Sitges
Entre el arte y el mar
Anuestra llegada en tren, paseamos primero por las calles del ensanche de Sitges antes de llegar al núcleo antiguo. En estas calles nos sorprende encontrar muchas villas y casas de estilo modernista, novecentista o neoclásico romántico, reconvertidas en su mayoría en pequeños hoteles con encanto. Se trata de las casas de “los indianos” o “los americanos”; estos eran los habitantes de Sitges que “hicieron las Américas” en los siglos XVIII y XIX y se enriquecieron, muchos de ellos con el comercio de esclavos o las plantaciones de azúcar. En Sitges se conservan 66 edificios construidos por “los americanos” según la moda arquitectónica del momento. Muchas de estas casas tienen un torreón, desde donde los dueños podían ver el mar y controlar la llegada de los barcos, y estaban rodeadas por un jardín, que no siempre se ha conservado, donde solían plantar exóticas palmeras y otras plantas de origen caribeño.
Callejeando, dejamos atrás el ensanche de Sitges y entramos en el casco antiguo. Las calles se estrechan, nos acercamos al mar, y nos damos cuenta de que los edificios son de color blanco. Estas casas encaladas eran las humildes viviendas de los pescadores. Seguimos caminando, pasamos por la plaza del Ayuntamiento y, de repente, llegamos a la plaza del Baluard y a la iglesia de Sant Bartomeu y Santa Tecla, de estilo barroco. La imagen de la iglesia parroquial, conocida popularmente como La Punta, es la más emblemática de Sitges, ya que se encuentra sobre un montículo donde también se situaba la antigua muralla. En este lugar elevado, es obligatorio detenerse para contemplar el mar, las playas y la escalinata que desciende hasta el inicio del espigón y la plaza de La Fragata. Un cañón nos recuerda la batalla que libraron en el siglo XVIII para evitar que dos fragatas inglesas capturaran cuatro embarcaciones mercantes ancoradas delante de la playa de Sitges.
Nosotros no bajamos por las escaleras frente a la iglesia, sino que nos quedamos en la plaza del Baluard y bordeamos el mar. A nuestra izquierda vemos la callecita más estrecha de Sitges, que los vecinos conocen irónicamente con el nombre de Quinta Avenida. Enseguida llegamos a otro de los puntos más interesantes de Sitges: el conjunto museístico formado por el Museo y el Palacio de Maricel, así como el Museo del Cau Ferrat. La plazoleta que separa el Palacio y el Museo de Maricel se
conoce como el Rincón de la Calma, y es uno de los espacios más encantadores de Sitges.
La relación de Sitges con el mundo de la cultura empezó a finales del siglo XIX, cuando el artista modernista Santiago Rusiñol descubrió la población y se enamoró de ella. Finalmente, decidió comprar las casas de dos pescadores y convertirlas en su casa-taller, que bautizó con el nombre de Cau Ferrat. Aquí Rusiñol organizaba sus “fiestas modernistas” y otras veladas artísticas, que reunían a los intelectuales y artistas de la época. Reconvertido en museo público desde el año 1933, el Cau Ferrat mantiene intacto el legado modernista de Rusiñol y su colección particular de obras de arte: pinturas de El Greco, Ramón Casas, Miquel Utrillo, Pablo Picasso y piezas de hierro forjado, cerámica, vidrio y mobiliario, entre otras.
Tras pasar por el Cau Ferrat llegamos a otro mirador con vistas a la playa y la ermita de Sant Sebastià. Esta pequeña playa está enclavada en un barrio de tradición marinera, y es muy frecuentada por los vecinos de Sitges. Después, decidimos darnos la vuelta y subimos por una calle empedrada; es la calle de la Davallada, el antiguo camino que salía de Sitges en dirección a Barcelona. Desde esta calle podemos conectar con la calle d’en Bosc, la calle más antigua de Sitges. Aquí encontramos una gran casa medieval, que recibe el nombre del Palacio del Rey Moro, y también la entrada trasera a la Fundación Stämpfli, un museo de arte contemporáneo internacional.
Los vecinos de Sitges aún recuerdan las populares fiestas que el artista suizo Peter Stämpfli y su mujer catalana Anna Maria organizaban en la calle d’en Bosc, donde residen desde los años 70. Este matrimonio ha marcado en buena parte la vida cultural de Sitges de las últimas décadas, de un modo similar a como lo hizo Santiago Rusiñol a finales del siglo XIX. Así pues, ya sea en la actualidad o hace más de cien años, el carácter alegre y acogedor de Sitges sigue cautivando a artistas y visitantes como nosotros.