SOL Y SOMBRA
Ältere Herren und ihr Auto – eine wahre Liebesbeziehung!
Mercedes Abad über die Liebe zu Autos
VVivo junto al mar, en una zona deshabitada y solitaria que me parece muy romántica. Durante todo el año, aunque no sea época de baño, la playa atrae a numerosas parejas que vienen a declararse su amor y a retozar frente al mar. Pero las escenas más románticas y conmovedoras que veo no son las de esas parejas que se besan, se acarician, caminan enlazadas y se susurran palabras de amor más o menos ardientes. Lo más romántico que tiene lugar bajo mis balcones es un ritual amoroso muy frecuente y protagonizado por una tipología de caballeros españoles entrados en años y sin duda jubilados. Digamos que no se trata de una pasión efervescente de juventud sino de un amor maduro. Estos caballeros aparcan sus coches delante de mi casa a cualquier hora del día, generalmente por las mañanas o a mediodía, cuando es más intensa la luz. A diferencia de otros amantes, la nocturnidad no es lo suyo. Después de aparcar, se apean del coche y abren y dejan bien abiertas las puertas. Luego sacan a la calle las alfombrillas, así como todo un instrumental de limpieza: detergentes, esponjas, trapos, limpiacristales y aspiradoras. A continuación, se entregan a una primorosa limpieza a fondo de su coche, tanto por dentro como por fuera. Los caballeros suelen ser gente sencilla, y sus vehículos distan mucho de ser cochazos de lujo. En algunos casos pueden llegar a alcanzar una edad venerable. No me atrevo a afirmar que, como en el caso de las parejas que vienen a retozar, la limpieza de automóviles sea un ritual de apareamiento, pero mantiene con él cierto
parecido. Si vieran ustedes la aplicación y la devoción, la pasión incluso, con que esos caballeros restriegan la carrocería de sus coches hasta dejarlos relucientes, seguro que también tendrían la sensación de estar espiando un acto de amor. El ritual de limpieza puede durar más de una hora. A veces transcurre en silencio, y otras veces el caballero que limpia con amor pone música. En cualquier caso, mientras los observo abrillantar con celo, esmero y fruición a su amado coche, siempre se me ocurre si no lo querrán más que a su mujer. Seguro que a ella a veces la tratan con rudeza; con ella en ocasiones dan rienda suelta a su malhumor, y dicen cosas de las que luego sin duda se arrepienten. Con el coche, jamás. El que sienten por el coche es un amor maduro y sereno, estable y sin más excesos que el gasto en detergente. No digo que esté libre de dolor: si algún día descubren una rayita o una abolladura en la carrocería, los caballeros deben de sufrir tormentos que ríanse ustedes de Romeo y Julieta. Puede que exagere, ya me conocen, pero he pensado a menudo que a lo mejor algunos de esos hombres que con tanta devoción y dulzura limpian su coche, en casa no han fregado nunca un plato, ni han hecho la cama, ni han cambiado pañales, ni sabrían siquiera cómo funciona el horno ni comparten con sus compañeras ninguna otra tarea. A lo mejor son incluso unos cochinos que lo dejan todo hecho un asco, y eso es motivo de un sinfín de discusiones. Pero el coche, ah, el bendito coche, ese objeto que mueve la economía mundial y es símbolo de estatus social y motivo de orgullo, ese sí merece que por una vez empuñen una bayeta. ¿Habrán tratado alguna vez con el mismo mimo a un familiar o a un amigo?
El que sienten por el coche es un amor maduro