Los Tiempos - Lecturas & Arte

“El buen morir” o el ave fénix del Teatro de los Andes

Después de presentars­e en un festival de Perú, la obra seguirá mostrándos­e en nuestro país, en septiembre en el Festival Internacio­nal de la Cultura de Sucre y después en el teatro Nuna de La Paz

- LUPE CAJÍAS Periodista, historiado­ra y escritora

Salía la luna redonda al este de la capilla y se hundían en el horizonte las constelaci­ones de Leo y de Virgo, mientras llegaban al amplio patio de la vieja casona de Yotala decenas de rostros de artistas y amigos que alguna vez acompañaro­n al Teatro de los Andes.

“Es fantástico, sigue la magia, no sé cómo lo logran”, comentó el actor y gestor cultural Marcelo Alcón, desembarca­do de Santa Cruz de la Sierra junto al escultor Juan Bustillo, al arquitecto César Morón y a Piotr Nawrot, entre otros que desde los llanos dijeron: “¡ Presente!”

Ya en la noche anterior se alojaban en la antigua hacienda Lourdes, al ingreso del pueblo, la consagrada artista y maestra Marta Monzón, el actor Sergio Alabi y Mabel Franco, crítica de artes escénicas y actual directora del Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez de La Paz. Conversaba­n la plana mayor de “Correo del Sur” y de Radio La Plata con la familia Campos, semillero de artistas, además de amigos de Cochabamba y algunos extranjero­s.

Estaban los vecinos del pueblo, la antigua cocinera, el hortelano y sus parientes, las guaguas ya adolescent­es. Exquisitos anfitrione­s Luchas Achiro, Gonzalo Callejas y Alice Guimarães y sus familiares que dieron tiempo a todos, la bienvenida cálida, el cafecito, un pan con palta, las frutas de temporada y al cierre la estupenda cena con lechoncito al horno como gustaba a Gianpaolo Nalli.

El motivo de la cita era para homenajear­lo, para que todos recuerden sus 25 años como responsabl­e de la administra­ción del teatro. Como escribimos en 1995, él fue el Sancho escondido que permitió que los demás salgan a escena a recibir los aplausos.

Era mucha su ausencia y muchos lo recordaron en diferentes momentos, en diferentes espacios, como el gestor, el amigo, el comelón, el cómplice, el siempre presente, casi un padre, casi un abuelo. Lo recordaron cantando tonadas del norte potosino, a la Chavela Vargas, los bailecitos yotaleños.

Eran muchos los ausentes, se los sentía en las charlas, en las añoranzas y al ver en el horizonte las nuevas casas, los

recientes inquilinos, las ventanas cerradas.

Muchos otoños

La mayoría de las personas e institucio­nes cumplen años, los adultos mayores cumplen inviernos; pasar un invierno es tener una oportunida­d más sobre la tierra.

El Teatro Los Andes cumple otoños. Cada otoño parece llevarse hojas y ramas desde su fundación en agosto de 1991, el mes de los vientos. Primero la muchacha, la mitad de los dos que reunieron ahorros para venir a crear un elenco en una comunidad andina, lejos de la Europa envejecida. Después el español que sólo apareció en “Colón”; más tarde el italiano que hacía de cura y cantaba hermoso; las chi-

La obra ha sido dirigida por el chileno Elías Cohen y cuenta con la actuación de Alice Guimaraes y Gonzalo Callejas y la música de Lucas Achirico.

cas bolivianas que dieron vida a las reinas de belleza; los muchos collas y argentinos que asistieron a los talleres.

Se fue la rama más hermosa, nacida en Ferrara, la de voz dulce y temperamen­to troyano y con ella parecieron quebrarse todos los nidos colgados en las nervaduras ya heridas. Se fue el director y pareció un huracán, volaban hojas y hojitas, los verdes serenos de las huertas consumidos por el vendaval, agotados.

Sin embargo, como podría recordar César Vallejo, ay el árbol siguió de pie y siguió floreciend­o, cada primavera, cada verano con nuevas flores y nuevos frutos.

Hace poco pareció que las raíces se levantaban arrancadas por la guadaña que no respeta tiempos ni esfuerzos. Murió la sabia que las nutría, la sombra y el descanso, la pascana de las turbulenci­as más violentas.

Alguien despistado podría creer en la caída final del cedro bajo el hacha mortal de los hombres o bajo la motosierra de los bancos.

Y ahí está que el capullo portuespañ­ol es más resistente que las especies nativas.

Ahí está el músico que canta y toca su amado charanguit­o y sigue caminante, desde El Alto a Varsovia, ida y vuelta.

Sobre todo, ahí está la profunda raíz que dio y da sentido al Teatro Los Andes, aquel minotauro que, de guitarrero y bailarín, de escenógraf­o y carpintero, de actor y comediante se ha convertido en una bestia.

Porque sólo una bestia como Gonzalo Calleja puede simplifica­r y significar el acta de nacimiento del elenco de Yotala y ser a la vez el presente y el futuro. Es la raíz profunda porque no se representa a sí mismo sino a una historia, de acá y más allá de los mares, la que unió la frescura de la campiña pueblerina con las sofisticad­as técnicas de la escena nórdica y centroeuro­pea.

La obra

“Un buen morir” representa todo ello y todas las historias de todos nosotros. Representa la muerte decadente y atrevida, pero sobre todo representa al amor en todas sus estancias.

Conmueve porque no dice nada de Gianpaolo Nalli, a quien está dedicada, pero a la vez dice todo en un pentagrama tan hundido que la conmoción en la sala no podía ser otra que espectador­es con la respiració­n contenida y los llantos brotados.

Cada abrazo de los amantes es el abrazo de la humanidad, filial, hermanado, amoroso, cansado.

Quizá los textos, a pesar de las voces colectivas y de los matices poéticos, sean los menos pulcros en el transcurri­r de la hora que dura el espectácul­o; hasta innecesari­amente confusos, en un escenario prolijo y con dos actores que han encontrado su perfecta madurez, la más duradera. El desorden del tiempo cronológic­o es la columna vertebral narrativa.

La gran diferencia del teatro boliviano es el manejo impecable de los silencios. Comentaba un afamado actor local que después de asistir a la función sintió que no era ya posible llegar al nivel del Teatro de los Andes. Esos actores están fuera del alcance de la escena boliviana.

Verla para sentirla, para llorarla.

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En escena. El actor Gonzalo Callejas en la nueva obra del Teatro de los Andes.

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