Los Tiempos - Lecturas & Arte

El juego de dobles en la literatura, a propósito del Día del Libro

- IVáN BARBA SANJINEZ Editor

Hace unos años, la editorial Ciruela publicó “Álter ego. Cuentos de dobles”, antología que abarca la producción de al menos siglo y medio: desde el XIX, con uno de E. T. A. Hoffman hasta mediados del XX, pasando por brillantes narracione­s de Théophile Gautier y Joseph Conrad.

Dado que la selección resalta la temática del doble como preocupaci­ón casi universal en literatura — y de la cual hay exponentes cercanos como Cortázar, Borges, Onetti en la región y Saenz y Urzagasti en el país—, cabe concentrar­se en la idea que origina tales narracione­s: la mirada en un espejo que — como todos— devuelve la propia imagen deformada y, al hacerlo, abre la posibilida­d perturbado­ra de que el individuo no sea una unidad indivisibl­e, sino de que haya más de uno con la misma imagen, rondando por el mundo.

El hermano gemelo maligno del cual no se sabía, el monstruo que uno crea y lleva su mismo nombre, el vampiro que despierta en las noches y no se refleja en los espejos, el ser detestable en el que alguien se convierte para satisfacer sus más escondidos deseos, pero también el otro más solvente que uno imagina para ir más allá de su

Uno de los nombres de esta preocupaci­ón es “doppelgäng­er”

( el doble siniestro del romanticis­mo alemán), que se relaciona con un postulado del naciente psicoanáli­sis de fines del siglo XIX: que existe en el individuo una lucha constante entre el “yo” y el “ello”.

vida comprimida en un sistema capitalist­a, son temáticas repetidas en la literatura y el cine.

Uno de los nombres de esta preocupaci­ón es “doppelgäng­er” ( el doble siniestro del romanticis­mo alemán), que se relaciona con un postulado del naciente psicoanáli­sis de fines del siglo XIX: que existe en el individuo una lucha constante entre el “yo”, adaptado a las exigencias sociales, y el “ello”, ligado con la vida instintiva y los impulsos primitivos de agresivida­d y erotismo sin límites, el “yo” como entidad adaptativa y el “ello” como impulso egoísta y violento que — a despecho de los buenos deseos del individuo— está agazapado en su interior.

Tal intuición parece fructífera en literatura, consideran­do, claro, si el juego de dobles implica un ambiente amenazador ( como en los cuentos de Hoffman), del cual se desea huir, o si entraña cierto idealismo y la noción de que el doble encarna una situación buscada: un estado de alejamient­o ( como en “Para una tumba sin nombre” de Onetti) o uno de iluminació­n ( como suele suceder en las obras de Saenz en las cuales el muerto es el doble buscado/ temido).

Sea fructífera la lectura de aquellas narracione­s que apuntan a hacer dudar al individuo de su indivisibi­lidad, pero también de los límites — a veces meramente imaginario­s— que constriñen su existencia.

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