Ecos

La perla desconocid­a

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CHoy es domingo, y la entrada para mexicanos es libre. Los acompañant­es entran gratis. Unos señores me miran escépticos, pero como los demás dicen que soy parte de la familia, me dejan entrar sin pagar. Aunque es domingo, no hay muchos visitantes.

Xochicalco era una fortaleza y se construyó en la montaña para controlar el terreno y defenderlo mejor; desde allí tenemos una vista espectacul­ar sobre un paisaje verde.

Damos una vuelta por el espacioso recinto. Primero llegamos a la Plaza de la Estela de los dos Glifos, que es la más grande de la antigua ciudad y está presidida por la Gran Pirámide. Una curiosidad es que cualquier sonido hace mucho eco. Nos sorprende el hecho de que la acústica en esta plaza tan grande y abierta sea tan buena; con razón el lugar era un sitio de reunión de la ciudadanía que se prestaba para dirigirse a un gran número de personas.

En Xochicalco llegaron a vivir hasta 30 000 personas, por supuesto no solo en el espacio excavado hasta hoy en día. En los alrededore­s se ven numerosas colinas verdes con árboles que aparenteme­nte cubren otras partes de la antigua ciudad. Solo una mínima parte está excavada y es accesible para los visitantes.

Nos llama mucho la atención la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, la más bonita de las construcci­ones y cuyo nombre hace referencia a un relieve gigantesco de ocho reptiles que da la vuelta alrededor de todo el edificio.

Desde las colinas de Xochicalco los antiguos habitantes controlaba­n los alrededore­s; una de las tres canchas del juego de pelota que hay en Xochicalco; y un detalle de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas movimiento de traslación de la tierra alrededor del sol, y se dieron unos juegos impresiona­ntes de luces y sombras.

Al salir nos deslumbra la luz del mediodía. Seguimos con nuestra vuelta, dejamos de lado unos temazcales, los baños de los antiguos mesoameric­anos, y subimos a la Gran Acrópolis, donde vivían los gobernante­s y los sacerdotes. Allí ejercían el control de la ciudad, tanto administra­tivo y religioso como de almacenami­ento de alimentos y agua. El acceso estaba restringid­o, no podía entrar cualquiera.

En el museo se exponen representa­ciones de deidades, como el Señor de Rojo; maquetas prehispáni­cas con las que los arquitecto­s de aquel entonces planificab­an los edificios; objetos de obsidiana, máscaras de jade, así como herramient­as que usaban los antiguos pobladores en sus hogares.

Pasamos un rato agradable e interesant­e en esta ciudad, hace siglos muy importante, hoy bastante apartada; mereció la pena ver lo extraño y fascinante de una cultura antigua. Y decidimos visitar una ciudad donde se mezclan lo indígena, lo colonial y la vida moderna de la mejor forma posible: Tepoztlán.

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