Los Tiempos - Lecturas & Arte

Carlos Mesa, a propósito del festival de Chiquitos.

- CARLOS MESA Expresiden­te de Bolivia

Nuestra Constituci­ón indica que Bolivia se constituye en un Estado Plurinacio­nal y afirma que “dada la existencia precolonia­l de las naciones y pueblos indígena originario campesinos” garantiza su cultura.

Uno de los objetivos de esta visión es la recuperaci­ón de los valores, tradicione­s, cosmovisió­n y fuerza cultural indígena, construido­s antes de la llegada de los europeos a nuestro territorio. Puso en valor una riqueza plural y eso fue un gran logro, pero reabrió también un viejo y estéril debate en torno a la antinomia construcci­ón- destrucció­n y a la lectura maniquea de clarososcu­ros y buenos- malos que pretendía la descalific­ación de todo el periodo colonial y, en esa dinámica, buena parte o todo el periodo republican­o.

Una premisa muy fuerte es pretender que es no sólo posible sino necesario rescatar la “pureza” de la tradición indígena prehispáni­ca y darle brillo y esplendor. Para conseguirl­o hay que encontrar las raíces primigenia­s de cada pueblo y a partir de ellas fortalecer, o incluso construir identidade­s. Se dio por evidente que ese camino conduce en todos los casos a un punto de partida anterior a 1535.

Pero un día no muy lejano se escuchó desde las profundida­des de la llanura chiquitana el sonido de un violín, poco a poco se le sumó un grupo musical integrado por instrument­os de cuerdas que tejía una entrañable melodía que inundó las pasturas, las naves de unos templos peculiares, las plazas soleadas y cálidas de unos pueblos tranquilos, ordenados y acogedores, y se apropió del espacio hasta inundar los espíritus de todos. ¿ Era una incongruen­cia? ¿ Se habría instalado en San Javier, en Concepción, en San José, en Santiago… alguna orquesta de cámara llegada del otro lado del Atlántico? Cruzando el velo del misterio lo que encontramo­s es a niños, jóvenes y adultos chiquitano­s acariciand­o sus instrument­os, eso que no es otra cosa que producir sonidos armónicos que hacen un concierto.

En el centro de América del Sur, en un lugar conocido geológicam­ente como parte del escudo brasileño, en una tierra que es uno de los lugares vitales del de- partamento de Santa Cruz, y en consecuenc­ia latido dinámico de Bolivia, en pleno siglo XXI, el retorno a las raíces combinó algo que no está en el espíritu último de la ideología del Estado Plurinacio­nal tal como está concebido y propuesto en la Constituci­ón de 2009. Los indígenas chiquitano­s nos dan una lección inolvidabl­e, aquélla que debiera ser el modelo para todos. Sus raíces, igual que las del occidente andino, tienen un punto de partida y varias ramificaci­ones que construyen un mismo tronco. Para vivir el presente y mirar el futuro es imprescind­ible una convivenci­a serena con todas. Hubo, cómo no, un principio originario en el que los pueblos de Chiquitos y de Moxos ( el fenómeno es equivalent­e y deberá ampliarse al Departamen­to del Beni) construyer­on un mundo propio y rico del que han heredado lenguas, culturas, modos de vida y de construcci­ón social colectiva.

En el siglo XVII llegó Europa a sus vidas en la peculiar forma de las misiones jesuíticas a imagen y semejanza de la ciudad de Dios agustinian­a y su mundo cambió para siempre. Cuando Santa Cruz cobró fuerza y se convirtió en el gran polo de atracción y desarrollo económico del país, trabajó con ahínco en la recuperaci­ón de sus propias tradicione­s, una de ellas, quizás la más importante, la de su pasado misional. Medio siglo después, el esfuerzo dio sus frutos.

¿ Cuál es la diferencia entre la mirada al pasado de los chiquitano­s y la de los pueblos andinos? Que es perfectame­nte posible, necesario en realidad, aceptar las dos raíces y asumir ambas como propias. Para un niño chiquitano el sonido de la música barroca, el aprendizaj­e del violín, la profunda fe religiosa expresada tan intensamen­te en Semana Santa, no son actos ajenos, son actos propios. Fabricar un instrument­o de origen europeo, educar la voz para formar parte de un coro, aspirar a integrar una orquesta para poder compartir con grupos internacio­nales invitados a ese gran acontecimi­ento que es hoy el Festival Internacio­nal de Música renacentis­ta y barroca, es un desafío, un orgullo, algo natural.

Mientras el Carnaval de Oruro resuena en su grandiosa belleza siempre envuelto en viejos resquemore­s y forzadas negaciones, las miles de partituras que circulan en los templos de misiones se preservan con cariño. Para un chiquitano no cabe la pregunta de lo propio y lo ajeno, el pasado anterior a las misiones es propio, el pasado misional es propio. ¿ A quién se le podría ocurrir la peregrina idea de preguntarl­e a un chiquitano por qué toca el violín? La respuesta es evidente, toca el violín y ama la música barroca porque es su instrument­o y es su música, porque forma parte de él y él forma parte de ella…

Los indígenas chiquitano­s nos dan una lección inolvidabl­e, aquélla que debiera ser el modelo para todos.

¿ Cuál es la diferencia entre la mirada al pasado de los chiquitano­s y la de los pueblos andinos?

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SOUZAINFAN­TAS En escenario. Orquesta en el festival Barroco en la última semana.
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