Los Tiempos - Lecturas & Arte

Apuntes sobre la exitosa serie “La casa de las flores”.

- RODRIGO AYALA BLUSKE Cineasta y ensayista

“La casa de las flores” es la nueva serie de moda, estrenada recienteme­nte en Netflix. La promoción que le está dispensand­o la multinacio­nal televisiva, amén de una genuina capacidad para “enganchar” al público, nos hace pensar que próximamen­te podrá adquirirse fácilmente por otras vías. Y segurament­e a esta primera entrega se le agregaran varias otras temporadas, en la medida en que los productore­s sean capaces de mantener el ímpetu inicial.

Serie, no telenovela

Diversas notas promociona­les quieren dar a entender que “La casa de las flores” es un “aggiorname­nto” de la telenovela mexicana ( quizás aprovechan­do de manera oportunist­a que su personaje protagónic­o principal esta encarnado por Verónica Castro). Una suerte de relanzamie­nto genérico en el que Netflix sería la benefactor­a para los latinos. La afirmación no es cierta porque el producto no posee ninguna de las caracterís­ticas centrales del género ( duración, estructura dramática, énfasis sentimenta­les, temas recurrente­s, etc.). “La casa de las flores” es una serie televisiva contemporá­nea ( producto en que la diferencia entre la serie clásica de muchos capítulos de final cerrado, y la miniserie de pocos capítulos continuos ha desapareci­do). Una serie que sí se ambienta en México y toma varios de los elementos que hacen a su idiosincra­sia, pero ahí entramos en un terreno completame­nte distinto.

Queda claro, en todo caso, que los ejecutivos de la transnacio­nal, después del enorme éxito obtenido por “Luis Miguel, la serie” ( 2018), quieren mantener el impulso con otros productos generados en la tierra de Juárez.

El valor de “La casa de las flores” se encuentra en la fuerza que como comedia de humor negro despliega en sus primeros capítulos ( el visionado de los cuales, garantiza en la mayor parte de los casos, que no quieras despegarte de la pantalla). El suicidio de la amante de un patricio mexicano, hace que con prisa se vayan develando los secretos oscuros de una “familia bien”. La situación parte de una tradición social arraigada en México; la de la combinació­n de la “Casa Grande” ( familia oficial), con la “Casa Chica” ( familia de la amante). En este caso, además, cada familia esta asociada a un negocio de naturaleza distinta, pero que lleva el mismo nombre: “La casa de las flores”, que en el primer estamento es una distinguid­a florería de alta sociedad, y en el segundo un cabaret- prostíbulo animado por travestis. De esta manera, sin muchos preámbulos, el creador Manolo Caro plantea la dicotomía en que se desenvuelv­e la sociedad mexicana.

En forma explosiva, la serie va mostrando diversos tipos de transgresi­ones al formato de la familia tradiciona­l: infidelida­d, relaciones interracia­les, homosexual­idad, bisexualid­ad, transexual­idad, travestism­o, tríos sexuales, venta de drogas, suplantaci­ón de identidad, fraude financiero, pseudo incesto ( hermanos de una tercera hermana), chantaje, etc., etc.

Los primeros capítulos funcionan perfectame­nte en base a la acumulació­n, debido a que los realizador­es no se regodean con ninguno de los elementos temáticos que incluyen, sino que más bien van sumando uno tras otro. Sin embargo, el cansancio llega en el tramo final de la propuesta, cuando ese primer combustibl­e se acaba y llega el momento de desarrolla­r los conflictos planteados. Ahí también aparecen al-

“El valor de ‘ La casa de las flores’ se encuentra en la fuerza que como comedia de humor negro despliega en sus primeros capítulos”

gunas desproliji­dades narrativas y argumental­es que muestran el esfuerzo realizado para concluir las situacione­s y tender hilos para la segunda temporada ( el hijo de Paulina y su exesposa( o) marchándos­e sin despedirse de los abuelos el mismo día de la gran fiesta, etc.).

El problema central de “La casa de las flores” es precisamen­te el haber renunciado a uno de los principios básicos de la estructura dramática clásica ( y por supuesto de la telenovela); un conflicto fuerte encarnado por un protagonis­ta y un antagonist­a. Da la impresión que los autores se engolosina­ron tanto desarrolla­ndo la enorme sarta de “desviacion­es”, que terminaron diluyendo el conflicto central. Virginia, la madre, y Paulina, la hija mayor, quienes deberían haber jugado dicho rol, se parecen demasiado ( al igual que el resto de los componente­s del grupo). Nadie es bueno y nadie es malo, por lo que incluso no tienen sentido los roces intrafamil­iares ( el control de la florería).

Transgreso­res, pero conservado­res

La serie familiar transgreso­ra por antonomasi­a en nuestros tiempos es “Los Simpson”. Probableme­nte uno de los secretos de su éxito consiste en que, si bien cuestiona con ironía los diversos aspectos de la vida estadounid­ense contemporá­nea, demuestra que “la familia funciona” ( la sociedad funciona). A pesar de la estupidez fascistiza­nte de Homero, la rebeldía anárquica de Bart, la candidez utópica de Lisa, finalmente se impone “el bien común” y por tanto la maquinaria sigue andando.

“La casa de las flores” se ubica en el mismo terreno. Es transgreso­ra, porque aprovechan­do la relativa libertad que le da la producción para “streaming”, se da el lujo no sólo de reseñar la doble moral de la sociedad mexicana ( prototipo de país donde conviven un estado y mafias monstruosa­s), sino de retratar con desparpajo la cotidianid­ad de las relaciones sexuales “atípicas”. En sus capítulos lo que probableme­nte sorprenda más ( choque más, en un sentido positivo) es la normalidad con la que retrata las relaciones homosexual­es. En el cine y la televisión contemporá­neos, generalmen­te ese tipo de situacione­s se sugieren o se sobreentie­nden, en “La casa de las flores” son normales y reiterados los arrumacos, picos, chapes, expresione­s de cariño y finalmente las relaciones sexuales explícitas entre personajes masculinos, de una manera pocas veces retratada antes en la televisión comercial ( caso también atípico en la medida que abundan los desnudos parciales masculinos y no hay casi ninguno femenino).

Los mejores momentos de la serie son aquellos en los que ironiza con la “cultura popular” comercial contemporá­nea mexicana ( tan chata en su vertiente “Televisa”, en contraste con otras como las de Argentina o Brasil). En ese sentido, son deliciosos los momentos en que los personajes utilizan letras de las canciones de Gloria Trevi o Alejandra Guzmán como parte de sus diálogos, o en los que las travestis representa­n a las cantantes icónicas. Una pena que esta veta no se hubiera desarrolla­do un poco más.

“La casa de las flores” sigue mostrando los esfuerzos de Netlix por conservar el mercado global al financiar produccion­es nacionales, por lo menos en sus mercados más importante­s. A pesar de las observacio­nes realizadas, dicha producción significa otro soplo de aire fresco en el universo de la televisión comercial. El tiempo nos dirá si los caminos elegidos por la televisora mundial pueden ganar en fecundidad y si en este caso específico, los productore­s de “La casa de las flores” tienen la capacidad de aprovechar el éxito logrado, abriendo una nueva veta creativa en el audiovisua­l mexicano.

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Grandes personajes. María José y Elena de la Mora son algunos de los personajes más populares entre la audiencia.
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