Clases virtuales
Videokonferenzen und virtuelle Gespräche: Das menschliche Gegenüber scheint sich aufzulösen und nimmt skurrile Formen an.
POR MERCEDES ABAD como ectoplasmas, pero que descubren la intimidad ajena, encienden inmediatamente la imaginación de todos y nos dan de qué hablar: el marido atractivo, que luego, para eterno cachondeo, descubrimos que es sueco, los chiquillos que interrumpen con sus gritos o sus llantos o la hija devota que acude a ayudar a una madre o un padre cibertorpes, y perdonen la invención léxica. Pero al cabo de un tiempo, ni siquiera estas alegrías de chismosa han podido compensar la enorme cantidad de pérdidas: la espontaneidad, la calidez del contacto directo, el lenguaje no verbal. Digamos que las clases virtuales son lo contrario del tópico de la españolidad: en lugar de interrumpir alegremente y sin contemplaciones a los compañeros, como tan a menudo pasaba antes, en las clases virtuales todos aguardan con estoicismo su turno para hablar, puesto que si hablan a la vez no se entiende ni jota. Todo es más racional y ordenado, demasiado en mi opinión, y, por consiguiente, las risas no estallan con la frecuencia con que lo hacían antes. Si siguen así las cosas, mucho me temo que acabaremos perdiendo parte de nuestra ruidosa identidad de españolitos siempre dispuestos a interrumpir a nuestro prójimo. Pero, además, está todo el fantasmagórico asunto de la conexión a Internet. De pronto, los rostros se congelan. Y no lo hacen inocentemente, no, sino con la mayor perversidad: congelan sonrisas torcidas, bocas abiertas, ojos en blanco, ángulos monstruosos, posturas ridículas y caras de terror cósmico; todos convertidos en nuestra propia caricatura, con nuestras palabras convertidas en sonidos inarticulados, mientras en la pantalla aparece este siniestro aviso: "Su conexión es inestable".