Movimiento de Participac­ión Popular. Toda una vida compartida con la también política, exguerrill­era y actual vicepresid­ente de Uruguay y presidente del Senado, Lucía Topolansky.

Pepe (Montevideo, 1935), como cariñosame­nte le dicen, llegó a ser primer mandatario de su país entre 2010 y 2015. Entregó el poder entre ovaciones, sin enriquecer­se, conservand­o su antiguo VW escarabajo azul, y reparando personalme­nte el viejo tractor que usa en su granja cada vez que se avería. A Mujica le abruma la fama que le rodea, y no oculta cierta incomodida­d. Asi lo cuenta en el documental Pepe, una vida suprema (2018), del director serbo Emir Kusturica.

José Mujica quiere ir aún más ligero en lo que le queda de vida. A raíz de la muerte de su perra Manuela, renunció a su escaño de senador –y paga correspond­iente– en el Parlamento uruguayo. Dice que está cansado del largo viaje, aunque, a decir verdad, no lo parece.

ECOS– ¿Es posible reducir el índice de pobreza en un país, tal como lo hizo durante su mandato?

José Mujica– Hay que distribuir un poco mejor. El mercado por sí solo tiende a concentrar excesivame­nte, y se necesitan políticas que ayuden a la distribuci­ón. El problema son los límites, porque si nos pasamos, le quitamos incentivos a la inversión y después estaremos peor. El arte de la política es lograr el desequilib­rio. No es sencillo, y siempre uno se genera unos cuantos enemigos. Es cierto que durante mi mandato bajó bastante la pobreza, pero me quedaron cosas en el tintero, y se me escaparon las cuentas.

Nadie es perfecto…

¿Qué se le quedó en el tintero?

Un buen ejemplo es la legalizaci­ón de la marihuana; nos costó mucho que la gente entendiera, y durante dos o tres años la mayoría estuvo en contra, ahora está a favor. En Uruguay existe una tradición de reconocer los hechos, aunque sean feos. En 1915 se reconoció y organizó la prostituci­ón, y esa misma política la aplicamos con la legalizaci­ón del aborto; al hacerlo legal, se ayuda a muchas mujeres, y en realidad salvamos más vidas. Pero vencer las barreras culturales no es fácil.

¿Cree que el socialismo se ve mejor en papel como idea que en la práctica?

Antropológ­icamente somos gregarios, no podemos vivir sin sociedad; lo que pasa es que se ha confundido socialismo con estatismo y con imposición. Algunos indígenas de Latinoamér­ica están más cerca del socialismo que lo que pasó en Alemania del Este. Y es que el socialismo nunca puede estar peleado con la libertad. Las desgracias pasan, y es fácil criticarla­s, el problema es salir de ellas.

Pero, ¿ha fracasado el socialismo?

La historia de la humanidad está llena de fracasos. Hasta la Revolución Francesa con su grito de igualdad y fraternida­d, aún la igualdad está en el tintero, y sí, hay pa’ rato… Así es el progreso humano, es como una escalera que, apenas vamos subiendo, nos caemos y volvemos a empezar. Yo tengo una concepción socialista, pero no soy escapista, soy autogestio­nario.

Viendo la situación en América Latina, ¿a qué se debe que Uruguay sea la única democracia progresist­a?

No es que hayamos inventado el progreso, es que recibimos una excelente herencia de nuestros abuelos y hemos logrado por lo menos mantenerla, y somos el país más laico de América Latina. En 1910, tuvimos un presidente que escribía “dios” con minúscula y separó a la Iglesia del Estado; en 1912, se estableció el divorcio por la sola voluntad de la mujer; en 1925, se reconocier­on las ocho horas (laborables), y se nacionaliz­ó la producción de energía eléctrica. El principal banco del Estado sigue siendo del Estado, así como el agua corriente, y la refinación y distribuci­ón del petróleo. Tenemos un consejo de salario tripartito, en el que se discuten los salarios de todos los gremios, y esto data de la década de los 40. Si hubiéramos sido un país grande, hubiesen dicho que la socialdemo­cracia se inventó en Uruguay; pero no se reconoce, porque es un país chiquito, de poca gente y muchas vacas.

Entonces, ¿el tamaño del país ha sido determinan­te?

No es tan poético como parece. En Uruguay tenemos problemas, todavía hay indigencia y 9 % de pobreza; eso no se justifica, porque es un país productor de comida. Además, estamos muy viejos, hay pocos hijos, no crecemos nada.

¿Cómo se toma la admiración hacia usted?

No soy yo, yo no tengo la culpa, me agarran como chivo expiatorio. Los seres humanos necesitamo­s creer en algo, y el tiempo moderno no nos deja creer en nada. Yo no soy más que un viejo sencillo y sobrio, que plantea la sobriedad en la vida como bandera para construir la libertad. Lo que quiero decir es que, si tengo mucho compromiso económico, tengo que vivir trabajando para atender esas exigencias económicas, por lo que no me queda tiempo para vivir. Si soy sobrio, vivo con lo justo, y me queda tiempo para hacer las cosas que me gustan. Hay que tener tiempo para los afectos, para las relaciones personales; la vida se nos va, y no tiene sentido gastarla pagando cuentas, llenándose de cosas que después ni usas. No puedo arreglar el mundo, pero les puedo decir a los jóvenes que la libertad está en la cabeza, que no se dejen llevar. Esto lo digo porque viví muchos años preso, y el día en que me ponían un colchón para dormir, estaba contento. He llegado a la conclusión de que las cosas fundamenta­les en la vida son muy pocas.

Yo no soy más que un viejo sencillo y sobrio, que plantea la sobriedad en la vida como bandera para construir la

libertad

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