Cartas de los lectores
Fast jedes Land hat seine Symbolfigur – in Argentinien ist es der fiktive Gaucho Martín Fierro.
Series españolas para aprender (ECOS 13/20)
He leído con gran interés vuestro artículo sobre las series españolas. Es una forma muy divertida para aprender de verdad. He seleccionado la serie fascinante El tiempo entre costuras. Claro, no fue tan fácil para mí –por no decir bastante difícil– entender las palabras. La serie es maravillosa.
Probé seleccionar los subtítulos, pero, lamentablemente, no logré encontrarlos. ¿Hay subtítulos para esta serie o no han sido realizados?
Gracias por adelantado por su información,
Klaus Hass
Estimado Sr. Hass:
Muchas gracias por su correo y por su consulta. Me alegro de que el artículo sobre las series le haya gustado. En cuanto a “El tiempo entre costuras”, para ver los subtítulos en español se necesita una suscripción [Abonnement] al servicio Premium Internacional de Antena 3: www. atresplayer.com.
Hay distintos modelos de suscripción y también se puede probar por un tiempo.
Espero que esta información le resulte útil y que pueda disfrutar de la serie con los subtítulos en español. Un cordial saludo y siga aprendiendo y disfrutando con ECOS, Juan-Ramón García Ober
Hacia donde/adonde (ECOS 14/20)
En el diálogo entre Sara y Juan (ECOS 14/20, pág. 54) no he entendido por qué está escrito “para moverla hacia donde quieras”. ¿Por qué no es hacia “adonde”? Si hay movimiento, como en este caso, ¿no hay que añadir una “a” antes del adverbio?
Muchas gracias,
Martina Braglia
Hola, Martina:
Gracias por tu interés y por tu pregunta, es una observación muy buena. Es cierto que cuando hay un movimiento, se emplea el adverbio “adonde”. Sin embargo, cuando hay una preposición antes (“hacia”), no se debe utilizar “adonde”, sino “donde”. Retomando tu ejemplo, es correcto lo siguiente:
Para moverla hacia donde quieras. Para moverla adonde quieras. Espero haber respondido tu pregunta.
Un saludo, Marta Estévez Pequeño
"Si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta", solía decirnos nuestro profesor Robert Bonnaud para enseñarnos a no suponer la historia –París, 1977–. Y, sin embargo, muchas veces me pregunté qué habría sido de la Argentina si su personaje mítico no hubiera sido Martín Fierro.
Cada país tiene el suyo: una creación literaria –popular o culta– que de algún modo se transforma en su síntesis, su símbolo, su inspiración. El argentino, Martín Fierro, es el protagonista de ese largo poema en octosílabos rimados que escribió, en 1872, un proscrito refugiado en un hotel elegante de Buenos Aires. José Hernández era un muchacho de buena familia, militar, librero, periodista, hacendado, que había vuelto a fracasar en un levantamiento contra el gobierno legítimo y, para seguir atacándolo, se escondió en aquel hotel y escribió en papeles de envolver la historia de un gaucho perseguido por las autoridades. Era un texto pegadizo, contado en primera persona en una lengua campesina, y los gauchos eran, en efecto, perseguidos: vagabundos de las pampas, acostumbrados a vivir sin ley; los nuevos dueños de los campos argentinos los echaban para poner límites y alambres a sus propiedades.
El Martín Fierro, entonces, se publicó como un grito de protesta. Pero, por esas vueltas de la historia, los mismos ricos que habían perseguido al gaucho lo convirtieron, décadas después, en la suma de la argentinidad: necesitaban un personaje propio, tradicional, para oponerlo a esos inmigrantes sucios, sindicalistas, anarquistas incluso, que no paraban de llegar. Inesperadamente, el gaucho Fierro se convirtió en el más argentino de los hombres, un modelo.
Pero seguía siendo un perseguido, así que el relato de su vida empezaba diciendo que “Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela, / que al hombre que lo desvela / una pena estraordinaria…”. La resistencia a la ley, la derrota, la nostalgia, la pena extraordinaria fueron, desde entonces, la cifra de la argentinidad –y mi abuela, pobre, nunca tuvo ruedas–.