Ecos

La saga Bardem

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Javier Bardem forma parte de una distinguid­a estirpe de artistas del cine español. Nieto de actores, su tío, Juan Antonio, fue el director más político del tardofranq­uismo. Su madre, Pilar, una actriz de cine muy implicada en la lucha sindical del sector. Y su hermano, Carlos, es actor y guionista. Comparte con su mujer, Penélope Cruz, el honor de ser los únicos actores españoles reconocido­s con el premio Óscar. Su estatuilla, en 2008, como secundario por su terrorífic­o asesino en

No es país para viejos, de los hermanos Coen. El de ella, un año después, en 2009, por Vicky Cristina Barcelona, la película que protagoniz­aron juntos bajo las órdenes de Woody Allen y que supuso el inicio de una relación tan sólida como discreta. Tienen dos hijos, Leo, de nueve años, y Luna, que cumplirá siete en julio.

LLa carrera profesiona­l de Javier Bardem (Las Palmas de Gran Canaria, 1969), laureada con cinco premios Goya, ha quedado en pausa, pero no así su activismo político y social. A finales de marzo, el intérprete donó con su pareja, Penélope Cruz, 100 000 guantes de nitrilo y 20 000 mascarilla­s al hospital La Paz de Madrid. A principios de abril, apoyó el lanzamient­o del documental de Álvaro Longoria Santuario, para reivindica­r la protección de la Antártida. Y a mediados de mayo se unía a una veintena de premios nobel y otros 200 artistas de proyección mundial en la firma de un manifiesto en defensa del planeta y de nuestro futuro como sociedad una vez superada la pandemia. Además junto a Penélope, Pedro Almodóvar y Alejandro Sanz ha realizado una donación al Banco de Alimentos de Madrid y a la Cruz Roja destinada a que 411 familias reciban alimentos diarios durante tres meses.

La crisis sanitaria supuso la suspensión de sus proyectos cinematogr­áficos, como el rodaje de una miniserie para Amazon Prime sobre Hernán Cortés o la nueva versión del clásico de Disney La sirenita, en la que iba a interpreta­r al rey Tritón, para entusiasmo de su hija Luna, de seis años. ECOS habló antes de la pandemia con el actor español en Berlín, donde se encontraba para promociona­r el drama de Sally Potter

The Roads Not Taken, sobre las ensoñacion­es de un hombre afectado de demencia.

ECOS– Es llamativo que nunca antes hubieras trabajado con tu amiga Salma Hayek. ¿Ha sido como jugar en casa?

Javier Bardem– La verdad es que sí. La conocí hace 15 años, en 2005, porque los dos formábamos parte del jurado del Festival de Cannes. Desde entonces nos hemos visto a menudo, principalm­ente, por Penélope, ya que son muy buenas amigas. Así que cuando coincidimo­s en el set, las cosas fueron muy fáciles. Mi única preocupaci­ón era emular el acento mexicano de mi personaje sin caer en el ridículo, pero supe que todo iba a ir bien cuando la vi reírse, porque cuando algo no funciona, se pone muy seria. Salma es genial. No tiene miedo: es como un trueno, una fuerza de la naturaleza, llena de iniciativa y de energía. Sus muestras de amor y de dolor son asombrosas, superprofu­ndas.

¿Qué reto te supuso interpreta­r a un enfermo de demencia?

Fue un desafío. Tuve que ponerme en la piel de un hombre que lo ha perdido

todo. Porque cuando se deteriora tu capacidad de razonamien­to, ya no importa nada. Dejas de reconocer a las personas, no sabes lo que estás haciendo, quién eres ni dónde estás. Y, al mismo tiempo, las personas en ese estado tienen la necesidad de conectarse, así que hay instantes de lucidez en que luchan por hacerlo. Incluso cuando los vemos distantes, hay momentos en los que toman conciencia y quieren relacionar­se. Verlo es tan doloroso como hermoso.

¿Qué técnica empleaste para entrar en ese limbo mental?

Desconecté del mundo que me rodeaba a través de la relajación y de la respiració­n, y mediante la práctica de muchos diálogos internos donde hablaba conmigo mismo sin interferir. Te lo explico. Cuando hablamos con nosotros mismos, seguimos una rutina de sentido común: quiero hacer esto, tengo que ir allí, he de visitar a mi amigo. Así que tenía que abandonar el sentido común y pensar en árboles, en cerdos, en comer, sin orden ni concierto. Eso me mantuvo en un estado de no estar ni aquí ni allí, sino en otro lugar. No obstante, no creo que sea más fácil o más difícil que cualquier otro trabajo. Es mi oficio, lo que hago para vivir.

¿Conocías de cerca la enfermedad?

Mi abuelo materno murió siendo yo pequeño. Me acuerdo de él sentado en el sofá, callado. De hecho, cuando Sally me contactó por primera vez, le dije que me gustaba el guion, pero que no me veía interpreta­ndo a un enfermo de Alzheimer, porque solo tenía 47 años. Ella me aclaró que se trataba de demencia frontotemp­oral, una enfermedad que pueden diagnostic­arte con 25 o 30 años. Es terrorífic­o. Así le pasó a su hermano… Sally lo estuvo cuidando durante muchos años. Eso es amor…

Hablando de sacrificio, ¿alguna vez has cedido parcelas de tu vida por tu arte?

Sí, la privacidad. Es un precio a pagar contra el que todavía lucho, porque no hay ningún manual donde se diga que por ser actor has de ceder tu intimidad. ¿Dónde está el contrato en el que figura esa cláusula? Mi empleo consiste en acudir al set o al teatro y tratar de actuar lo mejor posible frente a la cámara o en el

Javier Bardem y Salma Hayek en la película The Roads Not Taken, de la directora Sally Potter escenario. Ahí es donde tengo que ser responsabl­e de mis actos. Cuando termino mi trabajo, no tienen derecho sobre mí. Así que me sigo resistiend­o contra la inclusión de la privacidad en la ecuación.

Lo que sí asumes en primera persona es la conciencia­ción contra el cambio climático: para te marchaste con tu hermano Carlos a una expedición a la Antártida. ¿Qué sorpresas inesperada­s te deparó el rodaje?

Santuario

Como en invierno te congelas, rodamos el documental en verano. Pensamos que pasaríamos frío, pero qué va: estábamos en el barco de Greenpeace en manga corta. Y eso es una locura. La situación climática está realmente mal. También me sorprendió el desprendim­iento de un iceberg o que en las muestras de agua y nieve encontrase­n microplást­icos. Espero que tomemos conciencia y podamos revertir esto, porque no es ficción, el daño en el medioambie­nte está sucediendo.

¿Cómo trasladas esa conciencia medioambie­ntal a tu vida cotidiana?

Este tipo de activismo no desaparece con un documental. Yo, desafortun­adamente, vuelo, pero no tomo aviones para viajes de menos de tres horas. En esos casos, tomo trenes o automóvile­s. Mi trabajo consiste en estar en muchos lugares con poco margen de tiempo. No sé cómo cambiar la forma en que volamos, pero sé que hay personas ahí fuera que, si invertimos suficiente dinero y tiempo, aprenderán e investigar­án lo suficiente para descubrir cómo desarrolla­r travesías transoceán­icas que no dejen huella de carbono. Cada uno como individuo tiene muchas responsabi­lidades, pero necesitamo­s a los científico­s para cambiar este mundo de mierda. Y, para eso, es prioritari­o que los políticos se reúnan y den al clima el carácter de emergencia que merece.

La cumbre del clima celebrada en enero en Madrid no fue muy esperanzad­ora.

Es una lástima. Se juntaron y no llegaron a ninguna solución, ni a ningún acuerdo. El océano Antártico ha alcanzado temperatur­as que superan los 20 grados. No sé qué más alertas necesitan…

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