EL (RE)VUELO DEL CÓNDOR
Geschichten und Hintergründe zu “El cóndor pasa”, wahrscheinlich das weltweit bekannteste Lied aus Peru.
Es el segundo himno del Perú. Un himno, digamos, que está más cerca del folclor. Y eso debería bastar como presentación, pero también sabemos algunas cosas más. Ha sido incluida en una lista, elaborada por la British Broadcasting Corporation (BBC), de las cincuenta canciones de todos los tiempos que cualquier ser humano puede reconocer. Ha sido interpretada por artistas tan diferentes como el tenor Plácido Domingo y el salsero Marc Anthony, la soprano Yma Súmac o la agrupación musical china 12 Girls Band. Se calcula que existen más de cuatro mil versiones de la canción en casi todos los géneros posibles: rock, ópera, metal y hasta pop coreano –puede hacer usted la prueba en YouTube–. Incluso dicen que fue incluida en la sonda Voyager 1977, que se envió al espacio como un manifiesto de lo que escuchamos en el planeta Tierra.
En el 2004, la canción fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación en el Perú, junto con el caballo de paso peruano y la danza de las tijeras. Esa fama global convirtió a “El cóndor pasa…” (sí, su nombre original lleva puntos suspensivos) en un símbolo de la peruanidad para exportación y en un icono cultural.
Sin embargo, pocos saben que esa canción es apenas el cierre musical de una zarzuela de la primera década del siglo XX que tiene el mismo nombre. Si es una canción tan universal como la cocacola o la “Macarena”, ¿por qué entonces los peruanos sabemos tan poco acerca del origen de esa melodía que se estrenó en un teatro limeño en 1913?
LIMA, 1913
Como en todas las historias, hay un protagonista y un antagonista. El primero se llama Daniel Alomía Robles y nació en Huánuco, en la sierra central del Perú, en 1871. Desde niño, le interesó la música e incluso cantaba en el coro de la iglesia. A los trece años, viaja a Lima, se instala en la casa de un tío en el centro de la ciudad y recibe clases con maestros de canto. Cuando termina la escuela, se convierte en un músico reconocido y durante varios años recorre las provincias de los Andes para reunir las melodías que se tocaban en festivales y fiestas populares. Su misión era armar un gran inventario musical que pudiera rastrearse hasta el tiempo de los incas. Según datos históricos, logró recolectar casi mil melodías que se escuchaban en Perú, Bolivia y Ecuador.
Pero ¿qué pasaba en el Perú en 1913? Guillermo Billinghurst era el presidente y había ganado las elecciones con el respaldo popular de los sectores obreros del país. Muchas de esas personas trabajan en los ferrocarriles, en las haciendas agrícolas y en las minas. Ese mismo año, el periodista Julio Baudouin escribió una historia de ficción sobre un conflicto entre los trabajadores indígenas y los dueños de una minera. Esa es la
trama de la zarzuela llamada El cóndor pasa. Fue Julio Baudouin quien pidió a Alomía Robles que compusiera toda la música de la obra.
Hay un personaje en la zarzuela que fue revolucionario para la época: Frank, un mestizo que, a diferencia de las representaciones de entonces, tenía el pelo rubio. Era hijo del dueño de la compañía minera, Mr. King, y su mamá era una campesina peruana. Justamente él encarna la rebelión en Yapaq, un campamento minero en Cerro de Pasco, la localidad más alta del Perú. Le dicen el techo del mundo. Los cóndores se caracterizan por volar en altura, sobre todo, en la región de los Andes. En la zarzuela, se hace mención al cóndor en tres momentos, pero solo al final, en el cierre, cuando suena la famosa canción de Alomía Robles, aparece una representación real del cóndor. Y Frank entona un discurso que termina así: “Sintámonos cóndores –dice–. Seamos como él en la inmensidad de la tierra”. Los diarios de la época cuentan que El cóndor pasa fue un éxito y que el teatro se llenó en cada función desde su estreno en diciembre de 1913.
Apenas tres meses después, en febrero de 1914, hubo un golpe de Estado que desplazó a Billinghurst del poder, y más adelante empezaría la Primera Guerra Mundial. Entonces, todo cambió. La zarzuela dejó de exhibirse y Alomía Robles se refugió en Estados Unidos, donde continuaría su carrera como compositor. En 1928, la Banda de la Marina Americana grabó parte de El cóndor pasa para su difusión en toda la costa este norteamericana. Cinco años después, en 1933, Alomía Robles logró inscribir la autoría de su obra más famosa. Este dato sería de vital importancia para sus herederos, ya que en la década de los setenta tuvieron que ir a un juicio con el músico Paul Simon y, para entonces, ya nadie se acordaba de Julio Baudouin.
PARÍS, 1965
Paul Simon es el segundo protagonista de esta historia. Poeta y cantante, nació en Nueva Jersey en 1941 y fue uno de los pioneros de ese género conocido como música del mundo. Por supuesto, no conoció a Alomía Robles, pero sí escuchó su música. Una tarde de 1965 en París, Simon se enamoró de la melodía cuando asistió a un recital de Los Incas, un grupo argentino que tocaba con instrumentos andinos. Conmovido e hipnotizado, como en un trance, se acercó al líder de la banda, Jorge Milchberg, y le preguntó por el autor de la música. “Es un yaraví olvidado del s. XVIII”, esa fue la respuesta que recibió. Entonces, Simon tomó la canción y compuso una letra. Cinco años después, Simon and Garfunkel lanzó el disco Bridge over Troubled Water, que incluía esa canción. Se llamaba “If I Could” y en los créditos aparece lo siguiente: “18th century Peruvian folk melody by Jorge Milchberg”. Ahí empezó la confusión: la gran mayoría de las versiones de “El cóndor pasa” están basadas en esa versión.
Tiempo después, los hijos de Alomía Robles reconocieron la melodía y le entablaron un juicio a Simon por los derechos de autor. En la mano llevaban la inscripción que su padre había hecho en Estados Unidos. El acuerdo, antes de llegar a los tribunales, fue equitativo: mitad de los ingresos para Paul Simon y mitad para los herederos.
PERÚ, 2021
Es el año del Bicentenario del Perú. Doscientos años después de la proclamación de la independencia en 1821, sigue siendo difícil definir qué es lo peruano hoy. Es decir, ¿qué es lo que encontramos en melodías como “El cóndor pasa” para asociarlas inmediatamente al Perú? También fue difícil responder esa pregunta en 1913, treinta años después de la guerra del Pacífico, cuando Julio Baudouin escribió la zarzuela. Entonces, pensaban que lo peruano estaba en el rescate del pasado inca.
Para Fred Rohner, profesor y especialista en música popular peruana, la vigencia de la canción de Alomía Robles tuvo mucha más fuerza después de su estreno. Recordemos que tuvo una temporada muy corta en Lima. “Los Incas, como otras agrupaciones argentinas y uruguayas en Europa, hacían música andina, pero, sobre todo, fue una representación exótica de lo andino a partir de la música latinoamericana. Es curioso porque la canción adquirió un sentido para los peruanos que quizás no tuvo nada que ver con el sentido que tuvo en la zarzuela”, dice Rohner.
En años más recientes, también se han producido versiones más contemporáneas de “El cóndor pasa”. Quizás la más brillante haya sido la ejecutada por la violinista peruana Pauchi Sasaki durante la inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019. Ella, sola con su violín y con un traje futurista hecho de parlantes y espejos, ensaya una versión con ritmos electrónicos. No importa realmente entender los mecanismos internos de la música (el compás, el tiempo, las notas) ni dónde pudo nacer esa melodía. Algunos dicen que Alomía Robles se inspiró en una melodía cusqueña que escuchó durante sus años como investigador. Así como Los Incas se inspiró en la música de Alomía. Así como Paul Simon se inspiró en la versión de Los Incas. Y así, en espiral.
Como en las dinastías más curiosas, en el Perú, aún existe espacio para la revancha. En el año 2007, el músico cusqueño Delfín Garay Sosa decidió hacer su propia versión de una canción de Paul Simon. La original se llamaba “Duncan” y fue estrenada en 1972. Pero Garay Sosa, que tenía un grupo musical que fusionaba muchos géneros a la vez, la cantó en quechua y le puso otro nombre: “Chascañahuychay”, en español, “ojitos de estrella”. Era su manera de hacerle justicia a “El cóndor pasa”. La historia, dicen, es circular.