UN DÍA EN LA VIDA DE…
Jeden Morgen in aller Herrgottsfrühe besorgt er Fisch und Meeresfrüchte für seinen Marktstand in Cádiz, Andalusien.
Javier Caña
Fischhändler in Andalusien
SSe llama Javier Caña, tiene 39 años y es pescadero. “La tercera generación de pescaderos”, nos cuenta desde su puesto del mercado de San Antonio. “En este negocio comenzó mi bisabuelo, y este puesto del mercado era de mi padre, Antonio, por eso lleva su nombre: Pescadería Antoñín, y está abierta desde 1968”. Javier Caña es un hombre con “mucho arte”. Vive –desde siempre– en San Fernando, Cádiz, en la calle Carmen, la misma donde nació el cantaor flamenco Camarón. Su hermana mayor, Inma, baila de maravilla, ha compartido escenario –el de la escuela– y patio del recreo con la famosa bailaora Sara Baras, que también es de allí.
Javier Caña es simpático, abierto, expresivo y un verdadero hombre de negocios. Javi, así le llaman sus amigos, está casado y tiene tres hijas. Su mujer Sara también se dedica a la venta de pescado. “Es que yo soy el administrador, pero el negocio es familiar de los hermanos Caña, escribe eso”, me pide. Javier vive en la bahía de Cádiz, se mueve entre las localidades de Sanlúcar de Barrameda, famosa por sus langostinos, Cádiz, donde hay un magnífico pescado azul, sardinas, caballas, boquerones, etc., el Puerto de Santa María, donde hay más pescado de fondo, pargos, lenguados, corvinas, y, claro, San Fernando. Por lo general, a las cinco de la mañana suena su despertador. Se da una ducha, y se va a Cádiz a comprar pescado, o a la plaza. Los martes que compra en el Puerto de Santa María ya se levanta a
las tres y media de la mañana. Javi nunca desayuna en casa, lo hace más tarde, en la cantina de la plaza de San Antonio. A las seis llegan sus empleados. Y sobre las siete monta su puesto: “lo hago personalmente porque me gusta mimar a mis clientes y presentar bien el producto”. También tempranito despacha los pedidos a restaurantes y algunas pescaderías que ha abierto en la zona –siete en total–. Sus niñas van a verle todas las mañanas. Y con ellas come todos los días, a las dos cierra el puesto de la plaza, recoge y se va para casa. A las tres comen todos juntos: “yo les digo siempre que coman ellas, pero no me hacen caso y siempre me esperan”, cuenta. A las cuatro de la tarde empieza la subasta de pescado en Sanlúcar. “No voy siempre”, reconoce, “algunos días duermo la siesta, pero cuando tengo que ir, mi mujer no me ve hasta las once o las doce de la noche. A esa hora charlamos un rato…, ¡si me deja!”,