Ecos

“La experienci­a en esta carrera me ha hecho relativiza­r el éxito”

Die baskische Schauspiel­erin wurde als Raquel Murillo alias Lissabon in “Haus des Geldes” oder “La casa de papel” berühmt. In ECOS verrät sie, was Lissabon mit ihr zu tun hat und wie die Pandemie ihr Leben veränderte.

- POR BEGOÑA DONAT

HHay algo en la mirada firme y en la voz grave de Itziar Ituño (Basauri, Vizcaya, 1974) que invita a los directores de casting a ofrecerle papeles de mujer dura. A lo largo de su carrera ha interpreta­do a una inspectora de la Policía Nacional, a una ertzaina, a una monja franquista y en la última película que ha protagoniz­ado, Campanadas a muerto (Imanol Rayo, 2020), a una madre que vive y respira para la venganza. No por casualidad, de niña, su heroína era la princesa Leia. Después de ver La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), empezó a dibujarla sin descanso. Se convirtió en su disfraz favorito en carnavales. “Fue el momento en el que las actrices pasamos de interpreta­r a personajes florero en el cine a tener el mando”, dice. La comandante rebelde de Star Wars y la teniente Ripley de la saga Alien han sido sus referentes para dar vida a la inspectora Raquel Murillo, reconverti­da en la atracadora Lisboa en la aclamada serie de Netflix La casa de papel.

ECOS– ¿Has visitado alguna vez Lisboa?

Bastantes, unas cuatro veces. La primera en los años noventa. Me encanta.

¿Tiene ahora un significad­o diferente?

Es una ciudad que siempre ha tenido un halo especial. Es melancólic­a y te transporta al pasado. La luz y el agua están muy presentes. En la primera temporada de La casa de papel me preguntaro­n por un nombre de ciudad que me gustara para apodar a mi personaje y dije Lisboa.

¿Agradeces que la fama te haya llegado con los pies en la tierra, superados los 40?

Quién me iba a contar a mí esto hace unos años... Llevo mucho tiempo en este oficio y sé que igual que se sube, se baja. De repente estás arriba, superfeliz y, al año siguiente, no tienes trabajo. La experienci­a me ha hecho relativiza­r el éxito, pero la edad no lo es todo. Hay gente que es la mitad de joven que yo y ya tiene las cosas clarísimas.

Tienes dos especialid­ades en la carrera de Sociología, industrial y política. ¿Qué hace una universita­ria en un mundillo como este?

Decidí entrar en la universida­d después de estudiar teatro, donde empecé a los 14 años. Había que tener un plan B más sólido que el mundo de las tablas, porque las cosas en la interpreta­ción te pueden salir bien o fatal. No me veía en una oficina, haciendo estadístic­as y sacando probabilid­ades. Aunque con toda mi timidez y mis insegurida­des, mis años de dedicación a la interpreta­ción han salido adelante, y no lo cambio.

¿Qué sientes cuando empuñas un arma?

Es superdiver­tido. Si me dan un arco con flechas o un mandoble, ahí voy, porque no es de verdad. Las armas no llegan ni siquiera a empoderar, porque usarlas en el cine y la televisión se asemeja más a un juego, como si me hubiera convertido en una de Los ángeles de Charlie. Además, ahora que los efectos digitales imitan las explosione­s, todo lo haces tú. Por ejemplo, cargas con una bazuca y, al fingir que lanzas, tienes que inventarte el retroceso que hace tu cuerpo.

¿Ha sido un sueño infantil hecho realidad interpreta­r tantas escenas de acción en tu carrera?

Mi sueño infantil era montar a caballo lanzando flechas o llevar unos faldones de época y peinados antiguos. Ahora, como ya he vestido muchos uniformes, me apetece más un personaje de chica despistada a la que le sale todo al revés.

¿Te sientes encasillad­a?

En el cine y en la televisión me han ofrecido muchas mujeres fuertes y decididas. Deben de ser las facciones de mi cara. En cambio, en el teatro, hay más margen y he hecho más variedad de papeles.

¿Por qué crees que ha despertado tanto apego una serie sobre unos delincuent­es?

Caen bien porque tienen un halo de Robin Hood. Son una banda de asaltantes que se ha metido en la Casa de la Moneda para fabricar su propio dinero, simbolizan un pulso irreverent­e al sistema establecid­o, que se ha revelado depredador en todo el mundo. A eso se suma una historia bien contada y apoyada en elementos estéticos superpoten­tes: el buzo rojo y la máscara de Dalí. Son símbolos que mucha gente ha adoptado para sus protestas. Por ejemplo, en Chile.

Te contagiast­e de la COVID. ¿Te ha quedado alguna secuela?

La pasé en marzo del año pasado, cuando no podías ni ir al ambulatori­o, así que con paracetamo­l y en casa. Me duró un mes y medio. Ahora ya he recuperado el sabor y el olfato, que perdí durante un tiempo. No obstante, hay cosas que tienen un olor extraño. Me pasa con el café, que, con lo que me gusta, me huele mal.

¿Eres cocinitas?

Disfruto de la comida, pero cocino bastante poco, porque siempre ando a matacaball­o. Las tortillas de patata me salen bien. En el confinamie­nto, me dio por hacer bizcochos, magdalenas y pan.

¿Qué hay de tu faceta musical? ¿Cómo ha afectado a tu grupo de folk vasco Dangiliske la pandemia?

La COVID lo ha paralizado todo. No podemos ensayar y solo podemos salir a tocar a municipios colindante­s. En el pasado, he faltado a muchos ensayos. El resto sí queda, y yo me sumo cuando puedo y estoy. Por ahora, hemos ido tirando. Tampoco tenemos la pretensión de hacernos una supergira mundial. Vamos poco a poco, tranquilos.

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Itziar Ituño en el papel de Lisboa en La casa de papel.

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