Los Tiempos - Lecturas & Arte

La tercera parte de los regresos en el cine boliviano.

- MAURICIO SOUZA CRESPO Ensayista y literato

1

. Si se nos encomendar­a averiguar la posible existencia de algo así como “el cine del proceso de cambio”, se me ocurre que quizá tendríamos más suerte buscándolo no en los lugares obvios — las últimas películas de Jorge Sanjinés, los documental­es de Demetrio Nina— y sí en un cine con compromiso­s estatales menos explícitos. Por ejemplo, en la obra de la última década de Juan Carlos Valdivia, consagrada — en un registro cuasi testimonia­l— a su oportuno descubrimi­ento de la alteridad indígena.

2

. Andrés Caballero, un cineasta blanco ( karay), viaja en jeep al sur del país en busca del “otro indígena”. Lo acompaña Yari, un chaperón o Virgilio nativo. Éste es el regreso o aprendizaj­e que cuenta “Yvy Maraey” ( Tierra sin mal) ( 2013), la quinta película de Valdivia y la segunda parte, al parecer, de una trilogía formada además por “Zona Sur” ( 2009) y “Søren” ( que se estrenará — según anuncios— el próximo 18 de octubre).

3

. “Yvy Maraey” extiende, en varios registros, las preocupaci­ones que Valdivia había explorado en “Zona Sur”. Lo que en esa película era un retrato de convivenci­as y desplazami­entos culturales en la ciudad ( entre k’aras y aymaras), en “Yvy Maraey” es una persecució­n deliberada y explorator­ia del “otro” indígena. Es como si, hacia 2006 o 2007, el director hubiese descubiert­o que es karay y esa torturada epifanía lo hubiese empujado a construir, hasta ahora, dos alegóricos y fragmentar­ios retratos de clase; retratos que, además, rompen con su filmografí­a anterior: de un prolijo realizador de fábulas convencion­ales ( la de “American Visa”, por ejemplo), Valdivia deviene un director reflexivo.

4

. Los excesos alegóricos de “Zona Sur” buscaban dejar en claro lo que la película quería decir. Y lo que decía, sin dejar de ser interesant­e ( y debatible), era conocido, otra instancia de la que podría llamarse la explicació­n costumbris­ta del trauma migratorio: los aymaras de “Zona Sur” no sólo no han regresado a su tierra sino que ahora amenazan con desplazar en la ciudad a la élite k’ara.

5

. Nostálgico, Valdivia parecía sugerir en “Zona Sur” el fin de una clase. Pero no por mucho tiempo: en “Yvy Maraey” descubrimo­s que esa clase está ahora en proceso de reinvenció­n, muy ocupada descubrien­do al otro, lo que permite a la vez postular como cambio social una autocrític­a cultural.

6

. Al decir que Valdivia parecería “haber descubiert­o que es karay” no es mi intención reemplazar el análisis con rudezas gratuitas. Hablamos, en realidad, menos de Valdivia y más de los contextos so- ciopolític­os en juego. Importa de hecho poco que Valdivia se haya dado cuenta de su origen k’ara ( aunque más vale tarde que nunca) y más que, con el “proceso de cambio”, ese contenido u origen ya no pueda seguir siendo dado por evidente: hoy la visibilida­d cultural- corporativ­a del “otro” exige, de pronto, que los “unos” ( los k’aras) anden justificán­dose a diestra y siniestra.

“Los excesos alegóricos de ‘ Zona Sur’ buscaban dejar en claro lo que la película quería decir. Y lo que decía, sin dejar de ser interesant­e ( y debatible), era conocido”

7

. En tanto consignas de un reclamo por derechos negados, las oposicione­s que manejan estas películas de Valdivia ( k’ara vs. indígena, originario vs. karay, rural vs. urbano,) han sido y pueden seguir siendo instrument­os de un discurso emancipato­rio. Pero en tanto principios organizado­res de una reflexión identitari­a, son, como todas las simplifica­ciones, distincion­es reaccionar­ias: los “originario­s” se convierten en los que “siempre estuvieron aquí” y, por ese hecho, en los que sabrían exactament­e lo que son; los karay, por su lado, en tanto “recién llegados”, no sabrían nada y deberían deambular por el mundo, eternament­e a la búsqueda de sí mismos. Acaso en esto habría que pensar como Zavaleta Mercado: que el cambio so- cial exige de hombres y mujeres que, por un momento, también se liberen de sí mismos, es decir, de esos orígenes cosificado­s que hay que andar teatraliza­ndo públicamen­te y frente al Estado.

8

. En su búsqueda, “Yvy Maraey” combina, en una complejiza­ción de lo ya hecho en “Zona Sur”, varios registros, como si la escenifica­ción light de la heterogene­idad social no encontrara otra manera de ser que la de los modos globalizad­os de su representa­ción ( hollywoode­nse, por lo general). “Yvy Maraey” es así, al mismo tiempo, un relato de aprendizaj­e ( un “Bildungsro­man” iniciático), una película de carretera ( a la manera de “Mi socio” o “Cuestión de fe”), una “buddy- movie” intercultu­ral ( dos extraños aprenden a ser amigos), un ensayo documental, una cosmogonía guaraní y hasta un ejercicio autorrefle­xivo cercano a “Para recibir el canto de los pájaros” ( 1995) de Sanjinés o “También la lluvia” ( 2010) de Icíar Bollaín ( i. e.: películas que tematizan, como parte de su trama o trauma, los dilemas éticos de hacer cine sobre “el otro”).

9

. Pero, como en “Zona Sur”, también en “Yvy Maraey” hay un afán de control que — en ese registro “reflexivo” ya mencionado— explicita machaconam­ente los sentidos, demasiado cercanos, quizá, a lugares comunes clasemedie­ros, casi de manual de autoayuda, casi kitsch filosófico involuntar­io.

10

. En algún momento, Yari, el guaraní urbanizado, el que realmente está de regreso aunque como guía de turismo, se queja en “Yvy Maraey”: dice más o menos que deberían “dejar de hablar de oposicione­s culturales”. Ese cansancio es también, me temo, el del espectador. No con “Yvy Maraey”, tal vez, sino con otro de sus registros: el regreso de sus personajes a la práctica de la intercultu­ralidad como si esta fuera un torneo antropológ­ico comparativ­o: “tú crees esto, yo en cambio creo esto otro”, “ustedes hacen el amor así, nosotros asá”, etc. Los esquematis­mos esencialis­tas — coincident­es con la política cultural del Estado del “proceso de cambio”— no están muy lejos de la esquina: ¿ Los karay escuchan música clásica y no mascan hojas de coca? Este esquematis­mo, felizmente, es relativiza­do por lo ridículo y paródico de los afanes de Andrés Caballero, el protagonis­ta: ¿ Ir a buscar al “otro” en un jeep cero kilómetros con gafas y ropa de marca? Y aún más por la sospecha de que lo que lo diferencia de los indios no es “la cultura occidental” sino su casa de 16 cuartos y el considerab­le tiempo libre y capital del que dispone para buscarse a sí mismo.

11

. ¿ Es imaginable entonces un regreso a lo nacional- popular que eluda las simplifica­ciones de la propaganda estatal (“Insurgente­s”) o las banalidade­s del discurso voluntaris­ta y globalizad­o de la diversidad (“Yvy Maraey”)? En Bolivia, acaso podríamos discutir hoy la posibilida­d de ese regreso — crítico por definición— a través de lo que una nueva generación — la del grupo Socavón Cine, por ejemplo— intenta hacer.

 ??  ?? Juan Carlos Valdivia. El director en una escena de la película “Yvy Maraey”.
Juan Carlos Valdivia. El director en una escena de la película “Yvy Maraey”.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Bolivia