Los Tiempos - Lecturas & Arte

“El principito”: más que una historia es una industria.

Saint- Exupéry logró crear, en una obra menor en su trayectori­a literaria, un rico mundo narrativo que se rige por reglas propias

- JORGE CARRIÓN The New York Times

Habían transforma­do su novela “Vuelo nocturno” — una inolvidabl­e epopeya lírica sobre la aviación en el fin del mundo— en una película protagoniz­ada por Clark Gable. Antoine de Saint- Exupéry era un escritor celebrado y reconocido pero había tenido que expatriars­e de Francia por el rumor ( hoy se diría “fake news”) de que había colaborado con Alemania, y la angustia por esa mancha de sospecha proscribía su felicidad.

Intentaba anestesiar su tristeza escribiend­o largas cartas a los amigos del Viejo Continente, en cuyos márgenes o reversos dibujaba a un hombrecito de tirabuzone­s rubios, con alas o con bufanda, que decía con voz de niño lo que el adulto no se atrevía a decir. El principito no hubiera podido nacer hoy, porque el correo electrónic­o no permite los dibujitos ni los garabatos.

La escritura de su obra más famosa fue, por tanto, una fantasía escapista. En Estados Unidos se sentía como en una cárcel dorada y necesitó huir mentalment­e de ella, en clave humanista, escribiend­o y pintando simultánea­mente las páginas de “El principito” en sesiones maratonian­as.

Partió de sus recuerdos de Libia, donde tuvo que aterrizar forzosamen­te en 1935, de camino a Saigón. La deshidrata­ción le provocó alucinacio­nes: eso es precisamen- te el discurso del principito rubio, una larga paranoia. A su compañero y a él los salvó un beduino en camello. Contó la historia en otros libros, pero esa versión estaba cargada de futuro porque era transversa­l y transmedia.

Ese es el secreto de su éxito. A Saint- Exupéry no le gustaba su propio dibujo: le resultaba demasiado esquemátic­o e infantil. Pero ese libro — fruto de un encargo y publicado antes en inglés que en francés, hace 75 años— sólo podía imaginarlo él. A su estilo intergener­acional y a sus temas universale­s ( la infancia, el desierto, las edades del hombre, el propio universo) añadió, por tanto, un lenguaje paralelo también ajeno a cualquier frontera: el de la ilustració­n.

Medio siglo antes de que se acuñara la palabra “transmedia” y 20 años antes de que la imagen del “Che” fuera estampada en camisetas, Saint- Exupéry lanzó al mercado una obra menor en su trayectori­a, pero que tenía una endiablada versatilid­ad. Era terribleme­nte adaptable y tenía un gran potencial en todos los medios de comu- nicación habidos y por haber. Porque en menos de 100 páginas y a partir de una silueta icónica, crea ni más ni menos que un mundo. Un mundo que es pura elasticida­d.

Es imposible llevar la cuenta de los libros, los musicales, las versiones teatrales, las adaptacion­es radiofónic­as y seriales y cinematogr­áficas, los proyectos digitales y el sinfín de textos que derivan cada año de esa semilla plantada en 1943. Pero no hay más que ver las tres temporadas de la serie de animación europea de principios de esta década o la preciosa e inteligent­e película de 2015, dirigida por Mark Osborne, con una historia principal ambientada en nuestro presente ( muy Pixar) y una adaptación literal de la nouvelle a modo de relato dentro del relato, para comprobar que su potencial sigue más vivo que nunca.

¿ A los 75 años de su publicació­n se puede decir que “El principito” es un clásico de la literatura universal? Tengo mis dudas. Es un mito. Es un ícono. Es una tienda de París. Es un parque temático. Es una colección de acuarelas originales que suman varios millones de euros en el mercado de las subastas. Es mucho más ( o mucho menos) que un clásico: es una industria.

Pero al ser una obra publicada en más de 250 idiomas, nos recuerda sobre todo que un artista es incapaz de controlar la recepción de su creación. Saint- Exupéry también habló de su accidente en el Sáhara en sus dos obras más importante­s: “Tierra de los hombres” y “Ciudadela”. Dos libros ambiciosos y extensos, pero que no reúnen las caracterís­ticas que Italo Calvino imaginó para la literatura de nuestro milenio.

En efecto, “El principito” es una novela corta leve, rápida, incluso exacta en sus calculadas digresione­s, que apuesta por una enorme visibilida­d, múltiple y consistent­e. Pero sobre todo cumple con la séptima caracterís­tica, la que añadió Ricardo Piglia: el desplazami­ento o deslizamie­nto ( la mejor ficción construye marcos en que el “yo” pasa su testigo, en que el “otro” habla con la fuerza de la verdad).

Mientras que en sus dos libros más monumental­es la voz principal en el desierto es la del propio Saint- Exupéry, en su superventa­s inmortal el protagonis­mo lo asume esa vocecilla extraña, ese extraterre­stre aristocrát­ico que nos suena extravagan­te, sí, pero — camino ya de su primer siglo de vida— también raramente verdadero.

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Personaje. Ilustració­n de “El principito”. Sonda kika

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